Donde habita la esencia de las Vísperas

Bullicioso traslado del Cristo del Calvario a su paso

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
19 mar 2016 / 23:42 h - Actualizado: 20 mar 2016 / 12:16 h.
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  • El Cristo del Calvario se alza en la abarrotada parroquia de la Magdalena. / Manuel Gómez
    El Cristo del Calvario se alza en la abarrotada parroquia de la Magdalena. / Manuel Gómez

Poco queda de aquellas imágenes íntimas que se recogen en la película Semana Santa que produjo Juan Lebrón en 1992. El traslado al paso del Cristo del Calvario se ha convertido en una ceremonia bulliciosa en la que hay que llegar con bastante tiempo de antelación si no quiere quedar en la puerta y conformarse con las imágenes que van recogiendo en alto los móviles de última generación. Aún así, este acto mantiene el recogimiento y la espiritualidad de las Vísperas de siempre por las que no pasan los años y que no afectan ni las previsiones de agua de la Aemet.

Mientras que en los barrios sonaban las primeras marchas, en el interior de la parroquia de la Magdalena la oscuridad invitaba anoche al recogimiento como epílogo perfecto a 40 días de Cuaresma. Pecho con espalda y casi buscando un recodo de visión, muchos recorrían con la mirada las filas de cirios encendidos que portaban los hermanos del Calvario a modo de pasillo de honor. «Este año no hace tanta calor», susurraba en la espera un hombre a su esposa mientras que ésta añadía los siguiente: «Sí, pero también tenemos menos espacio porque con los chaquetones ocupamos más». Apreciación de cum laude pero llena de razón.

Los primeros rezos en la capilla del Calvario sirvieron de arranque mientras que se interpretaba al órgano y se cantaba parte del famoso Miserere. En unos segundos, el Cristo alcanzaba uno de los costeros del paso, perfectamente iluminado con los cuatro hachones de cera tiniebla y los faroles que abrazan la canastilla de caoba.

El juego de cuerdas que pendía de lo más alto de la iglesia empezó a agitarse con nerviosismo como queriendo acariciar el madero que iba tomando cierta verticalidad sobre la escuadra del suelo. En un abrir y cerrar de ojos fue tomando altura el crucificado hasta exaltarse sobre el calvario tallado del paso. El último crujido del madero en el cajillo –debidamente orientado por uno de los priostes– daba la señal de que había llegado la hora en que la espera había concluido. Era la estampa de la memoria. De la infinita eternidad, solo rota por quien sufre de movilitis y no puede dejar de tirar fotos sin disfrutar de lo que tiene delante. De manera oportuna, un sacerdote invitaba a vivir religiosamente el momento con el rezo de un Padrenuestro «por los enfermos y los hermanos difuntos». El paso del Cristo era elevado a pulso para retroceder unos menos hasta la zona del coro. Allí le aguardaba la Virgen de la Presentación con la candelería del palio totalmente encendida. Se hacía la luz y concluía este capítulo previo a un nuevo Domingo de Ramos.