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Y si llega la nieve...

Sevilla nunca se había metido tanto en el ambiente de la Navidad. El mercadillo de Asunción que acaba mañana es la guinda.

el 09 dic 2011 / 19:57 h.

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La vejez llega bruscamente, como la nieve, dejó escrito Jules Renard. Una mañana, al despertar, se da uno cuenta de que está todo blanco. Menudo pájaro, Jules Renard. Anda que vivía mal: escritor, crítico literario, poeta... hasta alcalde de un pueblecito, de cuyos paisajes campestres extraía la inspiración. Carne de cafetín y de melancolía, como se podrá imaginar. Es normal que este literato francés, que además fundó Le Mercure y tenía el don de percibir en su pituitaria, por lo tanto, el aroma del tiempo conforme este va pasando, escribiese ese tipo de cosas: la nieve, el invierno, la vejez... que son más que un ramillete de metáforas manidas. Son la constatación de que la crueldad de los años se manifiesta a menudo de una forma feliz, paradójicamente. Lo puede percibir sin esfuerzo cualquiera que, habiendo rebasado la condición de pollastre, se pasee hoy o mañana por la calle Asunción, donde la Navidad se ha cosificado en forma de mercadillo del tiempo vivido.

Su nombre real es Mercado Navideño de Artesanía, y los niños se lo pasan allí como se lo habría pasado Taras Bulba en una cata de vodkas del país. Para ellos es como si por una vez el paisaje se amoldara a su universo y la realidad se ajustase a su escala de valores: diversiones, dulces, luces, colorines, fiesta... Algunos de los mercaderes, ataviados a la navideña, procuran acercarse a esa idea a base de extraversión, como el muchacho que, vestido de rojo y con gorro rematado en pompón, alaba con desmesura sus preciosos manteles que no se manchan. Hace bien porque la alegría está en el ambiente, y cientos de personas y familias enteras pululan por allí, tal vez más mirando que comprando, pero dotando a la gran calle comercial de Los Remedios de un aire navideño tan palpable, tan verosímil, que lo único que falta es, justamente, esa nieve de la que hablaba Renard.

Otros son más discretos, como la fabricante de hadas, que acepta con cierto resignado reparo la foto de su puestecillo, aun dando por hecho que le copiarán sus criaturas. O la simpar confitería Rufino, de Aracena, que se ha traído a Asunción unos lotes de chocolates y unos surtidos de dulces para los que no existe trinchera posible en la voluntad, sino rendición incondicional, y cuyos encargados aceptan contar al visitante, en particular si el visitante tiene algún parentesco con los fundadores de dicho monumento a la caloría, una o dos anécdotas riquísimas sobre la pastelería durante los años de la guerra.

O, por ejemplo, las exquisitas tablitas pintadas para que se decoren las puertas de las habitaciones con los nombres de sus inquilinos. Y si no, el puesto de los sobres sorpresa, los tenderetes que los comerciantes del lugar sacan a la calle, la mesa de plantas medicinales y sus propiedades curativas (para la vesícula, el estreñimiento crónico y rebelde, los granos, la impotencia, la alopecia y la halitosis, entre muchas otras) e incluso el gran Papá Noel donde se sientan los niños y los zangolotinos para que los retraten. Porque no hay únicamente mercancías como tales, en este mercadillo navideño, sino también bullicio organizado. Para hoy, por ejemplo, está previsto lo siguiente, entre otros puntos del programa: Taller infantil de juegos malabares (11.30); pasacalles con personajes que actúan con la gente (12.00); el Cartero Real recogiendo la correspondencia (12.30); actuación de una bailarina de Jerusalén (18.00); cuentacuentos navideño (19.00); y belén viviente (20.30 horas). Mañana, último día, tampoco se quedan cortos con el plan de acción: Cartero Real (11.30); espectáculo de acrobacia aérea (12.00); pasacalles (13.00); teatrillo con El viejo año y el hada de la ilusión (19.00); cuentacuentos navideño (19.30); belén viviente (20.30); pasacalles con duendes traviesos (21.00)... Y todo eso, con villancicos de fondo.

Es espectacular, en resumen. Y cuando se acabe este, empieza otro en la calle San Jacinto el día 13, porque a la Navidad le pasa lo que a las bicis y a la economía: que como se paren, se caen. Forma parte de su encanto (no así del de la economía), como bien predice la paisana de Renard llamada Claire Malesset, al escribir: La felicidad es como la nieve: es dulce, es pura... y se derrite. Toca sumarse a este dulce engaño de felicidad, sabiendo que habrá de fundirse en cuestión de días. Pero mientras, o se es niño o no se será nada. Todo lo más, poeta francés.    

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