Es la que llevan colgada al cuello el Papa, los obispos, abades y otros prelados de la Iglesia Católica. Es una insignia episcopal que viene a simbolizar en leguaje material lo que es de una excelencia superior. El origen está en los enkolpía (de enkolpos: seno, pecho...), especie de medallas que los antiguos cristianos llevan en el pecho o en el cuello. Su uso se encuentra documentado ya desde el siglo IV. Eran generalmente sutiles láminas de metal o pequeñas cajitas, a menudo en forma de cruz, que contenían reliquias de mártires o cosas santas, sentencias del Evangelio, invocaciones a Dios o astillitas de la Vera-Cruz. Esta piadosa costumbre se encuentra asentada en la Edad Media, especialmente a través de los obispos. Las llevaban San Gregorio, San Aidano o San Élfego de Canterbury, entre otros.
El Papa, los cardenales, los obispos y otros prelados y eclesiásticos (abades, provinciales...) suelen portar la cruz pectoral (el pectoral) con el vestido del coro en un cordón con hilos de oro entretejidos. El color indica el puesto, la posición y la pertenencia de la persona.
Hay dos tipos de cruces pectorales, la sencilla y la pontifical. La primera es la que usan habitualmente obispos y cardenales. La pontifical queda reservada para ceremonias solemnes. El Papa Francisco suele usar una cruz pectoral sencilla, no solo en la audiencia general, sino también en todas las ceremonias pontificias. En la Semana Santa de Sevilla, la cruz pectoral también forma parte del atuendo de las dolorosas. Algunas tienen una historia detrás. Por ejemplo, el cardenal Segura y Sáenz entregó la suya a la Virgen de la Amargura tras la coronación canónica en 1954. El cardenal Amigo Vallejo regaló también una a la dolorosa del Cerro del Águila. Fue en la función del XXV aniversario de la primera estación de penitencia a la Catedral en el año 2014.