Música para la Divina Pastora

Enrique Casellas celebra sus bodas de plata con un concierto entre amigos. Destinará los beneficios a la hermandad de la Pastora de Capuchinos, su gran devoción junto a Los Gitanos

02 mar 2017 / 08:00 h - Actualizado: 02 mar 2017 / 08:00 h.
"Cofradías","Cuaresma 2017"
  • BIblioteca del convento de capuchinos, espacio donde Murillo pintó muchas de sus obras. / Manuel Gómez
    BIblioteca del convento de capuchinos, espacio donde Murillo pintó muchas de sus obras. / Manuel Gómez
  • Los artistas que cantarán con Enrique Casellas, ante la Pastora de Capuchinos. / C.P.
    Los artistas que cantarán con Enrique Casellas, ante la Pastora de Capuchinos. / C.P.

Paga la cuota de seis hermandades entre glorias y penitencias, de la capital y de la provincia. Pero si tiene que elegir, sin desmerecer ninguna de las demás, se queda con Los Gitanos, su «hermandad de cuna», y la Pastora de Capuchinos. Tanto es así que cuando le llegó el telegrama anunciándole que había sido seleccionado como finalista en el Festival de Benidorm dudó si participar porque coincidía con la procesión de la imagen que le había visto crecer –su madre trabajaba entonces como cocinera para los frailes y muchos días, tras el colegio, terminaba comiendo en el convento y pasando allí la tarde–, su devoción sin fisuras, y se inventó una gala como excusa para poder presentarse un día después en los ensayos de la ciudad alicantina. Además aquel año coincidía este último domingo de mayo con la romería del Rocío. Tenía que dejar demasiadas cosas atrás. Cuando aún no se había recogido el paso de la Divina Pastora, pero cuando ya había cumplido con su último relevo, aunque sin poder escaparse a la aldea almonteña, Enrique Casellas se montó en el coche y desembarcó en el festival que ganó. Era 1998. Entonces apenas llevaba seis años dedicados a la música, desde que grabó el disco Mi medalla del camino con el coro del Rocío de la Macarena.

Y tan fuerte sigue siendo esta devoción y tan estrechos los vínculos con este convento de los capuchinos que no ha encontrado mejor forma de agradecer a sus amigos que le van a acompañar en el concierto conmemorativo por sus 25 años en la música que organizarles una visita a este zenobio en el que Bartolomé Esteban Murillo pintó algunos de sus lienzos más conocidos –Santas Justa y Rufina o la Virgen de la servilleta– durante los cuatro años que estuvo trabajando para estos franciscanos. «Fue la solución pobre» que encontraron los frailes para «adecuar la iglesia con devociones piadosas» cuando aterrizaron en estos muros en su llegada a Sevilla, en 1624, explicaba con pasión el padre Francisco Lusón al selecto grupo de visitantes, entre los que estaban José Manuel Soto, Isabel Fayos, Los Alpresa, Vicente Gelo o Virginia La Pipi –completan el elenco el domingo Pepe el Marismeño, Rafa Serna, Consuelo, David Gutiérrez y Son y Sal, aunque a última hora se han caído del cartel Amigos de Gines–.

Y tanta sigue siendo esta devoción que Enrique Casellas no se lo pensó un momento cuando en la Fundación Cajasol le pusieron como condición para cederle la sala Chicarreros para el concierto conmemorativo de sus bodas de plata en la música que fuera benéfico: «¡Claro! Los beneficios, para mi hermandad de la Pastora», inmersa, entre otros proyectos, en la restauración del paso de la Virgen, que ahora se conserva en la antigua sacristía de la iglesia –«para evitar las humedades del almacén», apunta Paco Lusón– y hoy museo oficioso de la Divina Pastora, una devoción que se propagó desde Sevilla, desde este convento en particular, donde fray Isidoro tuvo la visión, o «idea» –para esquivar a los que perseguían a los herejes– de la Virgen en esta advocación, al mundo, sobre todo a Sudamérica. De hecho, el paso comparte el espacio con una peculiar imagen mariana pero tallada y ataviada siguiendo los cánones de los gustos venezolanos. «Es una réplica de la Divina Pastora de Barquisimento (Venezuela), que reúne en su procesión allí a tres o cuatro millones de devotos cada año y aquí, cada 14 de febrero, a cientos de venezolanos» afincados en Sevilla para su procesión por la iglesia y el compás de este monasterio.

Para que a la cita no le falte el toque cuaresmal, Enrique Casellas promete interpretar parte de Pasiones y ...del Alma de Sevilla, sus sevillanas dedicadas a cada una de las cofradías dela ciudad.

ENTRE EL AÑO MURILLO Y LA HUMEDAD

Los capuchinos llegaron a este convento, donde antes estuvieron las agustinas hasta que se trasladaron al monasterio de San Leandro, en 1627. En este terreno fueron enterradas, tras su martirio, las santas Justa y Rufina y, por esto, la única condición que les puso el arzobispo de entonces fue que conservaran la dedicación de la iglesia a estas santas. La Divina Pastora se incorporó como titular años más tarde, después de que fray Isidoro tuviera la visión de la Virgen en esta advocación en la sala que actualmente hace de sacristía y donde se conserva lo más antiguo del convento: los 14 azulejos que representan las 14 estaciones del viacrucis que estaban en el claustro originalmente pero como casi todas las obras que tenían a la intemperie, han pasado a mejor ubicación para protegerlos de la humedad. De hecho, los frailes, según detalla el padre Francisco Lusón, se afanan por acabar con estas humedades para poder abrir el convento a las visitas guiadas, sobre todo con el gancho del Año Murillo, del que los franciscanos quieren formar parte. No en vano, el pintor vivió con sus oficiales durante cuatro años entre los muros de este monasterio y pintó buena parte de su obra en la biblioteca de la planta alta, a la que se accede por una escalera oculta tras una coqueta puerta que parece de una alacena. Murillo concibió los cuadros para el altar mayor de este templo y los de las capillas laterales. Los frailes los repartieron entre la Catedral de Cádiz y la de Sevilla antes de que los franceses se los llevaran en la invasión de 1812 pero fue Mendizábal, con la famosa desamortización de 1835 el que acabó trasladando buena parte de las obras al Museo de Bellas Artes. Ahora el objetivo es reproducirlas al óleo para recomponer aquel majestuoso retablo presidido, cómo no, por una Inmaculada en el Jubileo de la Porciúncula.