La última dolorosa errante

La Soledad de San Lorenzo pone el broche al Sábado Santo cargada de sentimientos encontrados: gloria a la resurrección y melancolía por la pasión que se acaba

26 mar 2016 / 20:47 h - Actualizado: 26 mar 2016 / 23:13 h.
"Sábado Santo","Soledad de San Lorenzo","Semana Santa 2016"
  •  Soledad de San Lorenzo a su salida de la plaza del mismo nombre / J.L. Montero
    Soledad de San Lorenzo a su salida de la plaza del mismo nombre / J.L. Montero

Nombrar Soledad, es llamar también a la melancolía. Mentar a la pena profunda por algo que se va. Programas de mano arrugados, destartalados por el excesivo uso y releídos hasta gastar sus letras se mezclan con fuertes deseos que ansían el paso de un año a toda velocidad, locos por ver a un nazarenito blanco de La Borriquita que pide la venia en Campana. Con permiso del Resucitado de Santa Marina, los de San Lorenzo simbolizan el tradicional cierre a la semana de Pasión en Sevilla. Con la sobria majestuosidad de una de las cofradías más antiguas de la ciudad, el paso de la Virgen de la Soledad se planta en Campana. Se trata de una imponente talla anónima fechada entre el XVI y el XVII a los pies de una cruz desnuda de la que pende un sudario que evoca no pocos sentimientos que van más allá de la melancolía. El colofón no puede ser más emotivo. Una madre afligida, cuasi taciturna, que arrastra la pena más grande jamás contada. A sus pies, flores blancas que irradian esperanza en lo que ha de venir en la noche de gloria, y un monte de lirios morados bajo ese madero sin Cristo. La cofradía, la más populosa en cuanto a nazarenos de la jornada, tuvo un mínimo incidente en su transitar hasta la Carrera Oficial, a la altura de la Calle Jesús del Gran Poder, pocas chicotás después de abandonar su morada de San Lorenzo una de las tulipas que cobijan la candelería del frente cayó al suelo tras una levantá. Contratiempo anecdótico que no turbó a los Ariza, dueños del paso de esta dolorosa errante, que aún sin música, desprende sintonías de pureza cofrade.