Cara y cruz de Carlos III

A pesar de la tensa relación que tuvo con las tradiciones seculares, este monarca perteneció a varias hermandades

02 abr 2017 / 17:18 h - Actualizado: 02 abr 2017 / 17:24 h.
"Cofradías"
  • Detalle de plano de Sevilla elaborado por Olavide en 1771.
    Detalle de plano de Sevilla elaborado por Olavide en 1771.

Con el acceso al trono de Carlos III en 1759, procedente de Italia, nuestro país se prepara para una nueva etapa conocida como «despotismo ilustrado», encabezada por el gobernante más brillante de todo el siglo XVIII. Un hombre que fue capaz de enfrentarse a los poderes de la Iglesia, representados por el anquilosado modelo de la Santa Inquisición, y que no cesó en su empeño de reformarlo todo a toda costa. Pese a ello, el nuevo monarca supo hacer gala de su piedad cristiana dando luz verde a la fundación de monasterios, creando seminarios o tratando de imponer la doctrina eclesiástica en muchos casos. Aún así su popularidad se vería mermada por mor de su cruzada contra las tradiciones seculares, entre las que se encontraban las multitudinarias romerías y las celebraciones folclóricas rayanas en la superstición. El punto de inflexión tuvo lugar en abril de 1767 con la expulsión de la Compañía de Jesús, cuyo cumplimiento se llevó a cabo en Sevilla de modo fulminante al día siguiente de su promulgación. En esta singladura dieciochesca hay que incluir al influyente Pablo de Olavide, asistente del monarca cuyos inicios como reformista urbano, y posteriormente como intendente de Andalucía, le condujeron a protagonizar algunos de los hitos históricos más importantes de la capital del sur. No en vano, en su tiempo vieron la luz obras notables en todos los ámbitos de la sociedad sevillana, como la creación de la Puerta de San Fernando, la Plaza de Toros, la primera perrera municipal, la Atahona o fábrica de harina y la Escuela de Pintura y Dibujo. A lo que hay que añadir la finalización de la Fábrica de Tabacos, la reinstauración de las representaciones teatrales, el ensanche de la plaza del Altozano y la aparición del primer periódico semanal, conocido como La Gaceta de San Hermenegildo.

Volviendo a Carlos III y a su relación con la Semana Santa, es importante reseñar la Real Orden firmada por el monarca en 1777 por la cual se prohíbe la participación en las procesiones de los tradicionales disciplinantes, empalados y todo género de penitencia y mortificación pública. El caso de los primeros era una práctica habitual en los cortejos sevillanos de la época, cuya imagen lacerándose las espaldas mediante flagelos ilustraba muchas de las estampas de la celebración, dentro y fuera de sus fronteras. Otro asunto ciertamente polémico fue la prohibición de que los cofrades hiciesen estación con la cara cubierta, debiendo efectuarla con el «traje de serio». Lo cierto es que las nuevas medidas se llevaron a cabo mediante la institución de un control en una casa de la Cruz de la Cerrajería —en la confluencia de las calles Cerrajería, Sierpes y Rioja—, formada por un equipo de personas entre los que se incluían escribanos, alguaciles y ministros armados. Asimismo, y frente a la Cárcel Real de la calle Sierpes, se situaban los alcaldes del crimen con el mismo cometido. Con este escenario era inevitable la disminución del número de cofradías, mientras que muchas de las que permanecieron activas debieron adaptar sus reglas a los nuevos tiempos o, sencillamente, redactar unas nuevas. De un modo u otro, la relación del rey con las hermandades no siempre fue negativa, y ello lo prueba su presencia en las nóminas del Silencio —donde le nombran Hermano Mayor honorario en 1762, San Bernardo —por su vinculación a la Fábrica de Artillería creada por el propio monarca—, la Santa Cruz de Jerusalén o Los Servitas, a la que concede el título de real.