Cuatro siglos lleva el Señor del Gran Poder escuchando las oraciones y súplicas del pueblo de Sevilla. Su rostro, su talón desgastado por los besos heredados de generación en generación, han sido desde antaño el vivo ejemplo de la misericordia de Dios. Y en este tiempo de «ridiculización continua de los sentimientos religiosos» –aseveró monseñor Asenjo–, en el que «hay manchas y arrugas» por nuestros pecados, es más que nunca esa luz «infinitamente más intensa que las sombras» en la que se sostiene la fe de los sevillanos.
Su presencia este sábado en el corazón de la Catedral de Sevilla fue el medio por el que vivir «un cristianismo no vergonzante y medroso, sino valiente y confesante», en el que estar dispuesto «a dar la vida día a día por el Señor». Era este el sentido principal del mensaje que el arzobispo de Sevilla quiso trasladar a los fieles durante su homilía y que, al margen de las palabras, emanaba, como cada día, de la mirada humilde del Señor del Gran Poder. «Él es la imagen que mejor puede representar la piedad y la unción, la obra más hermosa y sobrecogedora de todo el patrimonio religioso de nuestra Archidiócesis, el Dios fiel, compasivo y misericordioso que mira con ternura».
Era ese el impulso para una Iglesia «que quiere ser sal y luz», dijo el arzobispo citando para ello a los tres últimos papas –San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco–. Enseñanza que trasladó también a los cofrades sevillanos, que deben ser «espiritualmente vigorosos y conscientes del tesoro que poseen y de la misión que les incumbe». Por eso les apremió a comprender que «si importantes son los cultos, la convivencia fraternal en las casas de hermandad, las estaciones de penitencia, los estrenos y la estética, lo es incomparablemente más la vida cristiana honda, ejemplar, orante y fervorosa».
Y así lo sintieron en primera persona los miembros de las más de 560 corporaciones sevillanas que participaron en la santa misa del Jubileo de las Hermandades con motivo de este Año de la Misericordia, que la Iglesia de Sevilla clausurará el próximo domingo 13 de noviembre en el templo metropolitano. Pero antes, esta ceremonia cuyo «fin último es el encuentro con Jesucristo», se convirtió en una invitación para «salir de la tibieza, la mediocridad y el aburguesamiento espiritual para restaurar la soberanía de Dios en nuestra vida».
Fueron algo menos de 90 minutos de una eucaristía de marcada solemnidad, cuidada liturgia y conmovedores silencios, que congregó a casi 4.000 fieles en la seo hispalense, «un número notable, digno de felicitar a todos los cofrades de la Archidiócesis». Palabras de monseñor Asenjo al término de una misa que concelebraron hasta 19 sacerdotes, entre los que se encontraban el propio obispo auxiliar de Sevilla, monseñor Santiago Gómez Sierra, los vicarios episcopales y el vicario para la Vida Consagrada de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara.
Guiños musicales
A las 17.02 minutos se iniciaba la procesión de entrada de una eucaristía que contó con la participación del cuerpo de acólitos de la hermandad del Gran Poder y la coral polifónica de la Catedral. Antes, para enmudecer la espera y avivar los recuerdos, el padre Ayarra interpretó tres marchas procesionales en el órgano del templo. Sonaron Jesús de las Penas de Antonio Pantión, Nuestro Padre Jesús de Emilio Cebrián e Ione, éstas dos como antesala de las piezas que se interpretarán en el regreso del Señor a San Lorenzo a su paso por Plaza Nueva y la capilla de Montesión. Las mismas manos que, a modo de acción de gracias, pusieron el broche final a la ceremonia con la interpretación de las notas de la marcha Coronación de la Macarena. Será esa la esperanza que hoy el Señor del Gran Poder, el Dios de la Misericordia, deje como un legado eterno en las calles de Sevilla.