La Semana Santa de 1899 no fue una más. Aquel año se reanudaron las estaciones de penitencia a la Santa Iglesia Catedral que habían quedado interrumpidas por la caída del cimborrio del crucero el 1 de agosto de 1888. Durante más de una década, las cofradías tuvieron que rodear el templo metropolitano sin poder acceder a su interior: el primer año, por la actual calle Ceferino González hasta rebasar la Puerta de Palos. Pero en las sucesivas Semanas Santas se escogió otra opción más versátil que recortaba el rodeo de los cortejos penitenciales. Las cofradías giraban hacia la calle Alemanes a la altura de la Punta del Diamante y hacían estación ante el altar que montaba el Cabildo en la Puerta del Perdón. Repuesto el inmenso cimborrio por segunda vez -ya se había hundido antes en 1511- la Semana Santa de Sevilla recuperaba su normalidad a la vez que sembraba los cimientos del auge que iba a llegar en el siglo XX.

Conviene dibujar el clima que se vivía en la ciudad después de superar los rigores de la desamortización eclesiástica, la traumática exclaustración de los viejos conventos, la revolución de 1868 y hasta los ecos lejanos de la invasión francesa. Hablamos, por fin, de un panorama favorecido por la estabilidad política y económica y hasta la garantía de las subvenciones que permitieron a las cofradías regularizar su salida procesional e incorporar enseres de calidad. Ese florecimiento en lo cofrade es paralelo al incremento de la actividad de las hermandades y los programas de culto a sus imágenes. En ese caldo de cultivo se multiplican los quinarios, las novenas y todo tipo de ejercicios piadosos que rescatan las efímeras maquinarias barrocas con un sentido posrromántico. A la vez, se potencia el concurso de predicadores de prestigio y se cuida especialmente el apartado musical de los cultos. Ese clima de expansión cofrade es el que se había encontrado Marcelo Spínola y Maestre cuando tomó posesión de la silla de San Leandro en febrero de 1896.

Pero el futuro cardenal conocía perfectamente los entresijos de la sociedad sevillana y las particularidades de su iglesia diocesana. La vocación sacerdotal de Marcelo Spínola y Maestre -hijo del marqués de Spínola- había llegado en edad adulta. Sus primeros pasos profesionales se dirigieron al ejercicio del derecho, carrera que había culminado en la Universidad Literaria de Sevilla en el lejano 1856. Pero la llamada de la Iglesia y el servicio a los más pobres acabó pudiendo más y su ordenación como presbítero llegó en 1864. Un primer destino en Sanlúcar de Barrameda precede a su segundo aterrizaje en la ciudad en 1871, esta vez como cura ecónomo de San Lorenzo. Allí se encontró con la pujante cofradía del Gran Poder y la hermandad de la Soledad, una recién llegada que había sido acogida en el céntrico templo en 1868 prácticamente con lo puesto. Al año siguiente de su llegada a la histórica parroquia, Marcelo Spínola ingresó en la nómina de los hermanos del Señor de Sevilla. No pasaría mucho tiempo antes de ser elegido director espiritual e incluso mayordomo de la junta.

Nombrado sucesivamente arcipreste, canónigo, obispo auxiliar de Sevilla, titular de Coria-Cáceres y Málaga, retornó a Sevilla en calidad de arzobispo de la que era aún una inmensa archidiócesis. Aquella vuelta renovó los lazos que le unían al Gran Poder. Por expreso deseo del propio prelado, retomó la dirección espiritual de la Hermandad y la detentó hasta su muerte. Esos vínculos quedarían simbolizados en el nombramiento de Hermano Mayor Honorario en 1897, que el prelado ostentó con orgullo. Desde aquel momento, el arzobispo Spínola presidiría los cabildos de salida del Gran Poder, que entonces se celebraban el Domingo de Ramos. Pero su actuación más destacada llegaría en 1903 al mediar en la famosa concordia con la Macarena que se materializaría en la emocionante petición de venia que ya se ha convertido en un capítulo indisoluble de los prolegómenos de la Madrugada. Precisamente, la Hermandad del Gran Poder fue la principal impulsora de la colocación del altorrelieve y la lápida que recuerdan la figura del apóstol de los pobres en la fachada principal de San Lorenzo desde 1912.

Pero esos no son los únicos lazos de Spínola con la collación laurentina. Ya hemos mencionado la llegada de la corporación soleana en 1868, procedente de la parroquia suprimida de San Miguel que ocupaba el solar de los actuales sindicatos en el Duque. El templo había sido condenado al derribo por la nefasta revolución de La Gloriosa. Sólo tres años después de aquel traslado, Marcelo Spínola y Maestre sustituye al presbítero Eugenio Fernández de Zendrera que además de regir la parroquia detentaba la vara de hermano mayor de la hermandad de la Soledad, de la que fue activo actor además de catalizador fundamental del traslado a San Lorenzo que sembraría el apogeo posterior de la corporación. Ramón Cañizares, archivero de la cofradía del Sábado Santo, recuerda que, como responsable de la céntrica parroquia, Spínola “tuvo una relación directa con la hermandad de la Soledad en una época de gran estrechez económica” para las arcas de la cofradía, a la que predica los cultos de 1879. Aquella relación no se interrumpiría con su ordenación episcopal.

Marcelo Spínola ya era arzobispo de Sevilla cuando recibe -en 1897- el nombramiento de Hermano Mayor Honorario de la Hermandad de la Soledad, que llegó a acordar entrar con el cortejo de nazarenos y el paso de la Santísima Virgen de la Soledad en el palacio arzobispal después de salir de la Catedral. Se había previsto -precisamente- para la Semana Santa de 1899 pero los faroles de la puerta impidieron aquel empeño que sólo quería materializar los sólidos vínculos afectivos que seguían uniendo a los cofrades de San Lorenzo con el que había sido su párroco y director espiritual. Un siglo después, la hermandad adoptaría al Beato Marcelo Spínola -Juan Pablo II lo había elevado a los altares en 1987- como cotitular de una hermandad que lo reivindica desde entonces en su estación de penitencia. Lo hace con un banderín confeccionado por el sastre Fernando Rodríguez Ávila y bordado por Rosario Bernardino sobre un trozo de moiré de la capa magna regalada por el cardenal Bueno Monreal con tal fin. El conjunto se remata con un relicario que reproduce a escala la torre de San Lorenzo y cobija un resto del cuerpo del Beato que fue donado por las Esclavas del Sagrado Corazón, la congregación que Marcelo Spínola había fundado en la localidad cacereña de Coria en 1885.

Pero hay que retornar a ese 1899, un año que estaba destinado a cambiar muchas cosas. Aquel mismo año saludaba otra efemérides que iba a tener mucho que ver en el futuro con la forma de relatar los entresijos de la fiesta mayor de Sevilla. El 1 de febrero de 1899, el arzobispo Marcelo Spínola -el capelo se hizo esperar hasta 1905, sólo un año antes de su muerte- fundó El Correo de Andalucía. Estaba comenzando una nueva época para la prensa local y regional; pero también se estaba inaugurando una nueva forma de contar y cantar el mundo de las cofradías.

Pero, ¿cómo y cuantas eran las cofradías sevillanas hace 115 años? La nómina de la Semana Santa de 1899 dista mucho de las cifras que se manejan hoy en día. El Domingo de Ramos sólo salían la Estrella, los Negritos, las Aguas y la Amargura. La Semana Santa quedaba interrumpida en las jornadas del lunes y martes y se retomaba el Miércoles Santo con la salida de los Panaderos, el Cristo de Burgos, las Siete Palabras y la Lanzada. El Jueves Santo era el turno de San Bernardo, Monte Sión, Cigarreras, Valle y Pasión. En la Madrugada las cosas han cambiado poco: el Cabildo de Toma de Horas recogía las estaciones del Silencio, Gran Poder, Macarena, Calvario, Esperanza de Triana y Gitanos. En la tarde del Viernes Santo figuraban los cortejos de la Carretería, San Buenaventura, Cachorro, la O, San Isidoro, Montserrat, Mortaja, Museo y la Soledad de San Lorenzo.

Hay que volver a la mejor fuente, que no es otra que la valiosa hemeroteca del Correo de Andalucía, un tesoro bibliográfico que recoge el suceso más relevante de aquella Semana Santa de hace 115 años en la que aún no se había institucionalizado la Hoja del Lunes. El periódico se publicaba todos los días de la semana, incluyendo el Sábado Santo, que aquel año cayó el 1 de abril. En un breve balance de los días que habían quedado atrás, El Correo -un jovencísimo diario que vivía su primera Semana Santa- recoge con todo lujo de detalles el incendio del palio de Montserrat en plena calle, que sufrió enormes daños en la saya y el característico manto azul de las torres y los leones que había bordado en 1855 Patrocinio Antúnez. También fueron perjudicadas las manos y la mascarilla que tuvieron que ser restañadas por el escultor Gutiérrez Cano.

Pero la memoria y el legado del Beato Marcelo Spínola siguen rabiosamente vigentes y su halo permanece presente entre San Lorenzo y la basílica del Gran Poder, que atesora algunas de sus pertenencias en unas vitrinas situadas en el pasillo que une la capilla Sacramental con la salida del camarín del Señor. En esa misma estancia se venera una imagen de Navarro Arteaga que sigue recogiendo los rezos de los devotos. El penúltimo capítulo de este crisol de afectos lo firmó el propio periódico hace quince años, cerrando un círculo hermoso. La antigua nave de la rotativa de la desaparecida redacción de la Carretera Amarilla estaba presidida por un azulejo -bastante olvidado- del fundador del diario decano. Aquel retablo, firmado por cerámicas Montalbán, había sido trasladado allí desde la primitiva sede de la calle Albareda y se había colocado sin demasiado tino ni cuidado, con muchas de sus piezas desordenadas. Algunas máquinas de bebidas y tabaco terminaban de dibujar un panorama desolador que empezó a ser mucho más sombrío al rumorearse el cambio de sede y el previsible derribo del destartalado y obsoleto edificio del polígono. Algunas personas que sólo se condujeron por afecto y devoción consiguieron mover los hilos necesarios, no sólo para extraer y restaurar el azulejo; también para devolverlo al escenario que más y mejor recuerda la figura del apóstol de los pobres. La dirección del periódico y la junta de gobierno de la Hermandad de la Soledad no tardaron en ponerse de acuerdo: la donación era un hecho. Después de la función de los Dolores del 17 de septiembre de 2004, el retablo del Beato Marcelo Spínola -vestido con la púrpura cardenalicia y sosteniendo un ejemplar del diario decano que él mismo había fundado en 1899- era bendecido en la fachada exterior de la capilla de Nuestra Señora de la Soledad. Antes había recuperado los esplendores perdidos en el taller de Alfonso Orce. Lleva la inscripción “El Siervo de Dios Cardenal Marcelo Spínola y Maestre Arzobispo de Sevilla Fundador del Correo de Andalucía, 14-1-1835-19-1-1906”. Desde allí sigue velando por los suyos...