Doré y la Semana Santa de 1862

Siguiendo la estela de Washington Irving, el grabador francés se sintió atraído por la España del XIX. Fruto de su viaje a Sevilla, dejó una serie de ilustraciones que forman parte del anecdotario cofrade

01 mar 2018 / 08:43 h - Actualizado: 01 mar 2018 / 17:43 h.
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  • Grabado del paso del Cristo de la Conversión de Gustavo Doré.
    Grabado del paso del Cristo de la Conversión de Gustavo Doré.

Si hay que mencionar a un autor asociado al mundo del grabado ese es, sin ningún género de dudas, Doré. Un francés polifacético que además de grabador fue escultor e ilustrador y que a la edad de quince años ya cobraba un sueldo mayor que Honoré Daumier, un auténtico maestro de la litografía en nuestro país vecino. Y es que la carrera de Paul Gustave Doré, nacido en Estrasburgo en 1832, es algo difícil de superar. Por sus manos pasaron encargos que hoy serían la envidia de cualquier profesional dedicado a los libros, llegando a poner imágenes a escritos de Lord Byron, Edgar Allan Poe, Balzac o Dante Alighieri –con su Divina Comedia–. Una brillante trayectoria que le llevó a trabajar con la mismísima Biblia, que ilustró en 1865 con tal éxito en Gran Bretaña que tuvo que realizar exposiciones de sus trabajos y fundar una galería en Londres. En nuestro país, Doré ha pasado a la historia por sus maravillosas ilustraciones de El Quijote, y aunque hoy día poseer un ejemplar de la obra cervantina con la aportación del francés no es algo lujoso, en su momento debió ser algo inaccesible para la mayoría. Las ilustraciones quijotescas de Doré aparecen por primera vez en el año 1863 en la edición parisina de Hachette, revista francesa traducida por el escritor e hispanista Louis Viardot, con 377 estampas xilográficas más 120 ilustraciones a toda página grabadas por Henry Pisan. Una obra cuya irrupción en España llega con la edición de lujo de Barcelona, salida de la imprenta del heredero de Pablo Riera entre 1875 y 1876. Merced a este trabajo podemos decir que Doré se convierte en uno de los mejores ilustradores de todos los tiempos, siendo a partir de ese momento conocido a nivel mundial.

Viaje a España

Entre las múltiples facetas cultivadas por Doré se encontraba la de viajero. Esta es precisamente la que le trae a nuestro país y lo pone en contacto directo con nuestras tradiciones. El motivo de dicha visita es un encargo de la revista Le Tour du Monde asociada a la mencionada Hachette que, a mediados del siglo XIX, estaba embarcada en el proyecto de publicar trabajos de escritores y dibujantes alrededor del mundo. Uno de ellos es el protagonizado por Doré y el barón Charles Davillier, cuyo título es precisamente Voyage en Espagne. Este periplo encaminado a reflejar historias cotidianas y pintorescas acompañadas de dibujos va a dar lugar posteriormente a un libro llamado España, que verá la luz en 1873. En él se recogen los avatares de nuestros protagonistas por el Levante español, además de las provincias andaluzas de Granada, Cádiz, Málaga y Sevilla –algo muy propio en los autores románticos del estilo de Washington Irving–. Según los críticos, los diversos capítulos dedicados a nuestra ciudad no se alejan demasiado de la realidad, mostrando tipos costumbristas y un modo de entender la vida acorde con la época. Doré incluye ilustraciones de los principales monumentos y museos, además de escenas en barrios como Triana y la Alameda.

Un balcón en la calle Génova

Pero sin duda lo más llamativo de aquel viaje de 1862 a Sevilla es su descubrimiento de la Semana Santa. Para empezar, el escritor Davillier expresa su convencimiento de que las fiestas religiosas de nuestra ciudad sólo son comparables en grandeza a las de Roma. En este sentido, es importante reseñar que antes de llegar a Andalucía la pareja había pasado por Valladolid para contemplar los excelentes conjuntos escultóricos de la escuela castellana. No obstante, ambos quedaron gratamente sorprendidos por la factura de los pasos hispalenses, así como por el trabajo de sus costaleros. En este sentido Doré y Davillier dispusieron de un lugar privilegiado para presenciar el discurrir de nuestras cofradías: nada menos que un balcón en la calle Génova, esquina con la Plaza de San Francisco. Además, participaron de los cultos en la Catedral, disfrutando del Miserere de Hilarión Eslava y los Oficios, y por supuesto tomando nota de todo lo que presenciaban a su alrededor. Muy llamativos son los apuntes realizados de los cortejos de nazarenos, de los que les sorprendieron la altura de los capirotes y la elegancia de las túnicas. Y como curiosidad, Doré, al margen de sus inspirados dibujos, cometió el pequeño error de rebautizar a Nuestro Padre Jesús Nazareno, de la hermandad del Silencio, como Gran Poder. Un desliz que no quita méritos a su preciosa obra, pese a las dificultades por las que atravesó el grabador francés para plasmarla. Sobre este aspecto, el periodista de Fuentes de Andalucía Manuel Sánchez del Arco dejó escrito lo siguiente: «Gustavo Doré, sin él quererlo, confesó humildemente que la Semana Santa de Sevilla tiene muchos escollos para los artistas, que es muy difícil prender las líneas ideales del pasado fervoroso, en las líneas de un arte que no tenga la fe religiosa como base. La ortodoxia de los artistas sevillanos dejó sus cánones. Imponen. Son insuperables. Ni Gustavo Doré se atrevió a glosarlos. Hizo unos discretos apuntes, nada más. Eso fue todo».