El tiempo se detiene bajo el sol en San Martín

Una ‘Oración’ por Manuel Garrucho en una hermandad de La Lanzada que permanece inmutable, clásica, eterna

13 abr 2017 / 00:05 h - Actualizado: 13 abr 2017 / 00:13 h.
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  • Impresionante petalada a la Virgen del Buen Fin.
    Impresionante petalada a la Virgen del Buen Fin.
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Cuánto bueno se pierden los misteristas, barquistas o como quiera que se llamen, o les llamen a esos centenares de supuestos cofrades que bien situados desde horas antes para contemplar la salida de una cofradía, ven alejarse el paso de misterio y se marchan, ignorándola a Ella, se llame como se llame... en este caso Buen Fin, la Reina de San Martín, la bellísima imagen atribuida a Juan de Astorga cuya salida, y mecidas, muchos –muchísimos– se perdieron. Algo absolutamente imperdonable.

Volviendo al inicio, aunque la hermandad tiene por norma no llevar luto en ninguno de sus pasos, sí estaba de luto, y lo demostró desde antes de la salida y en el discurrir mismo del primero de sus pasos. Junto a otras personas cercanas a la cofradía «tres hermanos grandes», según un veterano miembro de su junta de gobierno, el dolor por la pérdida del capiller de la iglesia, Manuel Garrucho Morales, el pasado 31 de mayo de 2016, «un hermano muy querido», tuvo un hueco en el corazón de todos, e incluso en la música que acompañó la salida del misterio. En vez de la Marcha Real, Oración en su honor, seguido de Stabat Mater, con la potencia de Tres Caídas de Triana que retumbaba en ese escenario único de naranjos, pared color albero con sus pequeñas ventanas, el viejo ladrillo, los adoquines... un rincón escondido de la Sevilla eterna.

Desde un par de horas antes, el ir y venir por las callejuelas que dan a San Martín era incesante, a los que había que sumar los que estaban apostados en las estrechas aceras de Saavedras, por donde discurre la cofradía, una primera fila privilegiada en la que rozas los pasos y hueles esas rosas color champán que exornaban el palio.

Sillitas, cochecitos de niños, tertulias en los escalones de la calle Viriato, a la sombra, mejor que al sol, aunque este también estaba lleno... hasta que se marchó el misterio.

Jóvenes guiris con maletas, nazarenitos con antifaces XXL, pequeños viendo dibujos animados en el móvil de mamá o papá, muy lejos de donde pasan los nazarenos a los que pedir caramelos o una estampita, lejos de aprender como manda Sevilla, las tradiciones tal y como son... pero a ver quién es el guapo que le quita el móvil al pequeño de no más de dos años, al que nada más retirárselo la madre empieza a llorar desesperadamente. Qué ocasión perdida.

Monte de claveles a los pies de Cristo, rosas, astromelias y lirios en el perímetro de ese gran barco al que le recibe un sol de justicia a las puertas del templo, tras las bellas palabras del capataz Ismael Vargas: «Ayudarse todo el mundo siempre, es el éxito de los pasos que pesan (...) Genio y corazón».

Con algo de retraso sobre el horario previsto, la Dolorosa del Buen Fin, vestida con el manto burdeos prestado por la hermandad de San Esteban –el suyo sufrió desperfectos en su paso por la tintorería, según explicó la hermandad en una nota–, se abría paso –«vamos a disfrutarla»–, a los sones de Virgen del Buen Fin y de Esperanza Macarena mientras el caía una bella petalá por la calle Saavedras.

Clásica, como siempre, el tiempo se queda quieto en la punta de una lanza y en las lágrimas de una Virgen.