El testimonio sinfónico de un siglo

La historia de ‘Soleá dame la mano’ contada a partir de los testimonios de su época. Grandes músicos como José Manuel Tristán, Abel Moreno y García Abril resaltan su valor musical

16 feb 2018 / 12:45 h - Actualizado: 16 feb 2018 / 12:46 h.
"Cofradías"
  • El testimonio sinfónico de un siglo

A principios del siglo XX, cuando la Semana Santa sevillana era esencialmente popular, los itinerarios y tiempos prometidos en el Cabildo de Horas terminaban abandonándose a la improvisación una vez superadas las puertas de la Catedral. Frente al gusto pudiente de ver y dejarse ver en los palcos, el pueblo llano prefirió la naturalidad de las bullas en los regresos por las calles estrechas, barrios o enclaves tan singulares como la Cárcel del Pópulo a la vuelta de la Hermandad de la Esperanza de Triana.

Establecida desde 1836 hasta 1935 en el exclaustrado convento de Nuestra Señora del Pópulo, la gran cárcel pública de Sevilla recluyó a niños, que penaron aquí hasta 1917, mujeres y hombres. En la ciudad del alcalde Hoyuela, inmersa en plena renovación higiénica, esta prisión resultaba «sucia y vieja» por la «situación ruinosa» del histórico edificio, donde permanecían encerrados más de cuatrocientos reos, en su mayoría gitanos de Triana, cuyas penas obedecían a delitos de hurto propios del analfabetismo, la falta de trabajo y las malas cosechas de la época. La vida difícil entre rejas se agravaba por los estragos mortales de la tisis, el hacinamiento en habitaciones, la existencia de una sola fuente en el patio como única medida de higiene o la incomunicación total, salvo las visitas contadas de las que quedaban exentos los castigados en calabozos. Sin embargo, en Semana Santa se dispensaba cierto relajo en las normas, ya que, además de los indultos anunciados en Cuaresma, se permitía contemplar a la cofradía trianera en la mañana del Viernes Santo, ocasión aprovechada por los presos para exteriorizar sus calamidades a través de las saetas.

Según recordó el poeta Juan Sierra, el silencio profundo y compasivo del gentío congregado quedaba roto entonces por la «pena honda y sombría» de las saetas entonadas tras las dobles rejas, que en tiempos de la cárcel Real recluyeron a Cervantes. Una estampa que, según testimonio de 1916, «recogía el alma por las sentidas plegarias, compendios de todos los dolores humanos». Entre los cantes de ese año se repitió una popular letrilla citada meses después por Eugenio Noel en su polémico libro: «Soleá dame la mano / por la reja de la carse / que tengo muchos hermanos / huérfanos de pare y mare». Entre aquellas almas conmovidas se encontraba Manuel Font de Anta que, inspirado por «los desgraciados presos de la cárcel de Sevilla al cantarles saetas a la Virgen», quiso reflejar su emoción en una pieza procesional ajustada a modo de «impresión de marcha fúnebre», que recibió como título la primera estrofa de la saeta carcelera publicada por su paisano.

La composición Inspiración aragonesa, premiada en enero de 1918, revela la adhesión de Font de Anta al impresionismo de Falla y Turina. Siguiendo este estilo creó Soleá dame la mano, una marcha que describe en cadencia el desfile de una cofradía, incluyendo la innovación de los ritmos andaluces dada su inspiración flamenca. Ya desde la Cuaresma, las filtraciones de los ensayos propiciaron las alabanzas por su poder sugestivo. Fue estrenada el Domingo de Ramos de 1918 tras la Virgen de la Amargura por la Banda Municipal. Su director y padre del compositor, Manuel Font Fernández, reservó la pieza para el tránsito por la Alameda, siendo «ovacionada» a su fin y por la Plaza de San Francisco, donde «fue muy elogiada, recibiendo su autor, que accidentalmente se encontraba en Sevilla, muchas felicitaciones». También la prensa madrileña celebró la «notabilísima» obra y su «alta inspiración fundada en una saeta».

Salvo contadas excepciones, en las décadas siguientes fue interpretada exclusivamente por la Banda Municipal, que poseía el monopolio de las partituras de la familia Font. Desde 1935 consta en los registros radiofónicos como uno de los títulos más emitidos junto a otros de Granados y Albéniz. Ya en 1938 se incorporó al repertorio de la Banda de Tejera, sobresaliendo así entre las actuales agrupaciones cofrades por tocarla desde más antiguo. Para su director, José Manuel Tristán, «es la marcha más completa de la historia, destacando por sus ritmos andaluces que transmiten de forma especial y diferente». Era la favorita de su padre, el recordado Pepín, por lo que siempre ha sido imprescindible para esta banda, que este año la reservará para sitios emblemáticos. En la década de los ochenta aparece entre las más sonadas, en especial por la banda de Soria 9 capitaneada entonces por Abel Moreno, quien la considera como «una de las grandes por su carácter excepcional en la música procesional». En 1992 sorprendió la versión de la Filarmónica de Londres dirigida por Antón García Abril para la película de Gutiérrez Aragón. El prestigioso músico explica que, partiendo de la «sinceridad y la religiosidad» de la obra, procuró «crear un mundo de sonoridades sinfónicas desarrollando espacios de una música elevada, que sin perder sus valores genuinos, lograba un nuevo lenguaje sinfónico que ensalzaba su espiritualidad».

La frase «escucho lo que veo» que el anecdotario hispalense atribuye a Stravinski cuando la oyó al paso de la Virgen del Refugio ilustra su alto poder evocador, cualidad a la que este centenario le ha sumado un valor histórico. Escuchar en la calle Soleá dame la mano es una experiencia emocionante no sólo por su belleza sinfónica, sino por su capacidad para revivir la Sevilla de hace un siglo, cuya autenticidad fue el principal fundamento de aquella Semana Santa de contrastes de la que esta composición es perfecto testimonio.