Cinco Llagas para 14 estaciones

El Crucificado de la Trinidad ha arrastrado hasta la Catedral a centenares de sevillanos para el rezo del Viacrucis de las Cofradías, primer gran acto público de la Cuaresma sevillana

16 feb 2016 / 00:00 h - Actualizado: 16 feb 2016 / 00:04 h.
"La Trinidad"
  • El Cristo de las Cinco Llagas de la Trinidad en el interior de la Catedral de Sevilla. / Manuel Gómez
    El Cristo de las Cinco Llagas de la Trinidad en el interior de la Catedral de Sevilla. / Manuel Gómez

Nunca antes, al traspasar el cancel de la Trinidad, habrá acaparado tantas miradas ni escuchado tantas súplicas. Nunca antes, probablemente, tantos ojos se habrán clavado en su dulce anatomía para compadecerse de su muerte, de los tormentos sufridos en la Vía Dolorosa, de las cinco llagas que estigmatizan su cuerpo. Aupado a su dorado canasto procesional y envuelto en esa atmósfera de nostalgia y honda tristeza que se apodera del Sábado Santo, el último Crucificado de la Semana Santa pasa casi desapercibido en ese tobogán de horas agridulces que conducen a la Pascua de Resurrección. Por eso la fría tarde de este primer lunes de Cuaresma se convirtió para centenares de sevillanos en una oportunidad única para recrearse en los perfiles y detalles de un Cristo que, pese a su juventud –sólo 14 años le contemplan–, ha heredado una devoción de siglos en la Ronda Histórica y se ha consolidado como una de las grandes obras de la imaginería contemporánea.

La cuadragésimo primera edición del Viacrucis de las Cofradías no fue un ejercicio penitencial para grandes masas, pero sí un acto piadoso y solemne marcado de principio a fin por el decoro, la austeridad y la cuidada estética que una cofradía de corte popular como la del Decreto le supo imprimir a este primer gran acto público de las Cuaresma sevillana.

Cuando con más fuerza el sol reverberaba sobre el precioso compás del templo trinitario, pasadas las cinco y media de la tarde, el Cristo de las Cinco Llagas traspasaba el dintel de la Basílica Menor de María Auxiliadora, una de las siete puertas santas declaradas por el Arzobispado en este Año Jubilar de la Misericordia, iniciando así un recorrido de casi tres horas hasta la Catedral, donde se rezaron las catorce estaciones. Antiguo alumno saleasiano, el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, portó las andas del Crucificado en este primer relevo que lo conducía a la calle, compartiendo privilegio con los hermanos de más de 50 años de antigüedad en una cofradía que va camino de cumplir cinco siglos de historia.

Más de 300 hermanos integraron el cortejo de acompañamiento –cera roja y medalla de cordón blanco y verde al cuello–, encabezado por un delicioso primer tramo de niños, que apenas levantaban unos palmos del suelo. Delante de las andas, el eco lastimero de la capilla musical y las voces blancas de la Escolanía Salesiana de María Auxiliadora, interpretando motetes de Cristóbal de Morales, Tomás Lusi de Victoria, Vivaldi, Bach o Vicente Gómez Zarzuela, entre otros. Y tras la estela del Crucificado, las oraciones y los rezos del Santo Rosario, entonado por el preste que cerraba la comitiva.

Antes de conformarse el cortejo, en el interior del templo trinitario, los hermanos del Decreto celebraban una misa solemne presidida por el director espiritual de la hermandad, el salesiano Francisco Ruiz Millán, quien invitó a sus hermanos a «acompañar a Jesús en la cruz con una actitud devota y piadosa». «No salimos a que la gente vea nuestros enseres o nuestro patrimonio. El camino de Jesús por la Vía Dolorosa de Jerusalem fue un camino de humillación. Y nuestra actitud debe de reflejar eso».

Nada más salir, el Crucificado recibe los rezos y los cánticos de las monjas del Beaterio de la Trinidad y discurre ante la desacralizada iglesia de Santa Lucía, sede refugio para esta hermandad en los años de la invasión napoléonica. Por los adoquines de Enladrillada la comitiva discurre silente en un ambiente de piedad y recogimiento. Se escucha el racheo de los pies bajo las andas, que comanda en su estreno como capataz Carlos Villanueva.

Cae la tarde. Las luces del crepúsculo sorprenden a la comitiva cuando serpentea por la Alfalfa y discurrre por calles tan novedosas para un cortejo procesional como la de Manuel Rojas Marcos. En las angosturas de Argote de Molina, los casquillos del stipes de la cruz acarician sus blancos muros. Un recorrido soñado que conduce al Crucificado trinitario a la estrechez de Placentines. Al salir de ella, un relevo de la Policía Local –Cuerpo que tiene por Patrona a la Esperanza de la Trinidad– porta las andas.

Al filo de las ocho y media, hora convenida, el bronce de las campanas de la Giralda convoca a los sevillanos al rezo de las catorce estaciones del Viacrucis. Aún quedaba un recorrido de vuelta a casa en una noche gélida pero gratificante para el alma.

Álvarez duarte contempló su obra en la catedral

Lusi Álvarez Duarte se convirtió este lunes en el segundo imaginero en tener la oportunidad de contemplar a una de sus obras presidiendo el Viacrucis de las Cofradías. El imaginero afincado en Gines eligió la Catedral para disfrutar de la contemplación de un Crucificado que talló en 2002 inspirándose en una foto de la Esperanza de la Trinidad. «Fue mi modelo. Desde chiquitio, la primera Virgen que vi fue Ella». El Cristo de las Cinco es «el Hijo de la Esperanza».

«Amar a los más pobres»

El arzobispo de Sevilla dirigió la reflexión final como culminación al rezo de las catorce estaciones. Asenjo deseó a todos que «la práctica del viacrucis en esta Cuaresma aliente nuestra conversión y nos ayude a prepararnos intensamente a las celebraciones del Misterio Pascual». «La contemplación del amor inmenso de Jesús por nosotros debe llevaros a fortalecer nuestra fraternidad, a amar y servir a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres y necesitados».