La media entrada que había delante de la Torre Sur de la Plaza de España a las 14.45 daba fe de que la noticia no era de dominio público. Sin embargo, a buen tiro de cámara del balcón, se apostaban un buen número de medios gráficos, incluida, por supuesto, la cámara de El Correo TV.
Nadie se creía que quien estaba asomándose por el balcón, tras salir el alcalde de Sevilla, era el Rey de España. Tal vez por eso sonaron tan tímidos los aplausos. Justo después completaba la escena la presidenta en funciones de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, quien recibía una sorprendente ovación.
Felipe VI, sin Doña Letizia, con traje claro y corbata anaranjada, saludó con una sonrisa en todo momento al respetable, y calmó el gesto cuando se plantó ante él el paso del Cautivo del Tiro de Línea. Excepto los costaleros y el capataz, Carlos Villanueva, todo el mundo miraba al balcón, completamente incrédulo de que allí estuviera sucediendo aquello.
Pasado el misterio, Don Felipe y el nutrido séquito (entre los que se encontraban, además de Juan Ignacio Zoido, Antonio Sanz y Susana Díaz, el arzobispo Asenjo y el pregonero Lutgardo García, entre muchos otros) volvieron al interior de las dependencias de la Delegación del Gobierno. Y a partir da ahí comenzaron a funcionar los móviles. Twitter empezó a echar humo y se oyeron llamadas curiosas: “¿Viendo salir el Rocío? Anda, vente para acá, que te da tiempo, que esto tiene una “jartá” de nazarenos”.
Pero la Virgen no tardaría en llegar. Sonaba el himno de la Victoria en el Colegio España y las filas de nazarenos iban perfectamente formadas, como ajenas al calor y al público que cada vez era más numeroso precisamente en ese punto del parque. Igual de bien formados en Felipe II que ante Felipe VI.
Llegaba la Virgen. Alguno se lamentaba de que precisamente este año se hubiera tenido que salir con el palio liso (el bordado está en restauración). Al pie de la escalera de la Torre Sur se oía entonces un murmullo que en menos de un minuto se convirtió en un séquito de guardaespaldas y los acompañantes que, minutos antes, habíamos visto en el balcón. Bajaba el Rey ante la sorpresa de los sevillanos allí reunidos, que le dedicaron una ovación que, ahora sí, es de las que sueña Susana Díaz.
Felipe VI hizo el breve recorrido hasta el paso de la Virgen de las Mercedes al ritmo en el que lo hacen los grandes: sin pararse, sin ahorrar una sola sonrisa, un solo saludo, sin reparar en gestos de cariño hacia quienes le vitoreaban. Sí, vivas a España y al Rey justo en ese momento. El Rey se plantó ante el paso de palio y presentó sus respetos a la tocaya de su abuela paterna.
Sonaba una saeta nada menos que a treinta metros de allí. Y, como por arte de magia, se hizo el silencio. “Que el Rey escuche cómo cantamos aquí”. Hubo suerte. Ningún gallo y el paso que se levantó a toque de palillería en los dos versos finales de la saeta. Matemática a la sevillana. Final del cante, prorrumpen aplausos y el palio que no rompe el paso: Don Felipe estaba a cosa de un metro. Le cogen del codo y le muestran cómo se mueve uno ahí abajo. Se llama “cangrejear” y el Rey, aunque sólo fuera durante unos pocos metros, lo bordó.