Hay muchas Sevillas pero no todas están en ésta. Y para descubrirlas, no hay que irse muy lejos. Siguiendo la Ruta de la Plata, a poco más de 130 kilómetros -todo autovía, una hora de viaje-, y en pleno valle extremeño, se encuentra la hermana pequeña de la ciudad de Sevilla: Zafra, que desde siempre lleva arrastrando el sobrenombre de Sevilla la Chica. Sí, en Badajoz existe una Sevilla de 16.000 habitantes que se vanagloria de sus similitudes culturales y arquitectónicas con la ciudad de la Giralda, el Guadalquivir y el olor a azahar.
Conquistada en 1241 por Fernando III El Santo, patrón de los sevillanos, Zafra ha mantenido durante siglos una estrecha relación con la capital hispalense. "Sevilla ha sido siempre un punto de referencia para esta ciudad. La relación ha sido mucho mayor con ella que con Badajoz, a pesar de estar al doble de distancia", cuenta Francisco Croche de Acuña, cronista oficial de la ciudad pacense.
Y es que Zafra siempre ha mirado hacia el sur. De hecho, la estructura de la ciudad está enfocada a la capital andaluza, hacia la que partían cruzando la muralla por la Puerta de Sevilla. Y nada más salir se encontraban con el Campo de Sevilla, la actual Plaza de España. Curiosamente, de las ocho puertas de la muralla, construida en 1547, una se llama Puerta de Jerez (aunque ésta llevaba a Jerez de los Caballeros) y otra, ya desaparecida, era la de la Maestranza.
Pero para conocer Zafra hay que entrar por la Puerta de Sevilla, que nos lleva a la arteria principal de la ciudad, la calle Sevilla, que evoca a la bética Sierpes: igual de serpenteante, igual de estrecha, igual de bulliciosa, igual de atestada de tiendas. Curiosamente, muy cerca, también existe una calle Tetuán.
Al final de la Sierpes zafrense no está la Plaza Nueva sino la Plaza Grande, arqueada, que nos lleva a Plaza Chica a través del Arquillo del Pan. Precisamente, en una esquina de lo que puede llamarse el corazón de Zafra, una placa recuerda el lugar donde nació la desaparecida escritora Dulce Chacón.
El paseo nos lleva a recrearnos en sus bonitas callejuelas, llenas de reminiscencias árabes, y a detenernos en el convento de Santa Clara, con una parte visitable; la Colegiata de la Candelaria (1546), que tiene un increíble retablo de Zurbarán; y el Hospital de Santiago, de finales del siglo XVI.
Otro sitio de parada obligada en Zafra es el Alcázar (¿les suena?). Construido en 1437 por la situación estratégica de Zafra en la Vía de la Plata, el actual Parador de Turismo lo mandó construir un noble con título muy sevillano: el conde de Feria. Y es que, según relata Francisco Croche, la historia de Zafra está íntimamente ligada a la de la familia gallega de los Suárez de Figueroa, titulares del Señorío de Feria, que pasó a ser condado y posteriormente, ducado, época en la que llegó a abarcar 17 pueblos.
En el Alcázar descansan diez generaciones de Duques de Feria, una familia que, tras su unión con los Medinaceli y su traslado a Madrid, recaló finalmente en Sevilla.
Siguiendo esta lista de parecidos entre la hermana mayor y la hermana menor, no es difícil adivinar cuáles son las dos fiestas más importantes de Zafra. Efectivamente, la Semana Santa y la Feria. Los zafrenses viven con devoción la semana de Pasión, pero disfrutan con más intensidad de la Feria de San Miguel (29 de septiembre).
Nacida, al igual que otras muchas, como una feria de ganado, la Feria de Zafra, que este año alcanza su edición número 556, aún mantiene ese carácter comercial y ganadero, de ahí que se haya declarado como un encuentro de referencia en el sector. La Feria de Zafra es el acontecimiento más importante del año en la ciudad, pues atrae a más de un millón de personas en los siete días que dura.
Como los sevillanos, los zafrenses, o churretines, están muy acostumbrados al turismo. De hecho, la ciudad (declarada Conjunto Histórico Artístico de Interés Nacional en 1965) posee infraestructura suficiente para atender a los numerosos turistas que la visitan, ya que tiene 15 hoteles con una oferta de 800 plazas hoteleras.
Zafra tiene hechuras de pueblo pero sus habitantes repiten una y otra vez que es una ciudad. Y tienen razón. Como la grande, Sevilla la chica saca pecho, orgullosa de su esencia y su legado. Quizá porque los mayores tesoros se presentan en cofres pequeños.
Y ADEMÁS...
Qué comprar: Cerámica y objetos de alfarería.
Qué no perderse: El Domingo de Cuasimodo (primer domingo después del de Resurrección), la Bacanal de la Grasa (domingo de Carnaval) y el festival cultural de la Fuelligah de Sacaliño ('Huellas del Arte', primera semana de agosto).
Qué comer: Caldereta de cerdo, los jamones y embutidos ibéricos, quesos de oveja, vaca y cabra, los dulces del convento de Santa Clara, migas, conejo con arroz, perdices estofadas y el revuelto de espárragos trigueros.