«¡Viva ’Opá’ y viva ‘Omá’!»

Rocío de Triana. La filial más antigua de la capital hispalense se despidió de la urbe en poco más de dos horas tras iniciar su camino desde la Catedral trianera

31 may 2017 / 15:28 h - Actualizado: 01 jun 2017 / 08:58 h.
"Rocío","El Rocío 2017"
  • El Simpecado de Triana con unas calles abarrotadas en su partida hacia el barrio. / Manuel Gómez
    El Simpecado de Triana con unas calles abarrotadas en su partida hacia el barrio. / Manuel Gómez

Pasaban unos minutos de las once de la mañana cuando la carreta de plata de Armenta, gracias a la pericia en la doma de los toros del carretero José Luis Espinosa, se enfrentaba al Dios del Zurraque bajo la espadaña jubilosa de la antigua capilla del Patrocinio. El Cachorro lucía potencias para la ocasión y a sus pies los priostes habían montado el altarcito, adornado con naranjas y limones, presidido por la miniatura de plata de la Virgen del Rocío que cada Viernes Santo pregona el tiempo del Espíritu Santo en la entrecalle del palio de la Virgen del Patrocinio. Dos siglos de devoción rociera encarados al «Tronco moreno de Judea». La ascendente silueta del Dios de los trianeros enfrentada al Milagroso Simpecado de la hermandad que nació en la Cava. Cuánta historia de la mejor religiosidad popular del arrabal reunida en este instante. Y fue allí, una vez que se entonó el Salve Madre, cuando el hermano mayor del Cachorro, Marco Talavera, hinchó su pecho para vocear con fuerza a los cuatro vientos, entre un rosario de vítores al barrio de Triana y a la Madre de Dios, el «¡viva Opá!» y el «¡viva Omá que titulan esta crónica y que llenaron de emoción el instante postrero en que la filial más antigua de Sevilla se despide de la ciudad.


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Cuentan los viejos del lugar que era así como «la gente antigua de Triana» denominaba cariñosamente a las dos grandes devociones que en ese momento se miraban frente a frente. Al Cachorro, Opá, y la Virgen Chiquita, Omá. Y cuentan que cuando en Triana no había posibles para peregrinar a la aldea, muchos trianeros escuchaban la misa de Pentecostés en la capilla del Patrocinio, el templo de Sevilla más cercano al Rocío. Históricamente, el Cachorro y el Rocío de Triana han mantenido una estrecha vinculación, reflejada incluso en las Reglas de la cofradía del Viernes Santo, llegando a compartir oficiales de junta y familias enteras de cachorristas y rocieros de Triana en ambas nóminas de hermanos.

Hasta los pies del Cachorro, calle Castilla abajo, había llegado la carreta de Triana a los sones de Pasan los Campanilleros, interpretados por la banda amateur que este miércoles suplía la ausencia de la Unidad de Música de la Aviación, que «este año tocará a la vuelta de la hermandad». Antes, en la capilla de los Marineros, había sonado Esperanza de Triana Coronada, y otra marcha, María Santísima de la O, acompañó la llegada de la comitiva rociera a la parroquia de la dolorosa, «suspiro risueño y leve», de cuya coronación se han cumplido diez años. Guiños cofrades en tiempos de Pentecostés.

Poco más de dos horas empleó el Simpecado de Triana en despedirse de la ciudad y en recorrer esa línea recta que separan la Parroquia de Santa Ana de la Basílica del Cachorro. Para unirse a la conmemoración del 750 aniversario de la Catedral trianera y ganar el Jubileo, los romeros de Triana han partido este año hacia tierras de las Rocinas desde la parroquia de Señá Santa Ana. Hasta allí trasladaron el Simpecado en Rosario de la Aurora para celebrar la misa de romeros, y allí, bajo las tablas pictóricas de Pedro de Campaña, quedó enmarcada la silueta del emblema que cobija a la Virgen Chiquita. Con una iglesia abarrotada de batas rocieras, flores en pelo y varas de peregrinos, el director espiritual de la hermandad, Manuel Sánchez Sánchez, invitó a los peregrinos a vivir con intensidad este «camino interior». «La Virgen llama y Triana responde caminando. Dejemos que la Virgen susurre a nuestro corazón durante el camino». Concluida la celebración eucarística, poco después de las nueve de la mañana, el Simpecado de la sexta filial rociera asomaba por la plazuela de Santa Ana para ser entronizado en la carreta, adornada para la ocasión por el florista Javier Grado con clavellinas y rosas de pitimiminí en color rojo, además de romero, y de los clásicos ramos de limones, naranjas y espigas de trigo y uvas coronando sus columnas.

Rodeados de un enorme gentío, Mimoso y Pataleto, los dos bueyes de raza retinta de la ganadería de Ignacio Sánchez Ibargüen, pegaban el primer arreón de la carreta para enfilar la calle Vázquez de Leca. Se iniaciaba así la 204 Romería de Triana. «Estos son los dos toros más veteranos y de mayor confianza; luego tengo otras dos yuntas más para llevar el Simpecado por los caminos». A sus 84 años, el hermano mayor honorario de Triana –el mismo que acompañó con la vara dorada de la hermandad a la reina Sofía en su histórica visita al Rocío en 1984– mostraba su orgullo delante de la carreta al cumplirse ya «41 Rocíos llevando los toros de mi casa el Simpecado de Triana».

«Vamos a andar un poquito que nos coge el toro, nunca mejor dicho». Es tal la multitud que se aprieta junto a los frontiles de los toros en la calle Pureza –completamente despejada de coches– que un grupo de «colaboradores» de la hermandad, uniformados con camisetas blancas, debe ir despejando la delantera de la carreta.

La primera parada de este recorrido extraordinario por el barrio es en la capilla de los Marineros, donde aguarda desde su altar una Esperanza ataviada con manto de vistas rojo. La caballería de Triana, la mayoría con el blanco de gala campero en sus chaquetillas, tercia sus monturas ante una capilla de los Marineros donde aguarda el estandarte de la Esperanza de Triana. Se reza el Salve Madre y se entonan los vivas de rigor. Es en el Altozano donde a la estela del Simpecado se suma la hilera de carretas –este año 34– que distingue por los caminos a la hermandad más numerosa de la capital, la de la Virgen a la que los viejos del lugar denominaron cariñosamente como la «Omá» de su barrio. ~