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¿Y si el alcalde se decide por tan sólo 2.500 votos de diferencia?

PSOE y PP se dejan ya de cálculos y se enzarzan en una contienda que se puede dirimir por un estrechísimo margen.

el 05 may 2011 / 20:46 h.

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Juan Espadas (PSOE), Antonio Rodrigo Torrijos (IU) y Juan Ignacio Zoido(PP), en el debate de los cabezas de lista celebrado en Giralda Televisión a finales del mes de enero. / EL CORREO

"¿Tienes un Excel a mano? Pues ponte a hacer números y verás. Es imposible que perdamos. Tú ves los números, aplicas la Ley D'Hont, y el PP tendría que sacar 15.000 votos más que en 2007 y nosotros perder unos cuantos más y sólo así alcanzarán la mayoría absoluta. Con un poquito que hagamos, ya no les da para gobernar". Estas palabras tienen poco de ficción. Forman parte de una conversación como tantas otras en la que se hace demoscopia de salón para anticiparse a lo que pueda venir.

Quien más quien menos, muchos socialistas sevillanos han echado más de una y dos tardes haciendo números hasta cerciorarse en su idea machacona de siempre: es imposible casi científicamente que Zoido gobierne. Bueno, salvo que haya una debacle generalizada que los socialistas no quieren ni mentar. Más que nada porque nunca se ha producido en extremos tan graves, ni siquiera en los peores años de las acusaciones del Gal, el despilfarro y la corrupción.

Pronto sabrán si es verdad. Se acabó una precampaña que parecía perpetua y las elucubraciones empiezan a ser divertimentos para entretenerse hasta que haya que jugarse papeletas de verdad. Habrá quinielas hasta que las urnas rebosen, pero, desde hoy, unos y otros se dejan ya de cábalas y se ponen a lo único que vale en estos momentos: a arañar votos como quien se empeña en retomar los doce trabajos de Hércules para llegar a las urnas con posibilidades reales de victoria.

Sevilla está en juego. Y lo que se cuece ahora, según remachaba ayer el CIS en su barómetro electoral, es una pelea en la que se determinará si el PSOE es capaz de rehacer unas encuestas que marcan siempre las mismas coordenadas: Juan Ignacio Zoido al Gobierno, y Espadas al palomar de la Plaza Nueva, con Torrijos de actor secundario y sin margen de acción para darle la Alcaldía al PSOE a cambio de más cotas del Gobierno municipal y con Pilar González (Partido Andalucista) e Isabel Ceballos (UPyD), purgando la debilidad electoral de las minorías en Sevilla.

Unos y otros han interiorizado y repetido como un mantra que tienen en sus manos la victoria, pero todos ellos saben que en estas elecciones hay mucho más margen para la sorpresa que en anteriores ocasiones.

Los socialistas se amparan en que la diferencia con el PP es mínima. "2.500 votos. No más", se aventura desde la dirección regional apelando a sus estudios. O lo que es lo mismo: no más que unos cuantos bloques de edificios en Sevilla Este o en Alcosa.

Si es así, es su escenario soñado. Juan Espadas, que en estos últimos nueve ha mutado hasta físicamente para dar una imagen renovada y fresca y evitar las comparaciones hasta fisonómicas con su rival del PP, quería llegar a las últimas semanas antes de las elecciones con un grado de conocimiento más o menos elevado y con una diferencia con su rival que le permitiera apretar para ganar de verdad. Y está convencido de que lo tiene en su mano si el PSOE logra movilizar a su electorado. Su objetivo por antonomasia frente a la pesadilla de la abstención.

Hasta ahora las encuestas le decían que ese objetivo lo tenía relativamente cercano, pero que todavía no estaba a su alcance. La encuesta del CIS de ayer, con esa horquilla del 16-17 para el PP, es ya otra historia. Sí que puede conseguirlo. ¿Por qué no?

Si se miran los precedentes, no es tan difícil. El PSOE ha remontado esto y mucho más. Pero si se observa el contexto en el que se mueve el candidato y una marca electoral otrora ganadora, la impresión cambia. El desánimo general por el paro (¿cuántas familias sevillanas hay que tienen ya a todos sus miembros en paro? ¿y cuántas de ellas votaban en bloque al PSOE casi por tradición?), escándalos como el de los ERE falsos y el desgaste del actual Gobierno municipal PSOE/IU han fermentado en un estado de descreimiento muy peligroso para los intereses socialistas. Hay mucho enfado. Y quién sabe si se cuenta con tiempo suficiente para el restañamiento de las heridas y para la recuperación de la confianza.

Con eso juega Juan Ignacio Zoido. El PP no quiere grandes alharacas electorales que despierten al electorado contrario. Aspira a lo contrario. Al perfil bajo, a que pase el tiempo y a que parte de ese votante que metía la papeleta del PSOE en la urna le dé una oportunidad a Juan Ignacio Zoido, aunque sólo sea porque le ha visto seis, siete o diez veces en su barrio en estos últimos cuatro años. Ahí está su valor añadido y lo piensa aprovechar.

Hace cuatro años, muchos auguraban al entonces candidato primerizo del Partido Popular que iba a aguantar unos meses en su despacho con vistas a la Avenida y que luego se iría. No ha sido así. Ahora dice que si no gana, se marcha. Pero hasta sus enemigos más recalcitrantes reconocen su labor de machamartillo y su capacidad para meterse en la médula de esos barrios que otros y otras de su partido no conocían ni en folletos. Ahora, ese votante periférico es el deseado por todos.

Unos para retenerlo y otros para seducirlo. Y si vive en Amate, Cerro, Torreblanca, Macarena o Sevilla Este, mejor todavía, pues si hay un axioma que parece sacado de los Diez Mandamientos es que el próximo alcalde se decidirá en estos barrios, en los bastiones más socialistas de la capital. En eso hay pocas dudas, y se demuestra en el modo en el que se están centrando los esfuerzos en este inicio de campaña tan atípico por su coincidencia con la Feria.

El PSOE ha iniciado ya su campaña por todos los distritos como si cada uno de ellos fuera un municipio (los militantes de cada uno de ellos deben centrarse en movilizar su voto más cercano, portal a portal), pero se va a centrar en sus barrios, como si su lema fuera ‘menos Los Remedios y más Valdezorras'.

Es lo lógico. Es en ellos, en aquellos barrios donde consigue más de un 60% y hasta un 70% de apoyo ciudadano, donde se decantarán unas elecciones tan reñidas. Si de verdad la Alcaldía se está jugando en tan escaso margen (y en eso el CIS da más la razón a los jugadores demoscópicos del PSOE que a los del PP), dedicarle el tiempo a los que no te votarán ni bajo un interrogatorio estilo Guantánamo sólo puede conducir a la melancolía. Se pelea por lo que se tiene una mínima garantía de éxito.

Y en eso son conscientes unos y otros. El PSOE, porque está dispuesto a recuperar la línea Maginot de sus feudos para evitar la entrada del PP (otra cosa es que todas sus agrupaciones de la capital estén por la labor de emplearse a fondo en la contienda. Hay demasiadas cicatrices tras la pelea de Viera y Monteseirín). Y el Partido Popular porque piensa rentabilizar su trabajo de campo de estos últimos años.

El vídeo pepero del Minimarket es un ejemplo muy ilustrativo que no debería minusvalorarse desde la perspectiva socialista. Va en su línea de flotación. Identifica al votante que se ha cansado de apoyar a los socialistas y que ve en Juan Ignacio Zoido a un tipo del que se fía. El protagonista de este anuncio publicitario tan curioso se llama Juan Gallardo. Y no es de los que, según el PSOE, se levantan a las once de la mañana en su piso de 150 metros cuadrados de Virgen de Luján. No llega a los cuarenta años y regenta una especie de desavío en Su Eminencia. Más directo, imposible. Nada de siglas del PP ni de gaviotas ni de musiquitas que recuerdan a Aznar dando un mitin por delante de un grupo de jóvenes con sus jerséis arremangados sobre sus hombros. Dale una oportunidad a Zoido, parece decir este tendero que se autodefine como "independiente zoidista".

Y en éstas, ¿cómo llega el tercero en discordia a la campaña? Pues seguramente pensando, tras ver las últimas encuestas, que si no fuera por la imputación de Mercasevilla (por cierto, ¿cuándo piensa la jueza Alaya decirle porqué está imputado?), la foto de la megamariscada belga y otros escándalos varios (la actitud lamentablemente piquetera del edil no electo Carlos Vázquez y la imputación de Josefa Medrano por impedir el homenaje a Foxá), tal vez incluso tendría hasta posibilidades de lograr hasta algún concejal más.

Torrijos sabe que el PSOE abjura de él para no ahuyentar al voto moderado socialista que lo único que le pide a los suyos es que, si tiene que manejarse con IU, al menos que sepa atarles en corto. Pero también tiene asumido que como le necesiten para gobernar (y le necesitarán), el mismo PSOE se va a quitar los remilgos de encima y le va a tener que dar incluso más de lo que tenía hasta ahora. Es ley de vida. Y no se puede uno imaginar al PSOE haciéndose el hara-quiri en Sevilla, igual que lo hizo en su día el PP de Soledad Becerril, sólo para que Torrijos no se haga con la Delegación de Economía y Empleo o cuestiones del mismo tenor. En fin, que muchas lisonjas para los empresarios, pero igual tienen que seguir viéndose las caras con IU. Al tiempo.

Quedan los periféricos. Pilar González se ha agotado para evitar que el PA consuma su última vela en Sevilla, pero lo tendrá difícil para evitar que el andalucismo se convierta, si ya no lo es, en algo residual. Necesita lograr un 5% de los votos. En 2007 se hizo con 17.000 y se quedó fuera. Y en éstas, van camino de tener menos aún. Y, por último, Isabel Ceballos, de UPyD, intenta hacerse notar en las redes sociales, pero se topa con la realidad de su escasísimo grado de conocimiento y el desinterés general del ciudadano por los partidos pequeños en unas elecciones tan polarizadas como las de Sevilla, en las que dos personas (Zoido y Espadas), con permiso de una tercera (Torrijos), se juegan en unos votos quién sustituye en el cargo a Monteseirín.

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