Sevilla y su Semana Santa es una conjunción perfecta. La Semana Santa y sus misterios, el resultado de la suma de pasión y talento. Y si hablamos de misterios, hablamos de Antonio Castillo Lastrucci. Un virtuoso imaginero, que aprendió a usar la gubia desde muy pequeño, y trabajó hasta el último día de su vida. Dijo de él monseñor Amigo Vallejo que había llevado el Evangelio a las calles. Se cumplen cincuenta años desde que se marchó el maestro por excelencia de la escenografía en la imaginería sevillana, cuyo legado es inconfundible.
Jesús Méndez Lastrucci es su bisnieto, y heredó su amor por la escultura. Es imaginero, y en su taller, en la calle Baños, siempre ha estado presente una fotografía de su bisabuelo. «Para mí tiene el máximo de los respetos, por el esfuerzo titánico que hizo en su trabajo, teniendo además una enorme familia. De su taller salieron imágenes para muchos puntos de la geografía española y del extranjero. El paso salía elaborado al completo, desde que él mismo proyectaba el boceto, hasta el dorado. Lo hacía todo».
Castillo Lastrucci dedicó la mitad de su vida a la imaginería religiosa, pero desde muy joven se dedicó a la escultura a nivel profano. «Cuando murió su maestro, Antonio Susillo, él tenía dieciocho años. Se quedó huérfano de padre artístico y tuvo que reinventarse. En 1923, con cuarenta y cinco años, realizó un misterio para Sevilla, en ocho meses. Fue el de Jesús ante Anás, y a partir de ahí, se abrió una brecha dedicada a la imaginería religiosa», cuenta Jesús.
Con el término de la Guerra Civil, Castillo fue el encargado de recuperar muchas imágenes que se habían perdido. «Antes de la Guerra, se ve en su obra el Castillo más puro. Después se ve obligado a reponer la imaginería perdida. Tenía un taller de la índole del de Pedro Roldán en el barroco».
Un total de diez misterios salieron de sus manos para la ciudad de Sevilla. «Representó en su obra todos los pasajes de la Pasión de Cristo, salvo el traslado al sepulcro, del que sí hizo la maqueta pero no la llegó a ejecutar», asegura Jesús Méndez, quien además cuenta en su estudio con un libreto recopilatorio de obras, propiedad de Castillo Lastrucci, en el que se puede contemplar el boceto realizado por el imaginero del traslado al sepulcro.
«La primera dolorosa que hizo para Sevilla fue la del Dulce Nombre, que posteriormente remodelaría. Ahí nació el modelo de la Virgen castiza. Se nutría del natural, cogía rasgos sevillanos, andaluces, y lo extrapolaba a una Virgen bajo palio, dulcificándola y divinizándola», explica Méndez Lastrucci.
Era una persona religiosa, amaba la Virgen de la Esperanza Macarena y el Gran Poder, pero no hacía vida de hermandad, ya que era muy introvertido. «Hay dos cosas que perjudicaron a mi bisabuelo. Una fue tener demasiadas obras. Si sólo hubiera tenido dos misterios en Sevilla, como el de San Benito o la Macarena, se hubiera consagrado como artista. Pero claro, tenía que vivir. Por otro lado, su carácter introvertido, si hubiera sido más abierto habría conseguido más cosas».
En el nombre de Sevilla va el de Castillo Lastrucci. «A mi bisabuelo se le recuerda todos los días de la Semana Santa. Pero harán falta años para que la pátina del tiempo le otorgue esa eternidad. Está muy reciente todavía. Cuando pasen dos o tres siglos, será reconocido el incalculable valor de creaciones como el Señor de San Benito, el Cristo de la Buena Muerte de La Hiniesta o los Panaderos», afirma.