Dicen los árabes que quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación. Es cierto que, en general, cuando hay que explicar lo obvio, lo que va directo al meollo del alma, entonces probablemente todas las palabras del mundo sobran. Lo que no dijeron los expertos en proverbios es que tampoco tiene mucho sentido intentarlo. La Semana Santa es, entre otras experiencias y sensaciones, un ejercicio de miradas. Naturalmente, la acción más elemental es la de ver los pasos, y en esta operación se entremezclan miradas de toda especie: las de los devotos, intentando emitir más que recibir, procurando derramarse, transmitir algo a lo mirado, posarse allí de alguna manera, hermanarse con lo que se mira. Está quien observa con ojos de artista y repara en los detalles de la policromía, el atuendo, las hechuras, los exornos. No faltan –no faltan en absoluto– los críticos que examinan la procesión con actitud valorativa, y así se fijan en el orden de los nazarenos y la vertebración de los tramos, la fluidez del cortejo y la actitud de sus miembros, el andar del paso, la marcialidad de los músicos y cualesquiera otros detalles que puedan servirles luego para sus tertulias. Está la mirada hueca, despreocupada y cansada de quien no sabe exactamente lo que espera, porque también de ese público hay en la Semana Santa. Y cómo iban a faltar las de los responsables de que todo salga bien: los policías de los cruces, los contraguías con sus frenéticos estiramientos de cuello, los aguaores con sus jarrillos, los pertigueros y celadores... Todo se hace mirada, si uno se fija. Si mira.
Pero luego están las miradas inexplicables, las del proverbio árabe, las inefables. Los niños, con su predisposición natural al prodigio, protagonizan muchas de ellas. Los nazarenos y penitentes, recubiertas sus caras con los antifaces, también se asoman solo por los ojos al mundo exterior y en ocasiones lo hacen de modo inexcrutable, quién sabe soñando con qué, imaginando qué cosas, acompañando qué pensamientos.
Es hermoso reparar en las miradas ajenas, que también es otra forma de mirar la Semana Santa y de acercarse a sus misterios y sabidurías. Y esto es todo cuando se puede decir de ellas.