Viacrucis del Aljarafe 2019

Itálica en Cuaresma: Un viacrucis de tiempos de Trajano y Adriano

El Nazareno de Santiponce celebra su culto en la arena del Anfiteatro del complejo arqueológico

Juanmi Vega @Juanmivegar /
08 mar 2019 / 13:02 h - Actualizado: 10 mar 2019 / 02:54 h.
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  • Viacrucis del Aljarafe. / Juanmi Vega
    Viacrucis del Aljarafe. / Juanmi Vega

El aire trae susurros de Hispania. Las ruinas saludan a un visitante que sabe que va a encontrarse con Dios.

Una hilera de personas recorren el perímetro cercado de las ruinas de Itálica para buscar la puerta que corona el cerro, junto al cementerio.

En ese punto hay multitud de fieles y curiosos que, bajo un abrigo, esperan impacientes la llegada de la comitiva. No hay ruido. Nadie habla. No hay nada que decir.

A lo lejos, en la oscuridad de las calles se ve un pequeño punto de luz. Le acompaña otro. Y otro. Y así, sucesivamente hasta que los flashes nos anuncian la llegada. Es Jesús Nazareno portando la cruz de los pecados del mundo.

Como cada año, la imagen de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Virgen del Rosario comienza su viacrucis visitando primero a los que dejaron en la tierra lo que no necesitaban en su nueva vida junto a Él.

La comitiva llega a la verja. No hay que decirle nada al hombre que se encarga de abrirla, pues sabe perfectamente el momento justo. La cruz de guía ya está en la puerta y la reja continúa cerrada. Se abren las puertas de nuestra historia.

La primera parada es la más significativa para todos los que acompañan a la imagen. En el cementerio se agolpan los recuerdos, las ausencias, las lágrimas y las peticiones.

Una vez pedido por todos los que no pueden acompañar a su Nazareno, las parejas que forman la comitiva empiezan a andar por las ruinas de Itálica. Y lo hacen por el mismo camino que cogía Marco Ulpio Trajano para llegar al Anfiteatro.

El viento golpea el fuego de las antorchas que alumbran el transitar de la comitiva, intentando apagar la iluminación para que no haya luz y siga la tierra sumida en esa oscuridad en la que lleva muchos siglos. De fondo, una melodía gregoriana resuena en los oídos de los que se agolpan en los extremos del Cardo Máximus. Esa melodía acompaña al sonido de la apertura y cierre de los diafragmas de las decenas de cámaras fotográficas que se agolpan esperando captar la mejor imagen de todas. Aunque la mejor imagen es vivirlo.

El Nazareno ya enfila el Anfiteatro. Los primeros metros que recorre son tan estrechos que cuesta imaginar que va a encontrarse con un espacio tan grande. No se detiene. Tiene una cita con las catorce cruces de guía de las hermandades del Aljarafe que esperan alrededor de los accesos a la arena.

Todos se agolpan tras Él. Prácticamente imposible entrar durante las primeras estaciones pero a medida que el Nazareno recorre metros, los fieles llenan el Anfiteatro

Hoy no hay 25.000 espectadores en la grada. Tampoco hay personas con espada luchando por su vida. Ni bestias. Ni bullicio. Ni se rinde culto a Némesis ni a Dea Calestis. Hay silencio. Rezos, plegarias y súplicas.

La roca nos habla de lo que un tiempo fue. De lo que un tiempo hubo.

El Nazareno ya marcha por la carretera principal para buscar su templo y esperar al Miércoles Santo para volver a encontrarse con sus fieles. Las antorchas ya no iluminan. Itálica se apaga. Adriano y Trajano también se despiden de nosotros. Hasta más ver.