Con la venia de Su Majestad

El rey Felipe VI protagoniza un Lunes Santo para la historia con una insólita visita en la que disfruta de las procesiones «a pie de calle» y preside el palquillo de la Campana

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
30 mar 2015 / 23:45 h - Actualizado: 31 mar 2015 / 14:36 h.
"Lunes Santo","Semana Santa 2015","Rey Felipe VI"
  • Salida Hemandad de la Vera-Cruz. / Inma Flores
    Salida Hemandad de la Vera-Cruz. / Inma Flores
  • La Hermandad de Santa Genoveva. /José Luis Montero.
    La Hermandad de Santa Genoveva. /José Luis Montero.
  • La Hermandad de las Aguas. / Jose Luis Montero
    La Hermandad de las Aguas. / Jose Luis Montero
  • Hermandad de Las Penas de San Vicente. / Manuel Gómez
    Hermandad de Las Penas de San Vicente. / Manuel Gómez
  • Salida de la Hermandad Redencion / Inma Flores
    Salida de la Hermandad Redencion / Inma Flores
  • La Hermandad de las Aguas. / Jose Luis Montero
    La Hermandad de las Aguas. / Jose Luis Montero

Le faltaron bolsillos para recoger la colección de estampas y medallitas que recibió en las cuatro horas que estuvo viendo cofradías en Sevilla. Felipe VI quería vivir una Semana Santa «a pie de calle» y empaparse de lleno de todas las vivencias. Fue lo que hizo en el primer Lunes Santo de su reinado, al realizar una visita histórica y cercana que difícilmente olvidarán los hermanos del Polígono de San Pablo, la Redención, Santa Genoveva, Santa Marta y el Museo.

El monarca aprovechó su estancia en la ciudad con motivo del 75 aniversario de Persán para, a título personal, echar la tarde disfrutando de procesiones. La ruta trazada se alejaba de lo acostumbrado hasta ahora por la Casa Real. Ni parada en Pasión ni en los palcos de la plaza de San Francisco, donde ya estuvo como Príncipe de Asturias en 1984. Ahora prefirió pasear por la calle como un cofrade más, ir a la Campana, sentir la bulla en la delantera de un paso, visitar templos y hasta colgarse al cuello la medalla de una hermandad, la del Polígono de San Pablo para orgullo de sus jóvenes hermanos y de todo el barrio.

Ya había salido el Polígono de San Pablo y se disponía a hacerlo Santa Genoveva, cuando llegaba la noticia de que el rey estaría en la Plaza de España para ver pasar a la cofradía del Tiro de Línea por el Parque de María Luisa. La noticia llenó de alegría a Dolores, vecina y devota del Cautivo: «Es una satisfacción, con todo lo que hemos luchado en esta hermandad, donde empezamos recogiendo chatarra y botellas, que ahora nos vea un rey...».

Desde la balconada de la Torre Sur, sede de la Delegación del Gobierno en Andalucía, Felipe VI contempló a los primeros nazarenos en compañía de la presidenta electa de la Junta de Andalucía, Susana Díaz; el alcalde Juan Ignacio Zoido y el arzobispo Juan José Asenjo. El protocolo con el que recibió al primer paso cambió radicalmente con la Virgen de las Mercedes. Al vislumbrar el palio, no dudó en bajar y disfrutar sonriente en la delantera, entre la bulla de vecinos y curiosos que traía. De la mano de los Villanueva llamó al paso, al que acompañó unos metros con la vara dorada. El entusiasmo del momento llevó a algunos hermanos a gritar un sentido «¡Viva el rey!»

Se perdía por el arbolado el palio despojado de sus bordados, mientras que en el ambigú en la Delegación del Gobierno con el Consejo de Cofradías, el rey conocía más detalles de la Semana Santa. Lutgardo García le entregaba un ejemplar del pregón que había dado con la siguiente dedicatoria: «Estas páginas escritas con el tinte azul del cielo de Sevilla. Cielo que lleva en sus reales venas».

La siguiente parada fue en la plaza del Museo. Allí el monarca rezó ante los pasos del Cristo de la Expiración y la Virgen de las Aguas, dejando además su firma en el libro de honor de la hermandad decana del Lunes Santo. «Todo un honor», resumía escuetamente su hermano mayor, mientras veía cómo el rey lucía en la solapa la pegatina con el escudo de las tres cruces del Museo.

Como suele hacer en algunos actos como el Día de la Banderita de la Cruz Roja en Madrid, Felipe VI dejó el coche oficial para hacer a pie trayecto que va de la capilla del Museo a la Campana. Su discurrir por la calle Alfonso XII fue una auténtica procesión de aplausos, apretones de manos y gestos de cariño de los sevillanos que se iba encontrando a su paso y que no dejaban de hacerle fotos.

No estaba previsto pero la junta directiva de José María Font estuvo rápida al abrir las puertas del templo de San Gregorio e invitarlo a pasar con la vara dorada. Era de esperar, pues Su Majestad es hermano mayor honorario del Santo Entierro.

Al llegar a la Campana le esperaba el palio del Polígono de San Pablo. Nada más verlo, el hermano mayor le dio una medalla de hermano. Ni se lo pensó. Se lo colgó de inmediato para alegría de esta joven corporación que lleva solo siete años haciendo estación de penitencia a la Catedral.

Minutos después, y de nuevo en compañía de la presidenta de la Junta, el alcalde y el presidente del Consejo, concedía la venia a la Redención. Su hermano mayor le hacía entrega de dos sobres para la Princesa de Asturias y a la infanta Sofía. Al llegar el palio, salió del palquillo de la Campana para llamar al paso. Se vivió uno de los momentos más destacados. La Campana se vino abajo con la oportuna saeta que cantó Manuel Cuevas: «Qué orgullo has de tener/ Rocío de mis entrañas/ que a ti venga a ver/ hasta el mismo rey de España». Todos estaban disfrutando, tanto que no importó que la tarde empezara a acumular unos minutos de retraso.

Para completar estas vivencias cofrades, el rey se trasladó por último a la iglesia de San Andrés. Allí escuchó el doblar de las campanas y la leyenda de la rosa roja que brota de la mano del Señor de la Caridad. Pero a este Lunes Santo aún le quedaba mucho por vivir. Por la Magdalena, discurría una marea blanca de nazarenos, algunos con los cirios doblados por el calor. El misterio del Soberano Poder de San Gonzalo no defraudó. Ni fuera ni dentro de la Campana, donde se ganó el primer aplauso rotundo de este año.

A esa misma hora, las Aguas tomaban el Arenal. Lo hacían con la mirada puesta en Guadalupe, la Virgen aniñada «por la que no pasan los años», como señaló su autor, Luis Álvarez Duarte, en referencia a los 50 años de su hechura. Un aniversario que El Sacri recogió en una emotiva saeta: «Sale llorando al mirarte/ el niño que te talló/ porque puso to’ su arte/ el alma y el corazón/ Guadalupe en tu semblante».

No sería la única saeta del Sacri. Su inconfundible voz también se escuchó más tarde en la entrada de la Vera-Cruz, cuya dolorosa portó en su pañuelo la promesa de una hermana. La noche permitió contemplar la sobriedad de Jesús de las Penas y el palio de la Virgen de los Dolores, completamente restaurado. Fue el ocaso de un Lunes Santo para la historia, colmado de gozo real. ~