«Hecho para que no se caiga»

13 abr 2017 / 23:15 h - Actualizado: 13 abr 2017 / 23:37 h.
"Cofradías","Jueves Santo","La Quinta Angustia","Semana Santa 2017"
  • Estampa del portentoso misterio del Cristo del Descendimiento escoltado por los ciriales. / Fotos: Jesús Barrera
    Estampa del portentoso misterio del Cristo del Descendimiento escoltado por los ciriales. / Fotos: Jesús Barrera
  • Penitente de la hermandad de la Quinta Angustia.
    Penitente de la hermandad de la Quinta Angustia.

Las puertas de la parroquia de la Magdalena se cerraron ayer al término de los oficios del Jueves Santo. Hasta el año pasado la cofradía de la Quinta Angustia formaba en su interior mientras los fieles podían entrar a visitar el Monumento al Santísimo. Este año había solicitado hacerlo en la intimidad, como el resto de hermandades. Las vallas delimitaban el acceso y el entorno estaba ya ocupado por sillitas y cientos de personas ya una hora antes del tiempo fijado para el inicio de esta estación de penitencia.

El murmullo inevitable se apagó en cuanto estas puertas se abrieron de par en par. Diez minutos antes de lo previsto. La característica cruz de guía «mini» –a decir por los pequeños Carlos y Ángela, que están aprendiendo a ver cofradías– y velada por el tul morado, seguida por todo el cortejo, dejaba ver el paso con el portentoso misterio del Cristo del Descendimiento al fondo, colocado donde todos los años. «¡Las cruces son de troncos!», no pudo contener su sorpresa Carlos que todavía tenía que compartir con Ángela la impresión que le causó el cimbreo del Señor. Pero para esto aún quedaban unos minutos. No mucho, porque la cofradía sale rápido, como pasa, pero de la que, como Ángela y Carlos, merece no perderse un detalle.

En cuanto el sonido de la capilla musical con los cantores brotaba del interior, el público volvió a pedir silencio. Era la señal inequívoca de que el paso que manda José Antonio García de Tejada empezaba a moverse en el interior. El Crucificado de Pedro Roldán estaba hundido en el monte de lirios y se balanceaba menos que nunca. Es imprescindible para poder salvar el arco que separa las naves de la parroquia de la Magdalena, el portalón interior de madera y, por fin, la puerta del templo. Ni siquiera Nicodemo y José de Arimatea, encaramados a la cruz sobre las escaleras, encargados de descender el cuerpo del Señor, se mecen. «Los dos costeros parejos a tierra», manda el capataz para salvar el dintel y, como si no pesara el paso de caoba y bronce, diseñado siguiendo el modelo del fanal cobrado a los turcos por el marqués de Santa Cruz tras la batalla de Lepanto, avanzaron hasta la mitad de la acera de esta plaza que tiene nombre de calle, a la sombra de los plátanos de indias, cuando el sol ya se iba poniendo por el Aljarafe. Cuidadosamente el prioste eleva la cruz. Curiosamente en este momento, el Cristo no cimbrea. Cuando los pies quedan a la altura del rostro de la Virgen de Rodríguez Caso, está todo listo. Y García de Tejada vuelve a llamar a sus hombres. Tres golpes al martillo y, junto al paso, se elevan los ciriales. Un crespón negro en la delantera y lirios morados en el friso y sobre las cartelas.

La Policía Nacional abre el camino. «No, está hecho para que no se caiga», tranquiliza Marisol al pequeño Carlos cuando muestra su preocupación por el bamboleo del Cristo, sujeto por el sudario que prenden los Santos Varones –y un perno desde la cintura a la cruz–.

Mientras se aleja por la plaza de la Magdalena el imponente misterio, vuelve el murmullo a la puerta de la parroquia. «Ahora lo difícil va ser salir de aquí».