La luz que trae la Cuaresma

Más allá de la liturgia y simbolismos como la ceniza, los 40 días o el morado en las celebraciones, la Cuaresma sevillana es luz, una luz que preludia jubilosa la emoción de los corazones cofrades

18 feb 2018 / 20:24 h - Actualizado: 18 feb 2018 / 20:25 h.
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El pasado miércoles, una cruz de cenizas en el centro de la frente reencontró a Sevilla con su tiempo litúrgico más esperado. La ciudad, que late al ritmo del pulso que marcan las agujas del reloj de la inquieta y permanente espera, ya vive anhelante la inminente conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Semánticamente, la palabra Cuaresma procede del latín quadragésima (cuadragésimo día o cuarenta días), siendo esta espera cuaresmal, anticipo certero de nuestra Semana Santa, un periodo cargado de símbolos que conviene explicar. Históricamente, los orígenes de su práctica se remontan al siglo IV, extendiéndose desde un punto de vista litúrgico desde el Miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo, cuando la Iglesia Católica se prepara para la celebración de la Pascua. La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza con la imposición de las cenizas en la frente de los cristianos bajo la fórmula polvo eres y en polvo te convertirás, en recuerdo de la condición humana, el fin de la mortalidad y la realidad de la muerte, un simbolismo que forma parte de la tradición de la Biblia, donde aparecen varios personajes echando cenizas sobre sus cabezas en señal de arrepentimiento. Es la Cuaresma un tiempo marcado por la reflexión espiritual y la conversión a través de la penitencia y el ayuno, primando en las celebraciones religiosas el color litúrgico morado como símbolo de dolor, tristeza y penitencia, a excepción de dos domingos, el cuarto domingo de Cuaresma, llamado Gaudete, donde se usa el color rosa, y el Domingo de Ramos, donde prima el color rojo por ser este el Domingo de la Pasión del Señor. Igualmente, la extensión temporal de la Cuaresma durante 40 días guarda un carácter teológico y simbólico que hay que rastrear en la Biblia, donde el número 40 es muy común, apareciendo hasta en cien ocasiones. Y es que la quadragésima o 40 días no fueron elegidos al azar para cubrir el periodo cuaresmal. Así, 40 fueron los días y las noches del Diluvio Universal, 40 fueron los días que estuvo Moisés en la montaña antes de recibir los Mandamientos de la Ley de Dios, 40 fueron los años que pasó el pueblo judío durante su Éxodo por el desierto para librarse de la esclavitud de Egipto, 40 fueron los días que pasó Jesús en el desierto tentado por el Demonio antes de iniciar su vida pública y 40 fueron los días que, después de resucitar, estuvo Jesús predicando entre los hombre antes de su ascensión al cielo. Simbólicamente lo podemos explicar así: Jesús se convierte en el nuevo Moisés, que tras 40 días de Cuaresma, en alusión a los 40 años que duró el Éxodo judío, a través de la cruz redentora de su Pasión, nos lleva a los cristianos, esto es, al nuevo pueblo de Dios, a una liberación de la esclavitud, que en este caso no es de Egipto, sino del pecado, guiándonos hacia la tierra prometida, que en este caso no es Israel, sino la vida eterna.

Pero más allá de liturgia y simbolismos, la Cuaresma sevillana es luz... una luz indescifrable, que dándole la mano, traviesamente, al frescor primaveral que se intuye, preludia jubilosa el renacer de la emoción en los corazones cofrades. Vuelve la vieja Cuaresma y, con ella, la ensoñadora Sevilla abre de par en par las ventanas de su historia para que penetre esa luz esperada durante todo un año, que ahora regresa de nuevo para insuflar vida en forma de luminiscentes resplandores de Pasión. Ritos y tradiciones que, embriagados de la luz buscada por los sevillanos, hacen que los cultos internos y externos, propios de este recién comenzado tiempo litúrgico, luzcan esplendorosos.

Esta tarde, las manos atadas de Nuestro Padre Jesús Cautivo, de Torreblanca (Jesús Méndez Lastrucci, 1991- 1992), desatarán con su luz trascendente los sentimientos de fe de los cofrades hispalenses, surcando con su blanca túnica esos caminos de luz que las naves catedralicias nos acercan cada año con la celebración del tradicional Viacrucis del Consejo de Hermandades y Cofradías.

Y con el Señor Cautivo, apresada, también, para siempre la fe de un barrio, que cada Viernes de Dolores transforma su devoción en incandescentes ráfagas de pasión por Aquel que lleva prendida en su soga la misma luz del mundo. Vuelve la Cuaresma, y con ella el mayor encanto de la luz a la ciudad que la hace suya... esta Sevilla que hace buena la cita bíblica contenida en el Salmo 26-1: «El Señor es mi luz y mi salvación». Ya lo saben, quien siga la luz que trae la Cuaresma nunca caminará en tinieblas.