Con la cruz al hombro, Jesús Nazareno recorrió las calles de Lora del Río camino del Calvario. Pero el pesado madero se hizo una liviana carga ante la dificultosa salida desde su capilla, donde los costaleros dieron muestra de habilidad al sacar los pasos arrodillados bajo las trabajaderas. Momentos que hicieron contener la respiración del público, en una estampa revivida tras cuatro años de ausencia.
Porque Lora estaba de estreno. La hermandad de Nuestro Padre Jesús y la Virgen de los Dolores no hacían estación de penitencia desde su templo desde el año 2012, cerrado por obras de conservación. Por ello, la expectación era máxima en este Miércoles Santo de sol cayendo a plomo sobre la capilla de Jesús. Cuestión que no impidió que un inmenso gentío se congregara ante las rejas del recinto para presenciar la imponente salida.
En un medido ritual, los costaleros avanzaron con precisión milimétrica para descender primero los tres escalones que llevan hasta el cancel y, posteriormente, para hacer pasar los pasos por la angosta puerta, que a duras penas tiene cabida para las andas. Con las patas y los respiraderos desmontados, de rodillas primero, a gatas después y ya con las últimas trabajaderas sentadas en el suelo, los pasos consiguieron dejar atrás el templo y entregarse a la multitud, expectante y sobrecogida ante tal titánica labor. Con ambos pasos, los costaleros fueron avanzado a cuatro patas hasta superar el complicado dintel, alzar las andas al cielo y arrancar así la primera ovación. Afanados en recomponer los pasos, y entre abrazos de júbilo por la hazaña, continuaron el discurrir normal de la procesión.
La cofradía, compuesta por unos 450 nazarenos de túnica y capa moradas y antifaz blanco, recorrió las calles céntricas del pueblo, siendo recibida por la corporación municipal ante el Consistorio y por el clero y representaciones de las demás hermandades a su paso por la parroquia. La cofradía volvió a regalar imágenes para el recuerdo, como la revirá en la esquina de Los Quinteros, su discurrir por la popularmente conocida como calle Cabra, la calle Cristo o la revirá en el convento de las Mercedarias.
La Santa Cruz de Jerusalén en antifaces, cera o detalles de los pasos; el monte de claveles rojos del Nazareno y el templete con la custodia ante Él, o las rosas blancas del palio y la pintura de Santa María de Setefilla en la gloria del techo eran detalles comentados por el público que se distribuía por esta vía dolorosa loreña hasta el monte Calvario.
Sobre la una de la madrugada, y tras idénticas y complicadas maniobras que en la salida, los pasos quedaron arriados en el interior del templo. Una completa estación de penitencia en la que todo el pueblo, representado por sus costaleros, se puso de rodillas para ayudar al Señor de Lora en el tránsito con el ominoso madero.