En los años setenta del pasado siglo se planteó nuevamente el problema de la falta de costaleros profesionales como consecuencia de un cambio radical en los sistemas de trabajos portuarios. Muchos años antes, en los veinte y treinta, también se planteó idéntico problema pero por causas distintas, por conflictividad social. El puerto de Sevilla era el vivero donde se formaban los futuros costaleros, procedentes de las cuadrillas de obreros cargadores del muelle, que realizaban las cargas y descargas de mercancías a hombros. Hasta los años setenta antes citados, no contó el puerto con el armamento necesario para atender todas las faenas de trasiego de mercancías a graneles y envasadas. Lógicamente, a medida que se iban mecanizando las faenas portuarias, disminuía la mano de obra especializada y cuando llegaba el tiempo de Semana Santa los capataces se rifaban a los pocos hombres aún aptos físicamente para meterse debajo de los pasos.

En los años veinte y treinta fueron los problemas sociales los que crearon la necesidad de buscar alternativas a los costaleros y con diversas variables de sistemas, todos se fundamentaron en colocarle ruedas a los pasos, pero la fórmula no gustó a nadie y la necesidad de mano de obra encareció y mejoró las condiciones de trabajo de los costaleros. Después, mediados los sesenta, volvieron las iniciativas basadas en ruedas, y una de ellas fue propuesta por Rafael Ponce, que aparece en la imagen captada por el fotoperiodista y actor Eulogio Serrano.

Aquella iniciativa de los estudiantes sevillanos, que en vez de cobrar su trabajo pagaban papeleta de sitio, como el resto de los hermanos, fue recibida con simpatía pero sin demasiada confianza en su técnica para llevar los pasos como gusta en Sevilla. Sin embargo, la falta de cargadores del muelle y de transportistas, forzó a otras cofradías a buscar entre sus hermanos a quienes pudieran situarse bajo las trabajaderas.

De manera que, cuando se plantearon problemas de supervivencia de los desfiles procesionales según los cánones del costalero profesional y muchos pensaron que sería el fin de un estilo único de llevar los pasos, los estudiantes abrieron una puerta a la esperanza. Cuarenta y tres años después nadie duda del buen hacer de los hermanos costaleros.

LA PRIMERA CUADRILLA

El 17 de abril de 1973, formaron la primera cuadrilla y marcaron un hito en la historia de las cofradías. La respuesta ha sido múltiple e inmediata, y entre ellas la del doctor en Medicina José María Gutiérrez Goicoechea, que en calidad de miembro de la comisión de Historia de la Hermandad del Cristo de la Buena Muerte y María Santísima de la Angustia, publicó en 1996 y 1997 un estudio sobre los orígenes de la cuadrilla, al cumplirse las «bodas de plata» de aquel acontecimiento.

La primera cuadrilla seleccionada de entre más de ochenta voluntarios, estuvo compuesta por treinta y seis hermanos, con edades comprendidas entre los 16 y los 30 años, con un promedio de 21 años. Fueron divididos en seis trabajaderas, según el criterio del capataz, Salvador Dorado Vázquez El Penitente, compuesta por los siguientes costaleros:

Primera trabajadera: José Antonio Marín Gutiérrez, Manuel López Zabala, Guillermo Orellana Delgado, Antonio Gutiérrez de la Peña (listero), José Joaquín Gómez González, Francisco León Vargas, José León Alonso y José Ignacio Jiménez Esquivias.

Segunda trabajadera: Manuel A. Ruiz Luna, Javier Fernández de la Puente, Manuel Amores Domínguez, José J. Gutiérrez Rosales y Luis Esquivias Fedriani.

Tercera trabajadera: Fermín Sánchez López, Ramón Castro Núñez, Gabriel Ramos Castillo, Juan Núñez Fuster, Enrique de la Matta y Francisco Cabanillas Muñoz.

Cuarta trabajadera: Enrique Ortega López, José Luis Montoya Sánchez, Ignacio Capitán Carmona, Enrique León Salgado y Enrique Henares Ortega.

Quinta trabajadera: Fernando Moreno Barrera, José Esteve León, Fernando Jiménez Filpo, Ignacio Ordóñez, Enrique Torres, Fernando de la Cueva y Jesús Rodríguez de Moya,

Sexta trabajadera: José Luis Amoscótegui Gil, José Luis Medina Castaño, Carlos Millán García, Eduardo Esteban González y Manuel Palomino González.

Todos abonaron la papeleta de sitio por valor de 250 pesetas de la época, equivalente a 3.500 pesetas actuales, aproximadamente. Y un detalle importante y poco conocido, es que la hermandad decidió abonar a los costaleros profesionales sustituidos el salario estipulado para ese año y algunos siguientes, para no causarles perjuicio económico y asegurarse la garantía de salida de los pasos en caso de problemas físicos de algunos hermanos costaleros. En 1973, la nómina de costaleros profesionales de la hermandad ascendía a 106.000 pesetas, por las dos cuadrillas de Salvador Dorado Vázquez El Penitente, más de un millón y medio actuales, aproximadamente.

Afirma el analista Juan Carrero Rodríguez, que la preparación de los hermanos costaleros durante el otoño e invierno de 1972-1973, fue un verdadero calvario por la inclemencia del tiempo y el piso de chinos de la lonja de la Universidad, y que cuando llegó la hora de la verdad el Martes Santo 17 de abril de 1973, aquellos jóvenes universitarios se ganaron el respeto y la admiración de los sevillanos, «por la forma tan perfecta de levantar el Cristo a pulso y por su manera tan peculiar de andar, artes éstas que no se habían conocido antes con tanta perfección, ni siquiera en los costaleros profesionales».

La idea de formar una cuadrilla de costaleros con hermanos de la cofradía, fue propuesta por el estudiante José Luis Amoscótegui Gil, que aparece en la fotografía con camiseta negra de tirantas, al entonces hermano mayor, Ricardo Mena-Bernal Romero. También aparecen en la imagen el hermano mayor, el capataz, su ayudante Manuel de Santiago y los contraguías Vargas y Chaves. El estudio y autorización de la primera cuadrilla estuvo a cargo de una comisión de la Junta de Gobierno, formada por el hermano mayor, Ricardo Mena-Bernal Romero; el secretario, Fernando Cano, y el mayordomo, Francisco Palomo Ruiz.