Santa Cruz todo lo hace sencillo

El cortejo de Santa Cruz lleva las mentes a una Semana Santa pretérita de la que cada vez menos cosas. Todo es sencillo al tiempo que difícil

11 abr 2017 / 23:36 h - Actualizado: 12 abr 2017 / 00:29 h.
"Santa Cruz","Semana Santa 2017"
  • El Cristo de las Misericordias saliendo de su parroquia de la calle Mateos Gago. / Manuel Gómez
    El Cristo de las Misericordias saliendo de su parroquia de la calle Mateos Gago. / Manuel Gómez

Las Misericordias del Señor hay que buscarlas en Mateos Gago cada Martes Santo, como mínimo. La mirada de un crucificado que ya sabe que le quedan pocas horas de vida es capaz de reconfortar a quien de verdad se acerque a mirarle y admirarle. Esa es la mirada que cada Martes Santa deja en silencio la siempre bulliciosa calle Mateos Gago.

Desde bastante bien temprano ya se acomodaban los cofrades en las dos orillas de la calle para que el negro cortejo de ruan desfilara camino de la Carrera Oficial. Durante los primeros metros de la calle, después de dejar atrás las vallas de rigor que hay en las salidas, la Policía tuvo que ir abriendo hueco porque resultaba complicada que los primeros altos nazarenos de la Cruz de Guía pudieran abrir camino con normalidad.

El cortejo de San Cruz es austero al tiempo que rico. Rico en las formas y rico en su fondo. Se percibe que quienes van ocultos bajo el ruan negro saben realmente lo que están haciendo y no son víctimas de las modas dañinas que terminan desvirtuando todo lo que tocan. Santa Cruz es una procesión digna de ver de cabo a rabo que por unos momentos lleva las mentes a una Semana Santa pretérita de la que cada vez quedan menos cosas, como los cortejos en los que el diputado de tramo apenas tiene que mandar nada al cuerpo de nazarenos. Mirada al frente, silencio y hacer lo que haga el nazareno que te precede. Tan sencillo pero tan difícil.

El cortejo de Santa Cruz es de los que todavía está dentro de la media justa que debe tener una cofradía para poder disfrutar de ella en la calle. Ni muy corta que la deje desangelada que ni tan larga que termine con la paciencia del público aunque, eso sí, todo hermano tiene derecho a salir de nazareno. Faltaría más.

Ni la pequeña revolución que forma el numeroso grupo de monaguillos que desfila poco antes de los dos pasos desentona lo más mínimo. Es más, le da a la cofradía una nota de color sin hacerle perder un ápice de seriedad, aunque lo que iba a salir por la puerta de la parroquia era muy serio. El Cristo de las Misericordias se enterraba nuevamente en su calvario de flores para poder atravesar el dintel y que los presentes pudieran mirarle nuevamente de tú a tú para pedirle precisamente la virtud de su advocación. Justo a esa hora, la tarde comenzaba a caer, el sol regalaba sombras y luces de ocaso en la altísima espadaña de San Cruz mientras el paso enfilaba ya Mateos Gago para deleite y admiración de los presentes mientras el trío de música de capilla tocaba Cristo en la Alcazaba.

La misma composición musical sonaría poco después para los primeros metro de la Virgen de los Dolores, cuyo llanto por la muerte de su hijo volvía a dejar su barrio en silencio. Santa Cruz iba enfilando el centro de la ciudad por delante del palacio arzobispal, un recorrido que estrenó hace unos y que parece que se asienta con el paso de los años. El sol seguía cayendo por la espadaña y su principal inquilina se alejaba entre un mar de almas mientras su cuerpo de nazarenos seguía acercando a Jesucristo a todos los presentes, como recordaban desde la hermandad. Así se hizo en Santa Cruz.