Ya tocaba. Han sido compases de espera interminables. Pero la puerta ojival del templo de San Felipe ya tenía ganas de dejar entrar rayos de sol hasta el último recoveco del altar mayor, donde las insignias, hace una Semana Santa, quedaron postradas entre lágrimas y sollozos del más de medio millar de hermanos que esperaba ver a sus titulares en las empedradas calles del milenario casco histórico de la ciudad de Carmona. No hubo que llamar al Aeropuerto, ni siquiera ver el radar de precipitaciones. Calor. Pero, bendito sea...
La majestuosa talla que Jorge Fernández Alemán tallara en 1521 sobre la imponente barca neogótica que Guzmán Bejarano dejara para la posteridad volvieron a hacer catequesis por las calles de intramuros, bajo los sones clásicos de la Centuria Macarena, que tanto cariño le demuestra al Cristo de la Amargura. Tras él, como siempre, la bellísima Virgen del Mayor Dolor (Hita del Castillo, 1762), con esa dulzura en su rostro, y sus manos entrelazadas, la más bella talla de María que procesiona en Carmona con su palio ya a medio bordar en sus bambalinas, obra de los maestros carmonenses Benítez y Roldán.
Un Lunes Santo marcado por el viento que amainó, a Dios gracias, antes de que Alfredo y Ángel Lara tomaran el martillo, y con nuevas túnicas para los más de sus 300 nazarenos. Momentos que encogieron los corazones, y que tardaron dos años en volver, como el paso por las Hermanas de la Cruz, tan celestial y necesario en los tiempos que corren. Y la salida más allá de la Puerta de Sevilla, hacia extramuros, por una calle Joaquín Costa con centenares de personas que aguardaron durante más de una hora la llegada de la cofradía. Centuria encadenó, chicotá tras chicotá en la empinada cuesta, Esperanza Nuestra, Señor de la Sentencia, Toma tu cruz y En tus manos Macarena. La Virgen del Mayor Dolor subió, en un esfuerzo casi titánico, a los sones de Mi Amargura, A ti Manué y Estrella Sublime de la Banda Municipal de Aznalcóllar.
Y ese discurrir por la popularmente conocida como Cuesta de la Fuente, dio paso a intramuros, de nuevo, pero hecho barrio. Ese barrio que aún guarda el regusto de las casas de vecinos, de la calle Ancha, la Plazuela de la Romera, de mañanas de Lunes Santo ultimando detalles y dejando impecable la túnica blanca y capirote negro de luto. Una ojiva que pudo disfrutar, sin sobresaltos, de otro Lunes Santo más. Lunes Santo que en Carmona se pronuncia San Felipe.