Derretidos por una emoción desbordada

El calor marca un Martes que cerró de madrugada en Campana

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
01 abr 2015 / 14:04 h - Actualizado: 01 abr 2015 / 17:28 h.
"Martes Santo","Semana Santa 2015"
  • Hermanda de San Esteban. / José Manuel Montero
    Hermanda de San Esteban. / José Manuel Montero
  • Hermandad del Dulce Nombre. / Manuel Gómez
    Hermandad del Dulce Nombre. / Manuel Gómez
  • Hermandad de Santa Cruz. / Inma Flores
    Hermandad de Santa Cruz. / Inma Flores
  • Hermandad del Cerro del Águila. / Pepo Herrera
    Hermandad del Cerro del Águila. / Pepo Herrera
  • Hermandad de Los Javieres. / Inma Flores
    Hermandad de Los Javieres. / Inma Flores
  • Hermandad de San Benito. / Pepo Herrera
    Hermandad de San Benito. / Pepo Herrera
  • Una multitud se agolpa en la Alfalfa para ver el discurrir de María Santísima de La Candelaria. / José Luis Montero
    Una multitud se agolpa en la Alfalfa para ver el discurrir de María Santísima de La Candelaria. / José Luis Montero
  • Derretidos por una emoción desbordada
  • La virgen de los Dolores del Cerro, en su barrio. / P. Herrera
    La virgen de los Dolores del Cerro, en su barrio. / P. Herrera

{El abanico y la botella de agua se sumaron ayer al kit cofrade. Imposible salir sin ellos. En especial, en las horas centrales del día en las que el termómetro se disparó y superó los 33 grados. Fue un Martes Santo de manga corta, sin catenarias en la calle San Fernando y con 45 minutos de retraso al final de la jornada en Campana debido a varios desvanecimientos de costaleros y acólitos por golpes de calor. Ello propició que el palio de Santa Cruz llegara al inicio de la Carrera Oficial minutos después de las doce de la noche, ya en Miércoles Santo.

Los servicios sanitarios no tuvieron descanso por las altas temperaturas. Los desmayos e incidentes menores ralentizaron el paso de las cofradías. El Cerro del Águila fue una de las hermandades más afectadas por el azote del mercurio. Más de 30 nazarenos requirieron de atención médica en el interior de la Catedral, donde se instaló un improvisado hospital de campaña desde primera hora de la tarde.

Ya antes de entrar en la Carrera Oficial, en la calle Velázquez, las mujeres del barrio que escoltaban a la Virgen de los Dolores llevaban en su piel las huellas de la dura penitencia. El calor ponía a prueba su fe. Inquebrantable, desde luego, pues no se movieron de la trasera del palio. Abanico en mano y mochila a la espalda, no dejaron ni un instante de caminar tras la dolorosa de Sebastián Santos. «Con calor o agua, siempre con Ella», indicaba María, que a sus 81 años venía con sus zapatillas planas dispuesta a completar las más de 14 horas del recorrido. Antes de entregar su Virgen a Sevilla en la Campana, ellas y otros tantos vecinos protagonizaron una despedida muy emotiva. Pétalos, sentidos vivas bajo las trabajaderas y desde las aceras, y cantando «Dios te Salve María...» de la marcha Encarnación Coronada. Un momento único: El Cerro del Águila llegaba al corazón de Sevilla –ya van 26 años–, y con él se derretían todas las emociones, como también lo hacían las bases de los cirios que portaban los nazarenos y que, en su mayoría, se habían corvado a la altura del antiguo matadero. Orgullo de barrio y de hermandad en sus nazarenos y en sus pasos. Después de 14 años se presentaban terminadas las andas del misterio con los apliques de orfebrería de los respiraderos. Sus autores, Pepe y Ángel de los Hermanos Delgado, se mostraban satisfechos: «Estamos muy felices. Ha cambiado bastante la estética». Una opinión que compartía otro maestro artístico de la cofradía, Juan Manuel Miñarro: «Está más armonioso». Tampoco hubo duda entre los abonados de la Campana que, resguardados con paraguas y sombrillitas, buscaban las vueltas al desafiante sol para ver los detalles.

Igualmente sufrieron el rigor de la canícula los nazarenos de ruán de los Javieres. Más de uno hubiera agradecido tener algunos de los aspersores que se activaron en las terrazas de muchos bares para refresco del público. En una calle Feria más despejada de lo habitual y en la que la sombra era un reclamo de primera necesidad, Rafael Díaz Talaverón maniobró el paso del Cristo de las Almas. El crucificado había corregido su habitual balanceo con una nueva cruz de mayor grosor. También el palio estaba de estreno. Los jóvenes de la corporación habían donado la saya, confeccionada con bordados de una antigua casulla. Su discurrir con la música de Turina parecía traer algunas brisas de aire, que agradecían otros nazarenos doctorado en ruán.

El cortejo de los Estudiantes se había puesto en la calle bajo un intenso sol. Lo hacía saliendo de nuevo por la calle San Fernando después de que hayan sido retiradas las catenarias del tranvía. En sus filas, entre los guiones de las distintas facultades, el pregonero de la Semana Santa, Lutgardo García, seguía al Cristo de la Buena Muerte bajo el anonimato del antifaz y con la mejor beca, la del legado devocional que le transmitió su padre.

Aunque para doctorado el que mereció el nuevo equipo de hermanos capataces de San Esteban. Su debut en la ojiva dentada fue complicado, en especial a la salida del palio de la Virgen de los Desamparados. El varal trasero izquierdo quedó enganchado en uno de los dientes y provocó un momento de máxima tensión. Como era de esperar, obró el milagro y se renovó esta tradición del Martes Santo en unas nuevas manos que dirigieron la fuerza de una cuadrilla de hermanos costaleros que cumplía 40 años. En su honor sonó en la Campana la marcha Hermanos Costaleros de San Esteban.

En la Calzada tenía muchos motivos para estar eufóricos, como quedó demostrado a lo largo de toda la estación de San Benito. El misterio de la Presentación al Pueblo tuvo compases de aniversario que seguro no olvidarán los músicos de la agrupación de la Encarnación. Su director, Fran Gómez, cuidó al máximo el repertorio para un Pilatos ante que puso un imperio de aplaudidas chicotás en la Campana. Delirio que se prolongó en la Cuesta del Rosario, prolongación de la antigua calle Oriente. Ya entrada la madrugada la agrupación de la Encarnación sonó tres veces junto al acueducto: una tras el misterio y por primera vez tras los pasos del Cristo de la Sangre y el palio. 25 años para enmarcar.

Empezaba a caer el sol cuando la Virgen de la Encarnación asomó por la plaza del Duque. La antigua Palomita de Triana se paseaba tras su reciente restauración por el profesor Miñarro. La jornada ya había acumulado los primeros minutos de retraso y se produjo algo insólito. El palio de la Virgen de la Candelaria coincidió en paralelo con el misterio del Dulce Nombre en la plaza del Duque. Las marchas de ambos pasos se mezclaban para confusión del público.

El Dulce Nombre pidió la venia con 40 minutos de retraso sobre el horario previsto. Después de cuatro años de comisionado, los de San Lorenzo volvieron a tener a un hermano mayor en la presidencia del cortejo. La junta de Manuel Casal del Cuvillo mostró orgulloso a un renovado Jesús ante Anás y a un misterio vestido con los antiguos ropajes, amén de Malco que estrenaba una túnica en color gris oscuro.

A las 23.36 horas entraba Santa Cruz en la Campana. La jornada sumaba otros seis minutos más de retraso. Ello provocó que el palio de la Virgen de los Dolores –el último de los pasos del día– llegara al inicio de la Carrera Oficial ya de madrugada, en Miércoles Santo. El Martes había roto sus costuras. ~