Guinea, bajo mínimos

Teodoro Obiang sequirá otros siete años más imponiendo su dictadura en un país cuya población vive en casas de chapa

10 may 2016 / 17:06 h - Actualizado: 10 may 2016 / 17:50 h.
"Pobreza"
  • Una niña mira hacia el exterior desde el interior de la capilla de Bakake Pequeño. / J.P.
    Una niña mira hacia el exterior desde el interior de la capilla de Bakake Pequeño. / J.P.
  • Algunas «casas» están en mitad de la selva y otras a los lados de la carretera. / J.P.
    Algunas «casas» están en mitad de la selva y otras a los lados de la carretera. / J.P.
  • Un niño de Bakake Pequeño lava la ropa encima de una piedra. / J.P.
    Un niño de Bakake Pequeño lava la ropa encima de una piedra. / J.P.
  • El puesto de frutas de Isabel. / J.P.
    El puesto de frutas de Isabel. / J.P.
  • El «grombif» es una rata gigante que se expone en mitad de la carretera para después comerla. / J.P.
    El «grombif» es una rata gigante que se expone en mitad de la carretera para después comerla. / J.P.

Al llegar a Guinea Ecuatorial, a la Isla de Bioko, encuentras edificios e infraestructuras que distan bastante de la realidad a la que se enfrenta la población guineana. Teodoro Obiang Nguema, tras ganar las elecciones con un 98% de los votos, seguirá gobernando siete años más en lo que es realmente una dictadura militar.

Guinea Ecuatorial se enfrenta a otros siete años de dictadura por parte de Teodoro Obiang Nguema, que sigue al frente del gobierno desde el golpe de estado del 3 de agosto de 1979, tras el derrocamiento de Francisco Macías Nguema, y que seguirá, al menos, siete años más. El problema está en que, tras más de 35 años, sigue habiendo personas con casas de chapa que quedan completamente a la intemperie si les azotara algún tornado o catástrofe natural.

BAKAKE PEQUEÑO
En la Isla de Bioko, concretamente, existen numerosos poblados en los que las personas que allí habitan sobreviven con lo mínimo, literalmente. Cada uno de ellos es especial y diferente a todos los demás. En la isla hay un poblado que hace gala de su nombre: Bakake Pequeño. Para llegar hasta el poblado, situado en mitad de la carretera, hay que atravesar una maraña de plantas de, aproximadamente, 500 metros en los que a izquierda y derecha únicamente se ve selva tropical con el añadido de la plaga de mosquitos.

Llama la atención que antes de entrar en el frondoso camino que une la carretera con Bakake Pequeño se topa uno con un gigantesco cartel de la compañía de telefonía móvil Orange, tirado en el suelo y bastante carcomido por el nulo cuidado de las cosas. Llama la atención que en un lugar en el que no hay cobertura -y si la hubiera no podrían hacer frente al pago de un teléfono- exista un cartel de compañía telefónica. Allí, en las carreteras que unen pueblos y en las fincas que sostiene a casi todas las familias, dejan todo su destino en manos del azar y de la tregua que la naturaleza esté dispuesta a cederles en lo que a sus plantaciones se refiere.

EL LIDERAZGO SE VISTE DE JOHN
John es un guineano de pura cepa que tiene 32 años, una finca -así llaman al lugar en el que plantan y recogen la cosecha- una casa de chapa que cuidar y la pequeña obligación de ser la persona que ejerce de líder en su pueblo. Es muy futbolero, tiene banderas de la selección colgadas en la pared de su casa, una de ellas es naranja, de la Copa Africana de Naciones, que portaba el mensaje de «Por la paz y la solidaridad de los pueblos de África». Es de mediana estatura, barba de dos semanas y un acento que refleja con claridad que Guinea Ecuatorial fue colonia española.

John suele ir a recolectar lo que su cosecha le regala por la mañana temprano, estando todo el día en la finca para después traer a casa la comida, bien para comerla o bien para venderla y sacarse una pequeña cantidad de dinero que para él es un auténtico tesoro. Un coco cuesta 80 céntimos y cinco mangos 1 euro, entre otras muchas frutas más que la naturaleza de Guinea les permite obtener. Pero el propio John no lo vende ni mucho menos por esa cantidad, muy lejana a lo que realmente puede conseguir si se hiciera justicia.

LA ILUSIÓN DE LUCÍA Y JAVIER
Dicen que los amigos son la familia que se escoge, que desde pequeño te vas haciendo a la idea de con quién puedes contar y con quién no. Lucía y Javier son dos amigos, de 4 años cada uno, chico y chica, que no se separan ni queriendo. Apreciar en dos niños pequeños la unión que no existe en el país, que son los que verdaderamente sufren la plaga de mosquitos, la enfermedad que no se cura por la mala sanidad que existe, el calor insufrible y la humedad que uno podría apreciarla casi manteniendo fija la mirada, es un milagro.

Recorren el poblado de Bakake Pequeño de la mano, cruzando la tremenda vegetación que les rodea y supera su pequeña estatura, cantando canciones típicas en lo que sus padres les esperan en casa, al menos eso es lo que suponen ellos. Allí no hay horarios, si no fuera porque sale el sol y después se pone, si no fuera porque los numerosos gallos cantan. Se duerme cuando el clima lo permite, el trabajo da una tregua y los niños pequeños no están enfermos.

Javier levanta el dedo cuando para y mira a los misioneros que les acompañan a él y a Lucía, enseña los dientes en señal de que está contento y feliz. Quizá estén felices porque se han acostumbrado a una serie de circunstancias que realmente no son normales para su edad, pero lo único que es cierto es que con lo mínimo viven. A veces esos mínimos están incluso por debajo de lo saludable, sin electricidad, variedad en la comida y agua que esté potable sin tener que esperar a enfermar para comprobarlo.

EL PUESTO DE FRUTAS DE ISABEL
Baho Pequeño es otro poblado señero de la Isla de Bioko, que sobresale en mitad de la carretera. Justo ahí es cuando se observa, quizá, la mayor riqueza que puede poseer Guinea Ecuatorial: la fruta. Se puede contemplar una fila de ocho puestos, protegidos por las mujeres del pueblo y los hijos de las mismas. En el último tenderete de la derecha están Isabel y sus tres hijos, dos niñas y un niño.

Rebosante de alegría, con una sonrisa enorme presenta su fruta y la vende en grandes cantidades. Tiene un pequeño huerto donde crecen piñas, que están custodiadas por uno de los muchos perros que habitan en el país. Es como se gana la vida la mayoría de la gente allí, no tienen otra forma de traer el pan a casa, de sentar a los niños a la mesa y ofrecerles, aunque sea, un mínimo diario.

La carretera para Isabel es una salida, porque es el lugar donde expone la materia prima que ella tiene para vender a cambio de unos pocos euros que lleven comida a su casa. Recibe a cualquiera que se acerque a hablar con ella con un abrazo. Ella tiene la misma cara que su hijo varón, la misma sonrisa y el mismo carisma: actitud, optimismo y mucha lucha para sacar a los suyos hacia delante.

EL PAÍS DE LA UTOPÍA
Guinea Ecuatorial es el país de la utopía, el país de lo imposible, el lugar en el que la fachada envuelve la realidad a la que el extrarradio se enfrenta a diario: falta de electricidad, poca variedad en la comida y enfermedades que no se curan por la falta de centros de salud fiables. Tras más de 35 años en el gobierno, los habitantes de la verdadera Guinea Ecuatorial esperan ayudas que siguen sin llegarles. Guinea no se conoce al llegar, se conoce cuando sales a la periferia.