El caramelo reina indiscutiblemente durante la Cabalgata de Reyes Magos pero, aunque algunos se lleven las manos a la cabeza, también es un elemento fundamental de nuestra Semana Santa. Eso tan sevillano de «nazareno dame un caramelo» está asentado en una tradición que se remonta a tiempo inmemorial. El origen podría estar basado en el argumento de que los nazarenos, con sus altos capirotes y sus rostros cubiertos, no asustaran a los niños que contemplaban las procesiones. Pero también se hacía por generosidad, para compartir algo con el público que pacientemente aguarda el discurrir de los pasos. En sentido estricto no es una costumbre únicamente sevillana, pues también se extiende por la provincia de Sevilla, por muchos pueblos de Andalucía e incluso por otras Semanas Santas españolas, pero no en todas. Aunque existen empresas que ofrecen caramelos personalizados con el emblema de cada hermandad, nunca ha existido uniformidad alguna en este sentido, quedando a decisión de cada padre. Son exclusivos de los nazarenos en las cofradías de capa o no estrictamente luctuosas; circunscribiéndose en estas últimas la dadivosidad de los caramelos a los pequeños monaguillos que se arremolinan en los aledaños de cada paso. La tradición de dar caramelos siempre ha convivido con la de dar cera con el único objetivo de ir creando una bola que se hace más grande cada año que pasa. Pero en los últimos tiempos, los caramelos conviven también con las medallitas y las estampas (estampitas), un bien tan preciado o más que los dulces y que despiertan, especialmente en los pequeños, la afición del coleccionismo. Los cortejos de nazarenos son cada vez más y más grandes y parece claro que los niños que los ven deben estar entretenidos.