Oye al pueblo, Malco: no ofende quien quiere sino quien puede

La Bofetá regala en la Gavidia una lección de Biblia para párvulos

12 abr 2017 / 00:44 h - Actualizado: 12 abr 2017 / 00:53 h.
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  • La Bofetá de Malco a Nuestro Señor hace revivir cada año una de las escenas más populares de la Pasión. / Teresa Roca
    La Bofetá de Malco a Nuestro Señor hace revivir cada año una de las escenas más populares de la Pasión. / Teresa Roca

«Mamá, ¿qué viene? ¿La Bofetá, el Dulce Nombre o Jesús ante Anás?» La pregunta del cofrade incipiente -familia en sillita plegable, hombre por favor- servía también de alerta para los otros vecinos de tres palmos de esta carrerita oficiosa montada en Gavidia. «¡Bien! Los nazarenos blancos son los buenos, seguro que dan cera y caramelos». Con la tarde camino del cadalso, el lorenzo velando armas para el día que entra y en lo que el personal cantaba su victoria frente a los estertores del veranillo abrileño que florece, parecía resolverse en esta porción de Sevilla la ecuación perfecta que daba por resultado el espacio-tiempo idóneo para ver cofradías con la compañía de la prole.

El caso es que fue plantarse la cruz de guía y desatarse una auténtica soldada de diminutos exploradores del sugus, al engorde de la bola de cera y la estampita divina. ¿Qué sería de la Semana Santa sin ellos?

Los había, ya se ha dicho, aventureros del regalo nazareno. Otros, simplemente berreaban, poco contagiados por lo distraído del momento. Y por último, ahí estaban los eruditos. Niños que exprimen el programa de mano de cabo a rabo, con una excelsa capacidad analítica y aún más voracidad lectora. «Yayo, ¿por que le dieron una guantá al Señor?» Los preguntones nunca descansan. «¿Y Jesús no se mosqueó?». Claro está, que de la tenacidad nace el triunfo. «Claro que no, hijo. No ofende quien quiere, sino quien puede». Impecable. Guarde lo aprendido, futuro pecador.

Tras la sentencia de tan infalible voz de la experiencia, la tarde empezó a apagar sus luces con cirios tiniebla al cuadril en el esparto del nazareno blanco. Se oía, tenue pero claro, pese al griterío infantil, que a martillazos se arrimaba a esta Gavidia convertida en rincón de la eterna juventud el misterio de la Bofetá. O de Jesús ante Anás, llámelo como prefiera que servidor no se molesta.

Así pues, cuando más entretenidas eran las conversaciones de los zagales -y todo hay que decirlo, más cerca creía estar el que aquí suscribe de pasajes cofrades de la infancia próximos a este mismo lugar- un tamborazo confirmó el porqué de la espera. Reviraba un navío dorado, que en lo más alto paseaba la escena en la que el malaje de Malco, ese judío ruin alguacil de Anás, asestaba una vil mascá al bendito rostro del Redentor. «Güelo, pues yo le hubiera devuelto la galleta».

Sin embargo, la realidad es que esta historia ya estaba escrita de antemano, pese a los intentos por reconducirla del rapaz rubio con pecas. Y menos mal, porque de lo contrario nos hubiéramos perdido algo tan magnífico como ver navegar el bajel oro de San Lorenzo, pesquero de hombres en un mar de discípulos del evangelio tallado de una Sevilla que se torna Judea antes de la primera gran luna de primavera.

El momento era poco menos que indescriptible. Un pasaje bíblico se mecía, ojiplática la muchedumbre, tregua de los llorones y móviles al aire, inmortalizando el perfecto compás que ordenaba Madre cigarrera, marcha, cómo no, de esa banda imprescindible que es Nuestra Señora de la Victoria, vulgo Las Cigarreras.

Llegaba Jesús, que más que presentarse ante Anás -ojo con este sujeto que era el suegro del otro malvado, Caifás- vociferaba en silencio el mandato de la otra mejilla. ¿Se puede ser más claro aún siendo el único Dios sevillano que anda de espaldas?

Ya bajo un manto de estrellas, como poseída por la afrenta que acababa de sufrir su hijo, María del Dulce Nombre, junto a su inseparable San Juan, movía sus bambalinas al aire a la altura de un Daoíz que de no ser de bronce se hubiera arrancado con una saeta. La Filarmónica de la Oliva bordaba el Virgen de las Aguas y le empalmaba el Coronación Macarena cuando esa cohorte de futuros jartibles empezaba a reclamar a bostezo limpio que era hora de tomar las de Villadiego.