«Es de noche y rezuman humedad los adoquines de la calle y las piedras de la catedral. En la noche inmensa del helador invierno de 1606, Juan de Mesa camina enfundado en una capa larga y negra, algo raída y bastante vieja. Los pasos del joven rompen el silencio de una ciudad bulliciosa de día, que a estas horas duerme sin saber que llega a ella una de las personas que la harán grande en el mundo del arte». Así comienza Pasión y poder, el encomiable debut literario de Macarena Herrera Fernández, dedicado a uno de los mejores imagineros de la Historia y publicado por el sello hispalense Punto Rojo. Una novela que, aunque persigue la senda anteriormente trazada por autores como Fernando Carrasco —es inevitable pensar en su éxito El hombre que esculpió a Dios—, va muchísimo más allá, pues trata de cubrir los abundantes huecos que existen sobre la figura del genio cordobés, especialmente en su primera etapa. De este modo, la filóloga hispánica, oriunda del municipio de Gines, nos ofrece en las primeras páginas de su libro un retrato sencillo y humano del joven artista, quien arriba a Sevilla tras una inicial formación en su ciudad natal y Granada, con intención de ingresar en el taller del renombrado escultor Martínez Montañés. Un inicio que, lejos de incidir en el academicismo habitual de este tipo de obras, confirma las intenciones de la autora; esto es la plasmación de una historia interesante mediante un lenguaje refinado, propio de la novela histórica, aunque sin caer en excesos. Un estilo fiel al contexto que se narra, pero sin injerencias. Y un tratamiento de los personajes cercano, sensible y alejado de toda mística.

Un ramillete de personajes

Y es que Pasión y poder es una novela «inspirada en los pocos datos que se tienen del autor y llevada por la imaginación y la libertad que da ese mismo desconocimiento», según Macarena Herrera. Un viaje al siglo XVII, que refleja a la perfección las luces y sombras de la ciudad que alumbrase al mundo, y que lejos de recurrir a los tópicos que jalonan la mayoría de títulos del género, nos sumerge en un escenario vívido y repleto de aristas. Así, la autora nos presenta al aspirante a imaginero Mesa en compañía de Luis de Figueroa, importante ensamblador de la ciudad de la Giralda, que ejerce de «curador» o tutor del joven, alojándolo en su casa. Asimismo, el cordobés entrará en contacto con un ramillete de personajes de lo más variopinto, desde el eminente Carlos Miravete, «médico de cámara en las grandes casas hispalenses y reputado doctor caritativo», al pintor Francisco Pacheco, pasando por un grupo de estibadores que, «hedientos, tostados al sol y musculados», a causa de su trabajo en el muelle, le servirán de modelos para sus primeros bocetos. Es entre estos hombres —representantes de la Sevilla extramuros— donde Juan comienza a abrir los ojos, pues suponen el contrapunto ideal a los círculos elevados entre los que se mueve su maestro, Martínez Montañés. Este último surge en manos de Herrera como una figura caracterizada por el «mal genio» y dotada de un gran sentido de la disciplina, pero sin caer en la caricatura.

«Una joven hermosa de buen talle»

Aunque quizás sea el retrato de María Flores, la esposa de Juan de Mesa, la mejor aportación de la novela. Un personaje del que conocemos poco más que el nombre, y al que la profesora de Lengua y Literatura dota de un potencial extraordinario, situándolo a la altura de su compañero. En palabras de la autora, «era una joven hermosa de buen talle y cabellera negra recogida al estilo de la época. Juan le superaba en edad varios años, pero no podía decir lo mismo en inteligencia y cultura. Era la única hija de don José Flores y doña María Luisa Fontana, él era un comerciante venido a más últimamente gracias al auge del comercio de telas que regentaba desde hacía años con la suerte de cara en los transportes desde América y Asia y la otra una auténtica señora de la Sevilla del XVII que, sin embargo, adelantada a su tiempo había enseñado a su hija a entender que el varón no aventaja en nada a la mujer más que en la posición de poder que ostenta en la sociedad y que una mujer cuenta con su cabeza como el arma más poderosa para luchar en ese mundo de hombres». Gracias al esfuerzo imaginativo de Herrera, los lectores descubrirán el idilio entre María y Juan, asistirán a los preparativos de su boda —coincidente con los primeros accesos de tuberculosis del escultor— y se sumergirán en su día a día como matrimonio. Más allá de este gran aporte femenino, la ópera prima de la escritora ginense subraya la pluralidad de la Sevilla barroca, una «nueva Babilonia», según Teresa de Ávila, en la que el recalcitrante catolicismo impuesto por la Corona no evitaba que se desarrollase una ciencia paralela y subterránea, bien plasmada en la novela.

Del Gran Poder a la Piedad de Córdoba

Y entrando en el terreno puramente cofrade, amén de acompañar al imaginero cordobés en sus trabajos iniciales en el taller de Montañés —el retablo de San Isidoro del Campo es uno de sus mejores exponentes—, Herrera anima al lector a explorar su evolución profesional, primero con la búsqueda del título de maestro escultor y más tarde con la puesta en marcha de su propio negocio. Es a partir de este momento, cuando el personaje central ofrece sus mejores matices, tanto en su relación con María —apasionada y triste a la vez— como con Montañés —compleja en todos los sentidos—. Asimismo, los amantes de la Semana Santa disfrutarán, por ejemplo, con el ingreso del imaginero en la cofradía del Silencio, el encargo del Cristo Yacente por parte del Santo Entierro o la ejecución del Señor del Gran Poder. Aquí, Macarena Herrera despliega su voz más honda, regalándonos pasajes hermosísimos salpicados de un lirismo tan elegante como equilibrado, en consonancia con el resto de la obra. Pero hay algo más; y es que, a modo de guinda, los lectores podrán sumergirse en el proceso de creación de la Piedad de Córdoba, una de las últimas y más logradas obras de Juan de Mesa, quien se despidió del mundo a la edad de cuarenta y cuatro años. Pasaje que la autora describe con suma delicadeza y al que le sucede un brillante capítulo final, de esos que dejan con la boca abierta.