Historia viva de la Semana Santa

A sus 97 años, Pedro Muñoz es el hermano número 1 de La Lanzada y La Macarena, va todos los días a misa y vistió por última vez la túnica en 2010

15 mar 2018 / 22:30 h - Actualizado: 16 mar 2018 / 08:59 h.
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  • Pedro Muñoz muestra las fotos «de estudio» de sus primeras salidas infantiles en La Lanzada, donde llegó a ser hermano mayor, y en La Macarena. / Jesús Barrera
    Pedro Muñoz muestra las fotos «de estudio» de sus primeras salidas infantiles en La Lanzada, donde llegó a ser hermano mayor, y en La Macarena. / Jesús Barrera
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No suele ser habitual que una misma persona alcance el número uno en antigüedad en dos cofradías. A punto de cumplir 98 años, Pedro Muñoz González puede presumir de detentar actualmente ese particular timbre de gloria en dos hermandades, las de Lanzada y la Macarena. En la primera llegó a ser hermano mayor entre 1965 y 1970 y con la segunda ha vivido numerosas Madrugás de nazareno, algunas de ellas saliendo incluso desde el templo de la Anunciación. A ello, súmenle que tiene un número muy bajo en las nóminas de otras tres cofradías: Los Estudiantes –donde ejerció como consiliario siendo Ricardo Mena hermano mayor–, el Gran Poder –hermandad en la que se despidió como nazareno en 2010 con 90 años– y el Cristo de Burgos.

Echar un rato de charla con este catedrático jubilado de Física de la Universidad de Sevilla y académico numerario de Medicina supone casi sumergirse en un viaje en el tiempo. «Cuando me preguntan en La Lanzada sobre mis años de antigüedad, yo suelo decir, con todo el respeto, que soy más antiguo que el Cristo». Y no es una exageración. Entre sus numerosos recuerdos infantiles está el de haber asistido el 12 de marzo de 1929 en la iglesia de San Gregorio –sede entonces de la cofradía– a la ceremonia de bendición del actual Crucificado de Antonio Illanes. «Tenía yo 8 añitos y recuerdo que en la prensa de la época salió una foto en la que aparezco junto a la cabeza del Cristo al lado del señor cardenal. Soy el único superviviente de esa foto».

Vecino de la calle Rivero, Pedro escucha misa todos los días en la capillita de San José, goza de plena autonomía, no tiene restricciones en su dieta, acompaña las comidas de tinto de Valdepeñas «de Casa Morales» a mediodía y por la noche, le encantan las torrijas y no se toma ni una sola pastilla. Y lo que es mejor, la cabeza le funciona con la precisión de un reloj suizo.

De su etapa como hermano mayor de La Lanzada recuerda que sus primeras gestiones se encaminaron obligatoriamente a la preparación de las Santas Misiones de 1965 y al traslado de la Virgen del Buen Fin a las escuelas públicas del Tiro de Línea. Su trayectoria cofradiera es tan extensa que podría enlazar sin parar miles de anécdotas y curiosidades. De la iglesia de la Anunciación ha salido vestido de nazareno con hasta tres cofradías distintas: la Macarena, Los Estudiantes y accidentalmente también en una ocasión con La Lanzada. «Fue en el año 48, cuando se celebró el Santo Entierro Grande. La hermandad residía todavía en la iglesia de San Gregorio. Yo iba en la representación que acompañaba al paso de misterio y nos empezó a llover en la misma Campana. Entonces, seguimos derechos y entramos en la Anunciación para refugiarnos».

Pero de todos sus recuerdos como nazareno, el más «curioso y entrañable» le sucedió la primera vez que pisó la Catedral con la túnica de La Lanzada. «Tendría yo 5 o 6 añitos. Entonces salíamos muy pocos niños en las cofradías, excepción hecha de la Borriquita. Después de varios años intentando que mi familia no me sacara al llegar a la Carrera Oficial, aquel año me empeñé en llegar a la Catedral, donde no había público y sólo se permitía la entrada a nazarenos y servidores de la cofradía. Acalorado como venía de la calle, dentro de la Catedral, con aquel fresquito, vi un banco muy provocativo. Me subí en el banco y me quedé cuajado. El problema se le presentó a la hermandad. ¿Qué hacer con un niño vestido de nazareno que no podría coger más que otro nazareno? Entonces el prioste decidió subirme a lo alto del paso en la Puerta de San Miguel y allí fui dormido hasta la Puerta de los Palos, en que me entregaron a mis padres», relata con una sonrisa.

Recaló en la nómina del Gran Poder una vez acabada la guerra por una promesa de su padre. «Serví en Sanidad en el bando nacional y me movilizaron al frente. Mi padre prometió que si volvía sano y salvo, saldríamos juntos de nazareno». Precisamente fue la túnica del Gran Poder con la que se despidió como nazareno. «Fue en 2010, el año en que cumplía los 90, y tuve la dicha de formar parte de la delegación de cinco nazarenos de ruan que fueron a la Macarena a pedir la venia».

No es de los que piensan que todo tiempo pasado fue mejor. «Actualmente la vida de hermandad es más continua», dice. Ahora, sus Semanas Santas se reducen a presenciar «como un turista cualquiera» el paso de las cofradías desde una silla ante la cafetería de Ochoa. «Estaré atento cuando pase Los Negritos, hágame un guiño».