Ofrenda de caridad en los 75 años de las Tristezas

El aniversario de la bendición de la dolorosa de Illanes refuerza el espirítu seráfico de esta cofradía que siempre tiene presente a los débiles

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
10 abr 2017 / 23:32 h - Actualizado: 11 abr 2017 / 00:09 h.
"Cofradías","Vera-Cruz","Semana Santa 2017"
  • El palio de la Virgen de las Tristezas emprende el recorrido hacia la Carrera Oficial en la tarde del Lunes Santo. / Fotos: Teresa Roca
    El palio de la Virgen de las Tristezas emprende el recorrido hacia la Carrera Oficial en la tarde del Lunes Santo. / Fotos: Teresa Roca
  • Detalle de la cruz de un penitente de la hermandad.
    Detalle de la cruz de un penitente de la hermandad.

Lo de la Vera-Cruz es diferente. Desde el público que va a deleitarse con su salida –sabe a lo que va y punto– al ceremonioso cortejo donde todo tiene un sentido. Lo suyo es un auténtico testimonio de fe en el que están muy presentes la caridad y el amor al prójimo, en especial a los más débiles, un gesto que se ha hecho imprescindible en los tiempos que nos ha tocado vivir. La hermandad lo tiene interiorizado desde sus orígenes y no lo olvida ni en el 75 aniversario de la bendición de la Virgen de las Tristezas, la dolorosa del taller de Antonio Illanes que enamoró al grupo de jóvenes que en 1942 logró reactivar esta antiquísima corporación.

Ya desde por la mañana los hermanos sellaron su compromiso cristiano ante el paso de la Virgen de las Tristezas. En una urna iban depositando un sobre con el donativo siguiendo lo dictado en el azulejo de Baños («Tu ofrenda a la caridad») y cada uno según sus posibilidades: «Si no puedes nada, nada. Si puedes poco, poco. Si puedes mucho, mucho. Nadie más que Dios, la Virgen y tú lo podéis saber».

Ya por la tarde la estación de penitencia comenzaba –sí, comenzaba– con una misa preparatoria que celebró el obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra, y que introdujo a los 500 nazarenos de ruan en el espíritu religioso que debe reinar en cualquier estación de penitencia.

Al término de la eucaristía y previo a la organización de la cofradía, el hermano mayor, José de Cristóbal, mandaba llamar a la prensa acreditada en la puerta de la capilla. Uno a uno fue entregando un sobre con una estampa a carboncillo del rostro de la Virgen de las Tristezas: «Esto es un pequeño detalle que queremos tener con todos vosotros con motivo de los 75 años de la bendición de la Virgen», detallaba quien, en breve, iba a empuñar la vara dorada por última vez, pues la corporación del Lunes Santo tiene previsto celebrar elecciones en los próximos meses. Fue la sorpresa previa a una salida de recogimiento y austeridad en la que el tiempo se detuvo para impregnarse de la penitencia más pura.

No hizo falta que nadie mandara a callar. Sólo bastó abrir las puertas de la capilla del Dulce Nombre de Jesús para que se hiciera el silencio absoluto a las 19.51 horas, seis minutos después del horario anunciado oficialmente. No importó tampoco que sonaran las campanas del reloj poco después, a las en punto. La cruz de guía que invita a seguir los pasos del Nazareno de Galilea («Toma tu cruz y sígueme») fue avanzando solemnemente en dirección a la desembocadura de Virgen de los Buenos Libros. Le seguía una ordenada legión de penitentes dispuestos a orar en silencio bajo el antifaz y abrazando el madero donde se podía leer «Yo soy de la Vera-Cruz».

Era el principio de un final que se mostraba erguido sobre un monte de lirios morados y escoltado por la luz tenue de cuatro hachones de cera verde. La escena la resumía a la perfección la letra de una saeta que se clavaba desde el balcón de la casa de en frente: «Su virtud es morir por nuestros pecados», decía.

La sobrecogedora imagen de Cristo muerto, la más antigua de cuantas procesionan en Semana Santa de Sevilla, contrastaba con la colorida comitiva de nazarenos de confraternidades de la Vera-Cruz procedentes de toda España, que atestiguaban una devoción antigua y muy extendida. De Bilbao, León o Valencia llegaban algunos de estos nazarenos de antifaces verdes, marrones, con capa, de cola, o sin capirote, que despertaban bastante interés entre el público.

De nuevo el ruan y los cirios verdes se impusieron para anunciar la inminente salida de la Virgen. Movimientos medidos para que el palio de cajón salvara la doble puerta: la de la capilla y la del portalón del patio anterior. Muchos de los presentes conocían de oídas la llegada de la Virgen de las Tristezas para sustituir a la antigua que había desaparecido en un incendio. Por aquel entonces Antonio Illanes tenía una dolorosa en el taller que, como ocurriera con la Virgen de la Paz, había moldeado siguiendo los rasgos faciales de su esposa, Inés Salcedo.

La imagen cautivó a los hermanos, que la adquirieron por 2.000 de las antiguas pesetas. «Se concertó el pago de 100 pesetas al mes, aunque la última mensualidad no se abonó. Illanes lo regaló al hacerse hermano», comentaba un señor que no debaja de fotografiar a su nieta que iba de monaguilla en la delantera. De aquello ya han pasado 75 años y la hermandad lo conmemorará con unos cultos extraordinarios en mayo –función y besamanos– y, cómo no acordándose, de los más desfavorecidos. Y es que pese a la donación de hermanos de una corona de plata como regalo, la cofradía ha acordado que el equivalente del coste (aproximadamente 10.0000 euros) se destine a una obra social. Es el espíritu de entrega que, por ejemplo, llevaba a muchos a acercarse a besar el relicario con el Lignum Crucis que portaba un nazareno. El mismo que exhala el palio de las Tristezas y que invita a realizar una ofrenda de caridad. ¿Cuál es la tuya?.