«¿Tú eres el de los capirotes?», le preguntan siempre a Agustín Israel. Sí, es él. Se los pone a casi todo, incluso cuando no hay personas. En uno de sus cuadros, este joven pintor de Morón de la Frontera coloca un capirote con antifaz y sin nazareno delante del cortijo de Los Galindos. «Aquí mataron a cinco».
¿Y qué tiene que ver eso con la Semana Santa? En realidad, poco. El capirote con antifaz (por sí solo o sobre cualquier personaje: una flamenca, una plañidera, un superhéroe o un marqués) es para Agustín Israel «un símbolo de anonimato; nadie es nadie y todos son todos». Sin embargo, esa simbología nace directamente del amor de este pintor por la Semana Santa, así de directo. Cuando aún era estudiante de Bellas Artes, se planteó presentarse al concurso del cartel de las Fiestas de Primavera de Sevilla. «¿Cómo mezclas Semana Santa y Feria sin que parezca ofensivo?». Por la cabeza se le pasaba la idea de ponerle a una flamenca un capirote y ese recurso se ha convertido ya en un referente casi constante en toda su obra.
Ofender está muy lejos de la intención de Agustín Israel, como él mismo confiesa, exactamente igual de lejos que de Manuel Zapata, otro pintor de su generación que también usa «iconos religiosos como residuos de la cultura popular andaluza». Sus obras tienen una clara estética pop, en la que mezcla no sólo elementos de nuestra posmodernidad de a pie, sino también símbolos de nuestra Semana Mayor, con, por ejemplo, la Macarena como recurso o centro de sus miradas. «Soy hermano de la Macarena y vivo la Semana Santa con bastante intensidad, la conozco muy bien».
No se puede conseguir una obra respetuosa con algo si ese objeto de representación no se conoce bien (aplíquese también, por ejemplo, a la literatura o la fotografía). Es también el caso de otro de los creadores sevillanos de esta joven generación, Rafael Laureano. Aunque lleva ya bastantes años en el tajo, el gran público conoció a Rafael a raíz de la polémica con el cartel de las fiestas del verdeo de Arahal del pasado año. Su obra, una vez terminado el encargo, fue rechazada, pero probablemente nadie se acuerda del nombre del ganador final. «Me ocurrió lo mismo con una hermandad de Huelva (Buena Muerte). Cuando lo presenté me llamaron y me dijeron que había parte de la hermandad a la que no le gustaba... y finalmente no se publicó». Sin embargo, Laureano no para de trabajar, tiene muchísimos encargos. En cuestión cofrade (pues trabaja en muchos otros ámbitos), es autor del cartel de las Glorias de Sevilla de 2014 y acaba de presentar el que anuncia la Semana Santa onubense. Muchos de los que no entienden sus obras le dicen que «yo es que soy más clásico». «¿Y qué es ser clásico?», se pregunta Rafael. «Los carteles de los años 50 o 60 de la Semana Santa o de la Feria de Sevilla son tremendamente vanguardistas para su época, y hay gente que dice que son clásicos...».
Simplificar el debate entre «clásico y moderno» forma parte del deporte nacional español, que en realidad no es el fútbol (aunque el hooliganismo acérrimo algo sí que tiene que ver), sino polarizar en blanco y negro, ignorando la rica gama de grises. Se corre además el riesgo de meter en el mismo saco expresiones artísticas como las que traemos a esta página con manifestaciones estéticas rústicas como la de Drag Sethlas, a estas alturas ya mundialmente conocido.
Las redes sociales ayudan, además, a propiciar el veredicto apresurado: el dedo hace clic en lo que dura un scroll. «Es un hecho que vivimos en la cultura de la inmediatez, algo que a ninguna obra le viene bien. No tenemos tiempo de procesar tanta información», aclara Zapata.
La intención de algunos de estos artistas no se queda simplemente en la propuesta estética. En el caso de Agustín Israel, la crítica está muy presente en su obra. Desde este viernes podrá verse en la sala Un Gato en Bicicleta (calle Pérez Galdós) su obra Marca registrada, una imagen de la Esperanza Macarena con la cara pixelada y una enorme erre con un círculo en su pecho. «La Macarena es algo nuestro, del pueblo, pero la hermandad se ha apropiado de ella. Para mí la Macarena es muy especial, en la calle no tiene igual. Sin embargo, critico esas cuestiones políticas de mercadeo con la imagen que hay dentro del seno de la hermandad». En la misma línea opina Manuel Zapata, para quien «la mayoría de público que va a ver a la Esperanza a la basílica no va con un carácter espiritual, sino para entrar en contacto con la identidad sevillana o andaluza».
En las pretensiones de estos artistas no está, ni mucho menos, «caer en lo kitsch o en el realismo mágico», como explica Laureano. Desde el mayor de los respetos, el que les viene dado por sus propias vivencias cofrades, tratan de hacer propuestas estéticas novedosas y actualizadas, con mayor o menor carga crítica, según sea el caso. Cómo se lo tome el espectador es ya otro cantar...