Trump gana, el mundo convulsiona

Terremoto electoral. El excéntrico candidato republicano da la sorpresa y vence en las elecciones estadounidenses tras calar su discurso xenófobo y aislacionista entre la población blanca descontenta con el ‘establishment’

09 nov 2016 / 19:28 h - Actualizado: 10 nov 2016 / 07:25 h.
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  • Donald Trump, en la comparencia tras su victoria electoral. / Shawn Thew (Efe)
    Donald Trump, en la comparencia tras su victoria electoral. / Shawn Thew (Efe)

Un 9 de noviembre pasó a la historia como el día en el que se derribó el muro de Berlín, la barrera que separaba occidente. 27 años después, otro 9 de noviembre y tras una convulsa elección presidencial, un nuevo muro se alza sobre el mundo libre. Una pared aún efímera, quizás en un futuro material, pero a todas luces, regresiva. El republicano Donald Trump ganó las elecciones estadounidenses en mitad de una auténtica conmoción: un populista multimillonario antisistema, públicamente xenófobo y misógino y proclive a romper muchos de los acuerdos que cimentan las relaciones internacionales dirigirá los designios de la aún primera potencia mundial.

Cuando todo parecía dispuesto hacia la ruptura del segundo techo de cristal de la democracia vigente más antigua del mundo, un estallido de victorias republicanas en los estados clave evitó que el mundo asistiera al auge de la primera mujer presidenta de los Estados Unidos de América. Tras 230 años de sistema democrático, los estadounidenses han pasado de elegir su primer presidente afroamericano a llevar hasta la Casa Blanca a un demagogo de discurso feroz y simplón, carente de propuestas y basado en el insulto y la descalificación hacia los poderes democráticos. Hasta tal punto de anunciar no admitir una hipotética derrota electoral. Finalmente no fue así. El apoyo masivo y expreso de ciudadanos blancos, descontentos con las élites políticas, sostiene la histórica victoria del candidato republicano, que a su vez también ha derrotado a las encuestas que daban por seguro el triunfo de Hillary Clinton. El futuro más cercano que se cierne sobre la nación más poderosa del planeta está plagado de incertidumbres.

Es especialmente significativo que estados que en 2008 y 2012 confiaron en el efecto Obama hayan sucumbido ahora al ciclón Trump, diametralmente opuesto en todos los espectros posibles, incluido, por supuesto, el ideológico. La combinación de voto rural y voto obrero desafecto de los poderes públicos, ambos de ciudadanos identificados con el tradicional WASP (White Anglo-Saxon Protestant) y poco tendentes a participar en anteriores convocatorias electorales, anuló la estrategia demócrata inutilizando el sufragio de minorías y del creciente voto latino movilizado en torno a Clinton.

Con lo anterior, Donald Trump se convertirá en el 45º presidente de los Estados Unidos de América. Con el 99 por ciento escrutado, el candidato republicano suma 306 delegados (36 más de los 270 necesarios) para conseguir hacerse con las llaves de la Casa Blanca, frente a los 232 de Hillary Clinton. Pese a que ambos han igualado el porcentaje de sufragios del voto popular, 47,7 por ciento los demócratas y 47,5 por ciento en el bando republicano, y que los demócratas han cosechado más votos, aproximadamente 225.000 más, la victoria se ha declinado del lado republicano tras hacerse con más estados, y por tanto, sumar más votos electorales. Además, los republicanos mantienen el control del Congreso y del Senado, lo que en este segundo estadio asegura al menos dos años de tranquilidad gubernativa, dadas las limitaciones que el sistema presidencialista contempla. Republicanos y demócratas han conseguido mantener los estados en los que análisis previos les daban como favoritos claros: Wyoming, Utah, Nebraska o Texas, afines al magnate, han engordado el zurrón republicano. En cambio, la Costa Este ha votado masivamente por Hillary Clinton: Nueva York, Massachusetts o Vermont. El voto rural ha ido a parar al recuento de Trump, el urbano, como era previsible, hacia las huestes de Clinton. El valor diferencial que ha declinado la balanza hacia el excéntrico multimillonario ha sido su triunfo en estados clave, más allá de Ohio, como Carolina del Norte y Pensilvania, en total, 58 votos electorales sumados y providenciales para alcanzar el éxito del Day Election.

De esta forma, quien prometió levantar un muro en la frontera con México, deportar a todos los «indocumentados» y prohibir la entrada de musulmanes en el país, entre otras lindezas aislacionistas como volar por los aires muchos de los acuerdos internacionales vigentes, ha cosechado una histórica victoria, demostrando ser capaz de derrotar a una política con experiencia en el ejecutivo de Obama –Hillary fue Secretaria de Estado- y que forma parte de una de las grandes familias políticas del Estados Unidos contemporáneo. También a su propio partido, al que se enfrentó al aparato y a los muchos contrarios a su figura como candidato, tras el ascenso meteórico en el proceso de primarias republicano, en el que partiendo desde la última fila en los sondeos, consiguió hacerse con la vitola de presidenciable. El mérito no ha sido otro que lograr entrar en el discurso callejero del malestar con la clase política, polemizando como líder racista que atrae a un colectivo aún latente que se cree víctima de la globalización del país y los flujos migratorios. Una furia populista que ha sido capaz de recoger frutos en el caldo de cultivo de una sociedad que cada vez rechaza más el establishment del que Hillary no ha sabido o no ha podido alejarse.

La candidata demócrata, principal favorita en sondeos y previsiones, y según el New York Times con un 85 por ciento de victoria en los albores del recuento, se vio superada por un torbellino de descalificaciones, juego sucio y asociaciones con el citado vínculo con la élite política, la misma a la que el ciudadano acusa de ser incapaz de solucionar sus problemas. Confirmada la derrota, el director de campaña de la ex primera dama, John Podesta, anunció que no comparecería por el momento: «Hillary Clinton ha hecho un trabajo increíble y todavía no está terminado, hablaremos mañana, ahora id todos a dormid», espetó ante miles de almas demócratas destrozadas. La decisión suscitó críticas en la nación americana, porque rompe una tradición que dicta que el candidato perdedor ha de reconocer públicamente la derrota y felicitar a su contrincante. Aún sin digerir la catástrofe, del todo inesperada, Hillary finalmente sí asumió la victoria de su oponente. A las 11:45, hora local, Clinton compareció ante un emocionado auditorio de colaboradores. Lo hizo acompañada de su marido, el expresidente Bill Clinton y de su hija Chelsea. Caras de luto, tristeza palpable. «Sé lo decepcionados que estáis porque yo también lo siento. Esto es doloroso y lo será durante mucho tiempo», con estas palabras, la candidata demócrata no ocultó la desazón que le ha provocado la derrota, infinitamente más dolorosa que perder las primarias ante Obama en 2008. Felicitó al flamante presidente electo, aunque dejó un último y diáfano mensaje: «el sueño americano es suficientemente grande para todos, para personas de todas las razas y religiones».

Trump, un candidato atípico incluso para el ámbito republicano, ya ganó unas disputadas primarias en las que partía como última opción. Su fulgurante ascenso en los caucus le valió para armar un perfil fuerte y reconocible acentuado en excentricidades para el asalto al Capitolio. Un arma, el la radicalidad, que sin duda le ha sido fundamental para canalizar el descontento y ganar en esta histórica y globalizada concurrencia electoral, pero que no sacó a relucir en su victoriosa comparecencia. En ella, el magnate moderó su discurso hasta límites insospechados, con el consiguiente respiro para las bolsas mundiales, hasta ese momento en plena convulsión. Acompañado por su número dos, Mike Pence, Donald Trump elogió la «perseverancia» de Clinton y confirmó que le había llamado para felicitarle. «Seré el presidente de todos los americanos», aseguró entre los enfervorizados gritos de sus votantes, olvidándose por un momento de la prometida persecución de las minorías y otros mensajes xenófobos. «Los olvidados ya nunca más serán los olvidados», prometió en su primer tuit tras la victoria. «Vamos a reconstruir América», toda una declaración de intenciones en la línea de su eslogan de campaña.

Superada la noche electoral total, se abre un panorama inexplorado. El transcurso de un lunático acostumbrado a la telerrealidad como Donald Trump por los cielos de la alta política internacional, con el mando del país más poderoso del planeta, es todo un mar de incógnitas. Sin embargo, y a la espera de sus primeras medidas como POTUS, su triunfo abre una peligrosa puerta relacionada con el ascenso de mensajes políticos de corte racista, machista y aislacionista, muy vinculados al discurso de la extrema derecha europea. Ya dice un viejo cliché que cuando EE.UU. estornuda, Europa se acatarra.