El cielo en un balcón de la calle Parras

17 dic 2017 / 10:57 h - Actualizado: 17 dic 2017 / 12:03 h.
"Cofradías"

Cuando sonríe la Macarena el tiempo se hace una eternidad. Cuando su pecho respira al son de sus cinco esmeraldas Sevilla se envuelve en la gracia de su esperanza. Cuando Ella está todo se empequeñece. Como estos días en que Ella está pisando el suelo de esta tierra que la coronó como reina y la nombró Señora y Madre de todas las generaciones. Porque la Esperanza siempre es sinónimo de fe, vida y plenitud. Qué hermoso es tenerla frente a frente, mirarla a los ojos y descubrir que detrás de esos dos luceros está el amor, fuente inagotable de cariño, de quienes aprendieron a amarla como la mejor de las herencias. Es ancla de la fe y consuelo de quien la llora, remanso de la nostalgia y faro que ilumina nuestros días. Ahí siempre está Ella, como a lo largo de todos estos siglos, siendo piropo encendido de una historia que nació de un beso prendido de su mano y se quedó para siempre entre la filigrana de encajes que enmarca su hermosura celestial.

Todo estos días sabe a Esperanza entre las calles que protegen su muralla. Todo es fiesta entre su pueblo, todo es luz en su mirada, todo es madrugada eterna y amanecida de añoranza. Todo es noche de vigilia y oración de lágrima callada. Todo es reguero de fieles y colas sin horas en la espera. Todo es barrio y es plazuela. Todo verso y mil poemas que le dicen al oído porque Ella es viento y veleta que guía a los corazones a besar una mano que es bandera de pureza y el ancla donde Sevilla arría el puerto de su existencia.

Y aunque son días de fiesta en el barrio andan de luto en calle Parras. Allí lloran su ausencia. La de Emilia, una de esas macarenas de sentimiento puro, de un cariño desbordado cuando al tenerla tan cerca le cantaba entre coplillas, entre sentidos poemas, esa herencia que recibió de su madre Marta Serrano, la saetera. ¿Qué te habrá dicho la Virgen cuando le hayas visto su verdadero rostro en el cielo? Seguro que era clavada a la que tanto amaste en esta tierra. Yo estoy seguro que un «ole», de esos que salen de las entrañas, por tantas cosas bonitas como le dijiste a lo largo de tu vida desde tu balcón. Un «ole» por tu macarenismo, por tu devoción heredada, por el legado que has dejado a tu familia y por un amor que solo tenía un camino, el que va de la calle Parras hasta la basílica donde reina. De luto está la calle Parras. De luto el barrio y el verde de las colgaduras que adornaban tú balcón. De luto los pétalos que llovían desde tu azotea para perfumar el palio. Contigo Emilia se ha ido una parte del barrio, la de verdad, la que ama a la Virgen sin esperar nada a cambio. El beso de este año va por ti, para que tú se lo des a Ella en el cielo. Allí, en la gloria de Dios, junto a tu madre, estoy seguro que seguirás bordando oraciones en versos de alma que harán sonreír a la Esperanza. Toda una vida por y para Ella tiene que tener a la fuerza la mayor de las recompensas. Cuando sonríe la Macarena todo es fiesta, como lo era en tu casa el Viernes Santo de amanecía