‘Andandito’ Pilato, sin prisa, que la ‘Calzá’ siempre espera

San Benito volvió a redimirse con un barrio que despliega fe

11 abr 2017 / 23:00 h - Actualizado: 11 abr 2017 / 23:35 h.
"Cofradías","Martes Santo","San Benito","Semana Santa 2017"
  • Poncio Pilato y Jesús de la Presentación al Pueblo, paso de misterio de San Benito. / Manuel Gómez
    Poncio Pilato y Jesús de la Presentación al Pueblo, paso de misterio de San Benito. / Manuel Gómez

Sobremesa del Martes Santo. Hasta las entradas de sol se han agotado en el viejo arrabal de la Calzá. Allí, un tropel de adeptos a la fe de David –o de apóstatas, agnósticos e iconoclastas rendidos a cómo celebra el credo su vecino, qué más dará– guardan estoica espera, disimulando una crecida de sudor cuello abajo, bajo los 30 grados que caen a plomo desde un cielo despejado, dominado por un colosal haz de luz tan cegador como sofocante.

Pasan las cuatro de la tarde cuando, en mitad de un ambiente de balcones con colgaduras, reencuentros anhelados y júbilo flotante, una corneta anuncia batalla. Suena Toques de la Calzá antes que el respetable aplauda a rabiar. Corcheas que besan el aire contenido, pregoneras de una presentación que ya llega.

Es la Agrupación Musical Nuestra Señora de la Encarnación, propia de la cofradía, la que ha descorrido el velo de emoción antes de que la cruz de guía asome bajo el dintel de San Benito Abad, parroquia dedicada a la orden que en época medieval cristianizó las huertas extramuros de la ciudad primitiva. Entonces era éste el camino de la Cruz del Campo, el preciso rumbo de la semilla de lo que hoy es la Semana Mayor de Sevilla.

De par en par el portalón, germina, como si fueran gladiolos, un excelso tropel de nazarenos. La penitencia de once horas de trayecto apenas es comparable a la de portar un fresquito antifaz de terciopelo, esa tela tan poco ponible cuando la primavera se pone incandescente.

El segundo de los tramos, compuesto por los más jóvenes hermanos exhibe una liturgia de pureza canónica: canastos repletos de azúcar, estampitas que saltan a los costados, manos extendidas que buscan el abrigo del progenitor que los guía.

El frenetismo torna la perspectiva. Arrecia la orden del diputado, que impone todo un paso de mudá entre los del capirote morado. Lejos de los augurios de lluvia de años atrás, el motivo del rápido trajín lo da otro fenómeno climático. Hay que abandonar rápido las primeras grandes avenidas, cobijarse pasado el Muro de los Navarros y enfilar las angostas –y más fresquitas– calles del centro.

Despachado el trámite, un dorado refulgente asoma. Aquí está Pilato, ese funcionario romano que pudiendo salvar al Hijo de Dios, lo entregó a su crucifixión. Jesús de la Presentación al Pueblo hace acto de presencia, justificando el porqué de su advocación. «Aquí tenéis al hombre», la evangélica frase parece resbalarse desde los labios inertes del prefecto de Judea, mascarón de proa de un navío dorado que revira acompasado, excepcionalmente en la salida, por los sones de la Banda del Cristo de la Sangre, histórica compañera del crucificado que ha de venir pero que por el 25 aniversario de su fundación despliega su arte en la partida del misterio y en la llegada, entrada la madrugada, del palio. Vuelan estéticas las plumas de los soldados que escoltan a un Pilatos de rictus empático, como sabedor de la tropelía que espera al Hijo de María.

Si Lastrucci bordó uno de los misterios imprescindibles, la gubia de Buiza hizo de un pino de Flandes una talla magnánima. Un imponente crucificado que atraviesa la nebulosa de incienso para cuadrarse ante su gente. Ese es el Cristo de la Sangre, sobre un monte de claveles rojos y la grafía aramea sobre sus potencias: Rey de los Judíos. Y monarca, también, de esta Calzá devota que le reza.

Caminantes los dos primeros pasos, la Virgen de la Encarnación vuela hasta la corredera. Encarnación coronada, la Banda de la Puebla también celebra 25 aniversario con un portentoso toque. Ahí va, esa madre al encuentro de su hijo, cinco lágrimas de cristal que pese al dolor que revelan, alivian el tormento de quien a ella se encomienda.