El final del principio

Puente del Ajolí. La llegada de los romeros a la aldea desborda las emociones como epílogo de un camino de autenticidad que siempre conduce a las aguas sanadoras de la Virgen y a la estancia en El Rocío

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
18 may 2018 / 23:40 h - Actualizado: 19 may 2018 / 10:25 h.
"Rocío","El Rocío 2018"
  • El Simpecado de La Algaba, rodeado de peregrinos, sobre el puente del Ajolí. / Fotos: Jesús Barrera
    El Simpecado de La Algaba, rodeado de peregrinos, sobre el puente del Ajolí. / Fotos: Jesús Barrera

La arena impide ver las tablas. También los nombres de las hermandades filiales que hay grabados en ellas. No importa. El puente está ahí y late con fuerza con cada pisada de fe, cada abrazo de emoción, cada baile por sevillanas y cada viva que sale de dentro del alma como epílogo de la autenticidad de un camino que siempre conduce a las aguas sanadoras del Rocío de la Virgen. Es el final del principio. O el principio del final. Ajolí de vida que cruzan los que lo han dejado todo para embarrarse de sentimientos, «un año más» y «estar cerca de Ella».

El hermano mayor de La Algaba no puede ocultarlo. Su rostro irradia la felicidad paterna de quien ve a sus hijos llegar a buen puerto, no sin esfuerzos y sacrificios. Disfruta como el que más viendo al grupo de hermanos que, pese al cansancio de cuatro jornadas a pie, se pone a cantar y bailar delante de la carreta del Simpecado. «Es una alegría inmensa llegar al puente del Ajolí. Es que esto ya es El Rocío», se sincera Pedro Piñero mientras agradece con las dos manos agarradas el ‘¡Viva el hermano mayor!’ que le dedica su gente, su pueblo rociero, con quien disfruta la eternidad de lo efímero. En especial con un viejo amigo y ex hermano mayor, Diego Calderón, que hace balance de todo lo vivido hasta el momento: «Está siendo extraordinario. Lo mejor es la armonía que llevamos y que todos estamos muy unidos».

Tanto que no olvidan los que se han quedado en casa pero llevan anudados en sus cordones de hermanos. Más aún los que tienen problemas de salud. «Ahora cuando nos presentemos pediremos por todos los enfermos de La Algaba y por alguna peregrina que nos acompaña este año y que necesita de la gran ayuda de la Virgen para recibir la donación de un órgano», asegura Diego, sin entrar en más detalles y con la voz entrecortada por la emoción de su revelación. Más aún cuando echa la vista atrás y fija su mirada en el lazo rosa que está anudado en una de las columnas delantera de la carreta. «También llevamos las flores en tonalidad rosa por el cáncer de mama». Sus pisadas, como las de los cientos de algabeños, hacen crujir las entrañas del Ajolí mientras que Rafael, el carretero, da las órdenes justas para que Brillante y Bandolero, los astados de la junta que lleva el Simpecado, dejen pronto el puente después de haber estado «de once» en todo el camino.

Sin apenas demora una nueva caballería anuncia la llegada de otra hermandad. El caudal de la alegría se desborda con los romeros de Lebrija. Este año sobran los motivos. «Nos acompaña El Cuervo, por primera vez como hermandad canónica», apunta el hermano mayor, José Tejero, que lleva a gala su amor a la Virgen al confesar su particular credo de «nací para ser rociero por la gracia de Dios». Junto a él, José de la Cruz Torrejón, máximo responsable de la nueva hermandad ahijada atendiendo una llamada por teléfono. Sus palabras son el mejor pregón de lo que está por llegar. «Es el punto de encuentro de que ya hemos llegado al Rocío. Ya lo que nos queda son cuatro pasos para ver a la Señora, que está en su ermita esperando a todos los peregrinos».

Algunos reciben el bautizo en este Jordán rociero, puerto de la gloria en los días previos de Pentecostés. Ana y su hijo de nueve años reciben las aguas a través de la medalla de uno de los hermanos veteranos de Lebrija. Otros se empapan de todo en lo alto del puente. «Me quedo con la connivencia que se crea entre las personas. También el respeto y el cuidado que se le da a los sacerdotes», explica el párroco de La Oliva, Manuel Arroyo, que no se separa del Simpecado.

La tarde sigue avanzando con las crecidas de romeros, que, como dice aquella sevillana, «nadie corta mi camino/ ni lluvia ni tempestades...». Es lo que le ocurrió a la hermandad de Coria del Río. No fue la lluvia sino el cansancio de los bueyes –de nombres Canasto y Ramito– lo que retrasó su llegada. El cruce del Alojí fue cinco horas después de lo previsto. Pero, qué más da. Igual que no hay horas para la fe. Tampoco las hay para El Rocío, donde el principio es el final y el final, el principio de todo.