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La cruz parroquial y los dieciocho ciriales de la cofradía de la Mortaja. / Manuel Gómez
Aún era pleno día cuando se abrieron las puertas del exconvento de la Paz en la calle Bustos Tavera. Del compás de este monasterio, sede canónica de la hermandad de la Sagrada Mortaja desde que abandonó Santa Marina, por el incendio del 36 –con este cambio perdió su sello de cofradía de barrio–, brotó todo el cortejo en un abrir y cerrar de ojos. Con el muñidor abriendo paso con las esquilas y la cruz de guía alzada, comenzaron a salir los 345 nazarenos de esta cofradía en la que forman numerosos niños, tanto en los tramos de luz como de monaguillos. Pero hoy esta salida ha tenido una luz especial. La de una tarde de abril, merced a una Semana Santa tardía y con la luna llena posterior al cambio horario. Una luz que entusiasmó especialmente al fotógrafo Manuel Gómez.
Nada más salir de la iglesia, el cortejo toma a la derecha para cruzar la puerta de la calle y vuelta a la izquierda para continuar por Doña María Coronel. Este lateral de la calle estaba absolutamente despejado de público. Solo los que habían buscado refugio en un portal pudieron contemplar esta salida extraordinaria por su luz. En el interior se veía venir este misterio que presiden la Piedad, obra de Pedro Roldán, y el Cristo del Descendimiento, de Cristóbal Pérez, y anteceden los 18 ciriales que representan a cada una de las personas que asistieron al entierro de Cristo el primer Viernes Santo de la historia.
Claveles rojos sangre de toro exornan este paso al que pone música la Escolanía de María Auxiliadora, con un exquisito repertorio musical en el que destacaba el Ave María atribuido a Tomás Luis de Victoria. Se aleja en dirección a la Catedral entre estas voces maravillosas y con el acompañamiento del preste como cierre de este cuidado cortejo.