El milagro azul y oro de Omnium Sanctorum

En el décimo aniversario de su primera estación de penitencia a la Catedral, El Carmen da ejemplo de hermandad, más allá de lo que se ve

12 abr 2017 / 20:10 h - Actualizado: 12 abr 2017 / 21:21 h.
"Cofradías","Miércoles Santo","El Carmen Doloroso","Semana Santa 2017"
  • Un público numeroso a pleno sol contempla la salida del misterio del señor de la Paz. / Fotos: Manuel Gómez
    Un público numeroso a pleno sol contempla la salida del misterio del señor de la Paz. / Fotos: Manuel Gómez
  • Dos jóvenes nazarenos carmelitas, parados bajo el sol del Miércoles Santo.
    Dos jóvenes nazarenos carmelitas, parados bajo el sol del Miércoles Santo.

Querida María José, hermana de las antiguas y camarera del paso de misterio del Señor de la Paz. Espero, como te he prometido, ser capaz de trasmitir en mis palabras que, como me has contado, la vida de esta hermandad es mucho más que la puesta en escena de la cofradía en la calle, que los hermanos del Carmen se ayudan, que hay mucha verdad... y mucha caridad en el día a día de esta joven corporación de la calle Feria.

En esta hermandad con más mujeres que hombres –en tu familia estás tú, y dos hijas, además de tu marido–, lo importante es «vivir la espiritualidad», me dices, porque os conocéis casi todos como «una familia extendida», un sentimiento, me cuentas, que «cuesta trabajo transmitir en los medios o con la salida de las imágenes». Y es que esta es solo una muy pequeña parte de lo que significa una hermandad: «La gente se fija en la música, si va mejor o peor vestida, si es más o menos rica, pero el sentimiento cofrade de cada uno, de querer hacer hermandad es lo más difícil de transmitir». Cuanta verdad, y en eso estamos. Tus palabras y tu esfuerzo espero que se trasmitan en estas líneas, porque como denuncias, en las imágenes que salen, sobre todo fuera de esta tierra, cuando los hermanos lloran porque no ha salido una cofradía, desvirtúan la realidad, «hay mucho trabajo detrás que queremos transmitir. No somos unos fanáticos».

En 2017 se cumplen diez años desde que la hermandad carmelita se incorporara a la nómina del Miércoles Santo, primero con el misterio y desde hace ocho años con el palio azul de la Virgen marinera, una Virgen del Carmen que «desde que sale nunca ha llovido», recuerda el prioste Miguel Espinosa. Y es que, aunque primero fue el misterio, esta es una hermandad muy mariana. «A Jesús por María», dice su escudo.

Mientras la cofradía se prepara dentro, los bares de alrededor del templo y por toda la calle Feria están hasta arriba de gente refrescándose ante el tremendo calor y no es hasta 15 minutos antes de la salida que dejan entrar a los costaleros al templo. Son pocos nazarenos, no llegan a 500, pero hay que dejarlos respirar. El del carro ha desaparecido en busca de agua para el tórrido recorrido y los monaguillos ya la piden dentro media hora antes de salir.

La hermana mayor de Los Javieres, Maruja Vilches, que el Martes Santo presidía por último año con la vara dorada el discurrir de su hermandad, presidía dentro del templo de Omnium Sanctorum y ante el paso del Cristo de las Almas, el saludo a la hermandad vecina, o hermana, del Carmen. «Existe una relación magnífica entre las hermandades de la parroquia», asegura.

Suenan fuera los xilófonos de la Agrupación Musical Virgen de los Reyes, cuando poco antes de las tres de la tarde se abren las puertas a un sol que hace brillar la cruz de guía. Desde aquí hasta el final, cuando se produzca el milagro azul de cada Miércoles Santo, apenas pasará media hora, pero una media hora íntima y memorable.

Una nube de incienso y el rachear de los pies anuncian la salida del misterio de las negaciones de Pedro y el Señor de la Paz, siempre blanco. Aunque no tan complicada como la salida del palio, los faroles del misterio apenas quedan a un par de dedos de la ojiva por ambos flancos. Muy poco a poco, muy despacio, sale a la calle Feria donde, pese al calor, le aguardan numerosos cofrades.

Tras la banda, un tramo de nazarenitos –aunque no son mucho mayores los que se sitúan en el cuarto y último delante de Ella–, y ante la presidencia una nutrida representación de la Armada, origen de su fundación, allá por los cuarteles de San Fernando.

Y llega el momento. «Los dos costeros por igual a tierra», habla el capataz, y desde fuera los costaleros soportan parte del peso que no pueden sostener los de abajo. Suave, sin rozar ni un varal, pareciera que sin esfuerzo, sale la Virgen del Carmen y suena la Salve Marinera que canta algún viejo marino en la zona de sombra: Salve, estrella de los mares... Un nuevo milagro azul y oro.

Ya por la noche, regreso para saludar a las hermanas de Santa Ángela, a las que no visitaba desde que recorría su feligresía los Viernes de Dolores. Un momento único de esta joven hermandad, que es mucho más que el discurrir de una cofradía.