Más de uno tuvo que echar mano del pañuelo para aguantar en un primer plano la conmovedora mirada del Cristo de Ruiz Gijón. Es el momento álgido de la película Cachorro. Así mueren los hombres, la última obra maestra de Carlos Colón y Carlos Valera para la hermandad del Cachorro. Un tratado cinéfilo que resume a la perfección cinco siglos de devoción y amor para que «Sevilla se impregne de Cachorro», como ha señalado su hermano mayor, Marco A. Talavera.
En su estreno absoluto en la Sala Joaquín Turina, la cinta ha superado la expectación creada. Tanto que quienes se levantaban tras 76 minutos de sobrecogedoras imágenes, saetas del Sacri y Joana Jiménez, y textos dirigidos al corazón daban los siguientes titulares: «Para verlo otra vez», «impresionante. He sentido escalofríos en algunas secuencias de la agonía de Cristo» o «una conjunción perfecta entre arte, devoción e historia. De diez».
La película arranca con dos citas textuales de Unamuno y Pascal para seguir con imágenes de archivo de la hermandad y de particulares, algunas en movimiento de los años 20 que se aprovechan para homenajear a los hermanos que comenzaron esta historia después de que la leyenda del gitano de la Cava inspirara la gubia de Ruiz Gijón.
Entre imágenes de los cultos, del besapiés del Domingo de Resurrección, de la estación de penitencia –con el discurrir por la calle Castilla con el fondo de la torre Pelli–, la línea narrativa se diluye y lleva al espectador de un tiempo a otro y de un acto a otro, entre los que destaca el pasaje en el que se identifica al Cachorro con «el Dios resplandeciente en la agonía» en los momentos de enfermedad o pérdida de un ser querido.
Las referencias a Triana, su gente y sus tradiciones son continuas. De hecho, en uno momento determinado se llegan a proyectar imágenes antiguas de la hilera de carretas del Rocío por la calle Castilla, de la cucaña y una calle Betis de casetas, así como de las primeras cabalgatas de Reyes. Celebraciones que conforman la identidad del arrabal donde reside «la Resurrección Crucificada de Sevilla».
Memorables resultan las imágenes del crucificado por el Postigo, las de la bendición de la Madre y Señora del Patrocinio, «Virgen del fuego renacida», la de María de las Mercedes (abuela del Rey Felipe VI) con la medalla de hermana al cuello, así como la vuelta, ya de noche, por el puente mientras se oye la poesía de Aquilino Durán «Esta noche Manuel, tú sobre el puente...». Instantes que no solo hacen llorar sino que también «hacen sentir terror, un miedo provocado», como ha llegado a reconocer el propio Carlos Valera.