Por Juan Manuel Contreras Ayala
Llegó por fin el ansiado día. Esperado durante un año, a veces desde más, por la temida lluvia. Todo se hace nuevo y se renueva a la vez. Estrenamos ilusión por estar con nuestras devociones por las calles de Sevilla. Es día de reencuentros con familiares y con amigos. También con los nazarenos de tu mismo tramo. En los minutos previos a la salida de la Hermandad, habláis de casi todo pero inconscientemente, casi con disimulo, pasamos lista mentalmente y comprobamos que falta siempre alguien, posiblemente para siempre. También se dejan notar los que acuden por primera vez.
Día grande para la Hermandad y para ti, que te unes a tantos cientos de hermanos que tienen tu misma fe cristiana, para hacer pública manifestación de tus creencias y devociones. También es día durante la estación de penitencia, de examen de conciencia y oración. El largo trayecto nos da también para reflexionar y pensar.
Antes de la salida rezamos brevemente, como mandan todas las Reglas de nuestras Hermandades y Cofradías ante nuestros titulares, y damos gracias por poder estar un año más con ellos. Ante alguna petición especial, prometemos cosas que quizás no podamos cumplir al cien por cien.
Luego ya viene la salida, la calle. Sevilla entera nos entra por los ojos de los antifaces.
Las calles de todos los años y sus transformaciones nos recuerdan cómo va cambiando la ciudad desde que comenzamos a salir de nazareno. Pero lo mejor no ha llegado aún.
Si tenemos la suerte de ir cerca, muy cerca de los pasos, lo mejor es ver las caras de los que nos ven pasar. La fe, la esperanza y la caridad van en una sola mirada de padres, madres, esposas e hijos. Cada una con una íntima y secreta petición.
Ya solo nos queda retornar a nuestra iglesia. Con nostalgia vamos entregando el cirio o insignia que hemos portado. Cansados, muy cansados, retornamos a casa. En el almanaque de la vida las Semanas Santas son algo más que años. Por eso hay tanta ansia porque llegue. Por eso hay tanta nostalgia cuando pasa.