El Arco de la Macarena es uno de los símbolos más universales de la Semana Santa de Sevilla. Una de las antiguas puertas de acceso que tuvieron las murallas de la ciudad y que, junto al postigo del Aceite y a la puerta de Córdoba, es la única que todavía se mantiene en pie en nuestros días. En el mes de junio del año 1985 fue declarado Bien de Interés Cultural y, aunque ha sufrido algunas modificaciones con el paso del tiempo, sigue siendo un emblema de entrada al barrio y una de las estampas más clásicas de la Madrugá, cuando la cofradía de la Macarena lo atraviesa en su estación de penitencia. El vínculo del Arco con la hermandad va mucho más allá del nombre. En su parte superior se sitúa un retablo cerámico de la Virgen de la Esperanza, instalado allá por el año 1922, en el que aparece el lema Esperanza nuestra. Ella es tabernáculo de Dios y Puerta del Cielo. Este azulejo, de más de dos metros de ancho y casi tres metros de alto, está flanqueado por dos escudos y, curiosamente, sustituyó a un fresco de la Virgen de los Reyes que, según algunos historiadores, debió ocupar esa misma zona del monumento hasta al menos finales del siglo XIX.
Desde hace más de un siglo –como así lo demuestran algunas fotografías del archivo de la corporación–, la hermandad de la Macarena tiene la tradición de cruzar el Arco tanto a la salida como a la entrada de su estación de penitencia, aunque la próxima Madrugá solo se producirá esta estampa en el regreso a la cofradía a la basílica por decisión de la actual junta de gobierno. Han sido muchos los momentos en los que ha quedado comprobado el vínculo e importancia que el Arco ha tenido para la hermandad. Por ejemplo, el 23 de septiembre de 1995 cuando, dentro de los actos conmemorativos del IV centenario fundacional de la hermandad de la Macarena, se celebró un solemne pontifical con el paso de la Virgen de la Esperanza situado bajo el Arco y que fue oficiado por el entonces arzobispo de Sevilla, fray Carlos Amigo Vallejo. El Arco es también referente en la literatura. «Imán de fe» lo llamó el poeta Joaquín Caro Romero en la letra del Himno a la Esperanza Macarena que realizó en el año 2000 y al que puso música Abel Moreno Gómez.