Microrrelatos que, a modo de fábula, honran la memoria de los que hacen grandes las Glorias a través de su amor a la Virgen. El escritor Antonio García (Sevilla, 1961) ha abierto este viernes la puerta a un nuevo ciclo letífico en Sevilla con un pregón novelado y ausente de versos en el que ha compilado cinco conmovedoras historias personales que resumen el «mensaje de Esperanza y alegría» que irradian las hermandades de Glorias.
Ante la imagen de la Virgen de la Cabeza en la Catedral, García ha exaltado durante poco más de una hora el patrimonio humano de las corporaciones letíficas, aportando una visión ejemplar y que sacude las conciencias. En un tono ameno y con una descripción literaria como corresponde a su condición de escritor, el pregonero arranca su texto en el Arco de la Macarena, un hito mariano por la «oración tallada en el mármol de una lápida» con la que en 1923 se consagra a María esta antigua puerta: «...Amor de los Amores de Sevilla [de ahí el título del pregón] y Esperanza única de los mortales».
Hasta el Arco hace confluir las distintas historias en las que aparecen continuas referencias al Año Jubilar que está celebrando el orbe católico. Hasta en 23 ocasiones aparecen las palabras «misericordia» o «misericordioso». En un primer capítulo (Nunca más sola), el fiscal de la Macarena expone la historia de Margocha, una niña bielorrusa que pide ser bautizada en Sevilla al descubrir la fe de la mano de su familia de acogida. La pequeña «de ojos azules» dicta una «sentencia contundente e irrevocable» cuando trata de explicar al párroco de Santa María la Blanca cuáles son los motivos: «Porque podré tener siempre cerca a la Virgen, a su Hijo y a Dios y ya nunca más volveré a estar sola».
No menos emotiva resulta la segunda historia que se sucede en Triana. En Los caminos de la vida se plasman las sensaciones de «un viejo rociero» que sufre varios reveses al tener que dejar la casa de vecinos de toda la vida y perder a su esposa por una «maldita enfermedad». Aún así mantiene intacta su fe porque, como confiesa, «la vida es imposible vivirla sin Dios». Moraleja que hace saltar alguna lágrima como el momento en el que García llega a gritar un rotundo «¡Viva la Madre de Dios, Viva la Virgen del Rocío!» como «himno» del «mar de sombreros que taladran el aire de las marismas» cuando alcanza la puerta de la ermita.
A continuación, el pregonero acude a la Costanilla para contar «la caridad inmensa de Eugenio» (La Salud del mundo), un veterano cofrade que lo más lejos que ha viajado ha sido «con el Betis hasta Tiblisis» pero que lleva a rajatabla aquello de «que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha». Sobre el «cirineo de los dolores de sus hermanos», como lo define, expone que pasa las horas de la procesión de la Salud de San Isidoro «acompañando a enfermos, que no tenían familias en los hospitales, [...] a los que lleva la sonrisa del Chato».
En el cuarto capítulo (Soy de Sevilla) alude al «legado» que fue revelado a Fray Isidoro «en un monasterio» sevillano y que «se extendió a todo el mundo» para «proclamar la condición de la Virgen como Divina Pastora». Por último, el pregonero rememora su infancia «en el umbral de la gran puerta», de nuevo el Arco, al que iba en octubre de la mano de su madre para escuchar «el soniquete popular» del «Rosario de la alegría», transmitiéndole así los sentimientos de «la gente de la Macarena».