En estos tiempos de crisis que está pasando España, la principal preocupación para las personas es tener un empleo, y poder llevar un sueldo a casa. Parece que no importa tanto lo mucho o lo poco que a uno le guste el suyo, pero eso no es así en absoluto. Otra cosa es que se consiga. Según un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, el 82% de los niños de entre cuatro y 16 años creen que sus padres son felices en el trabajo. Ahora habría que preguntar a los adultos, a los padres de esos chiquillos, cuál es la verdad; qué querían ser cuando eran pequeños, si lo consiguieron o no; qué han hecho con sus vidas en materia laboral. Si son felices y si les importa.
José María Pastor Delgado, a sus 54 años, tenía claro desde muy temprana edad que su futuro iba a estar relacionado con algún ámbito de la medicina. Actualmente posee una farmacia. Comenta a este periódico que no cree que pueda hacer algo más por mejorar, ya que esta profesión también tiene ese contacto con la clientela que deseaba. Cuando se le pregunta sobre si le gustaría que alguno de sus hijos lo acompañase en la farmacia, menciona: "Sería muy bonito y curioso."
Pero no a todo el mundo le va tan bien como a él, que ha conseguido, mediante esfuerzo y dedicación, eso sí, llegar a donde ha querido. Lo cual no quiere decir que el esfuerzo y la dedicación se acompañen siempre de buenos resultados. Es el caso de Carlos García, trabajador en una fábrica de zapatos, con 51 años. Explica, con cierta mirada de cansancio, que aguanta como puede. Trabaja desde que tenía 14 años ya que los estudios no eran su fuerte y se metió para poder ayudar a su familia que no tenía demasiados recursos. Su sueño frustrado es un bar. El contacto con las personas y sobre todo esas charlitas de intelectuales que se echan es lo que más le atrae. Sobre sus hijos contesta que recibirán toda la educación, académica se entiende, que no pudo tener, y espera que puedan alcanzar estudios universitarios.
Y luego está el caso sangrante de las mujeres, quienes durante demasiado tiempo han soportado la obligación de no trabajar o de hacerlo en empleos insustanciales o, como se decía antes, propios de ellas. Algunas de ellas ni estudiaron por esta idea retrógrada y machista. María del Carmen Díaz no llegó a estudiar lo que le gustaba, Derecho. Comenta que le atrae mucho el tema de las leyes y de la justicia, pero que no llegó a conseguir ni el bachiller, aunque tiene capacidad para más de lo que ella misma se puede llegar a creer. Explica que ha estado trabajando en alguna peluquería y centros de estética, y alguna vez en el mostrador de una farmacia. Actualmente se dedica a sus hijos y ya no tiene pensado estudiar nada porque cree que es demasiado tarde.
Habrá quien considere que la expresión ser feliz en el trabajo encierra en sí misma una contradicción, siendo el trabajo un castigo bíblico. Pero ésa sería ya otra historia diferente.