Nadie cruzaba la ojiva de San Esteban sin despedirse de Julián López. Uno por uno, como si se tratara de una audiencia real, se acercaba a darle la mano, un beso, un abrazo, unas palabras de ánimo o el sencillo deseo de una buena estación de penitencia, que también se hace cuando a uno le toca ver irse la cofradía y quedarse en casa. Incluso con los rostros cubiertos por los antifaces, Julián los reconocía a todos y correspondía emocionado a las muestras de cariño y respeto de sus hermanos.
Julián López es casi lo inmutable dentro de lo mutable en San Esteban. Pasado mañana cumple 81 años. Se ha enfundado el hábito nazareno en 76 ocasiones –la hermandad se fundó en 1926–. Ha sido de todo en la hermandad, incluido hermano mayor. «He entregado mi vida a la hermandad», aseguraba emocionado mientras saludaba a todo el que se acercaba cuando ya se alejaba el palio de la Virgen de los Desamparados –claveles blancos en las jarras y gladiolos en las esquinas–. Y es que este Martes Santo, por primera vez en su vida, le ha tocado despedir a sus hermanos con traje de chaqueta, en primera fila, dentro y fuera del templo. «Pido poder seguir viéndola. Así que le pido fuerzas y salud», para él y para su esposa, Chary, que se tuvo que quedar en casa. Mientras esperaba la hora del regreso, Julián le pudo contar todos los detalles de una nueva salida que encoge el corazón y a veces da miedo presenciar.
Nadie quiere perderse ese milagro del Martes Santo que supone lograr la cuadratura del círculo: que un paso de palio pase por una ojiva dentada. Y volvió a suceder. La hermandad estrenaba hermano mayor, Jesús Bustamante, y su junta de gobierno confió en noviembre a un nuevo capataz, Pepe Andreu, hermano antiguo de la cofradía y experimentado en otros muchos martillos, esta difícil tarea. En cinco ensayos y uno dedicado expresamente a la salida, se solventó. Los costaleros conocían cada uno su misión, no sólo bajo las trabajaderas, también el puesto que debían ocupar en el perímetro del paso y cómo colocarse tanto ante la puerta del templo como en la trasera para, entre todos, salvada la piedra, cuando los seis varales de cada lado ya estaban en la calle y las patas dejaban de rebotar sobre el enlosado, levantar el palio. El público respiró y, sin más, junto a los aplausos se escucharon muchos «olés». Lo mínimo para premiar el trabajo de estos hombres que, en cuanto, ya con los zancos puestos y el paso revirado en el sentido de la calle, lo arriaron, se turnaron con los de relevo. Sobre sus hombros, casi a gatas, habían soportado el peso de este paso que estrenaba faldones hechos en el taller de bordados de la corporación, en el antiguo convento de San Agustín.
María Casares, María Ángeles Fernández o Chary Arenilla, artífices también del manto que estrenó la dolorosa en 2014, presenciaron esta salida en la zona acotada por la hermandad para los miembros de escasa movilidad. Vieron irse a los casi 1.300 nazarenos de este cortejo azul cielo y blanco, en el que forman cerca de 200 niños, que se incorporan desde la Casa de Pilatos, donde también se organizan todos los tramos de Virgen, y vieron irse al Señor de la Salud y Buen Viaje –exornado con rosas rojas y completada la restauración de su paso– con lo sones de La clámide púrpura que le tocaba la agrupación de la Redención por el nuevo recorrido hacia la Carrera Oficial, que dejaba las siete revirás que les suponía pasar por San Ildefonso y San Leandro para dejarlas en tres por Boteros y Sales y Ferré hasta Cristo de Burgos.