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Imagen de archivo de las mesas electorales en la hermandad de Los Gitanos. / El Correo
Invoquemos una vez más a nuestra nunca todo lo bien ponderada RAE: Quorum, del latín quorum, cuya presencia es suficiente. Es ahora cuando podemos afirmar que toda decisión trascendente en una hermandad debería poder tomarse con quorum. Porque, en términos más mundanos, el quorum es el número de individuos necesario para que un cuerpo deliberante (por ejemplo, una junta de gobierno, un cabildo o una nómina de hermanos) adopte ciertos acuerdos. También podemos entender por ello la proporción de votos favorables para que haya consenso en algo. El quorum vendría a ser igualmente el término que hace valer la democracia en las instancias cofrades. Y, como en la vida misma, esta no siempre es fácil de asegurar y de lograr. La de cabildos que han acabado sin quorum. Es entonces cuando entra otro término, la diplomacia, que es la que consigue, más pronto que tarde, que vuelva el quorum. Porque sin este, las cosas no avanzan. O no lo hacen en la buena dirección. Sin quorum no se plantea una salida extraordinaria, o no se decide qué restaurador se hará cargo de una imagen. Y sin él, tampoco una junta de gobierno nueva toma posesión de su cargo. Porque al menos, en las elecciones de la hermandad, ha tenido que haber un voto de más a favor, justo el que otorga el quorum; claro que este, con cuantas más papeletas esté respaldado, será más fuerte. Por cierto, el término se originó en un antiguo tribunal británico llamado Justices of the quorum, cuyos miembros actuaban en forma solidaria, de modo que, para que una decisión fuera válida, por lo menos uno de ellos debía estar presente.