Las trabajaderas de la Vera Cruz crujen en Los Palacios

El Cristo estrenó un nuevo exorno: un monte sembrado de iris morados

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
29 mar 2018 / 23:08 h - Actualizado: 29 mar 2018 / 23:37 h.
"Religión","Semana Santa en la provincia","Semana Santa 2018"
  • El Cristo de la Vera Cruz, ante su pueblo. / Á.R.
    El Cristo de la Vera Cruz, ante su pueblo. / Á.R.

Adelantándose a las nubes que acaban de llorar tímidamente la pérdida de un costalero del Furraque, Raúl Gilabert Mayo, ya en el cielo a la temprana edad de 37 años, la hermandad del Cristo de la Vera Cruz y la Virgen de Los Remedios ponía ayer su cruz de guía en la puerta a las 17.30 horas, en un barrio desbordado de fe y entusiasmado por la principal novedad del crucificado: su monte por primera vez sembrado no de claveles rojos sino de iris morados. El paso sobre el que manda José Joaquín Sánchez hacía su primera revirá hacia la marisma sobre un manto de gente entre compungida por el hueco que dejaba el joven Gilabert en sus trabajaderas y extasiada por la imponente figura del Señor que Castillo Lastrucci tallara al terminar nuestra guerra incivil.

Por la calle Larra, el Toledillo y hasta la Pililla –extenso e íntimo barrio de esta hermandad que es por sí sola casi la mitad de la Semana Santa palaciega– no solo el Cristo, acompañado como el Cautivo del martes por la banda que lleva su nombre, sino la Virgen remediadora –mecida a compás por la banda de música Ciudad de Utrera– repartieron bendiciones sobre un pueblo entregado y que abre sus alas de pasión en la presentación de la parroquia del Sagrado Corazón. Ya para entonces, noche cerrada, al Cristo y a la Virgen guapa del Furraque le habían cantado algunas saetas, y las que quedaban... Sus capataces, los hermanos Rialora, mandaban sobre una cuadrilla de hermanos que derrochaban su fe y su arte al alimón en cada chicotá, con especial lucimiento en la carrera oficial, antes de que la cofradía que dirige Juan Gavira iniciara su subida a Santa María la Blanca y su bajada hacia el viacrucis de capillas que conducía a casi un millar de penitentes de vuelta a la suya, a casi las dos de la madrugada.