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Actualizado: 08 sep 2018 / 09:07 h.
  • ¿A qué sabe la vida, a qué te sabe?

La filosofía se hizo más humana cuando dejó de rondar a Dios y comenzó a fijarse en el hombre. No me acuse de blasfema, deme la oportunidad de explicarme.

A comienzos del s. XX y ante el desamparo de holocaustos y guerras, el ser humano empieza a preguntarse por el sentido que tiene la vida y se atreve a cuestionar los cielos para intentar comprender, después de lo vivido, su insignificante y absurda existencia desde el absoluto desamparo, desde sus ruinas. Cuando Sartre entró en escena nos advirtió a los pruritos existenciales que el sentido de la existencia lo tenía que construir cada uno solito, sin ayuda de ningún Dios que nos prive de libertad y nos exima de responsabilidad; que no hay en el mundo mejor religión que el humanismo, por el simple hecho de que, al mismo tiempo, es la única moral capaz de salvar a la humanidad y de considerarla lo primero.

El existencialismo abrió las puertas al humanismo como lo había hecho previamente Nietzsche con el vitalismo, sacrificando a Dios por el superhombre. Por aquél dispuesto a cargar con sus propias elecciones, con lo bueno y lo malo de la vida, sin tener miedo a un castigo o pretender recibir un regalito en otra «posible e imaginaria» vida ultraterrena. Estamos, claro está, y esto intimida, ante una concepción nueva de sujeto: ser, absolutamente responsable de sus actos, que valora la vida tal y como es y que ni se le pasa por la cabeza serle infiel con otra.

La filosofía detuvo su mirada, entonces en el ser humano, por sobre todas las cosas, y clasificó sus dimensiones biológica y cultural hasta configurar un sentido antropológico, que no existencial (intentaremos aclarar esto), napoleónico. Ya, en el último siglo, la madre de todo saber quiso distanciarse de academicismos porque pretendía probarse como solucionadora de problemas personales, laborales, de relaciones amorosas o familiares mediante fórmulas racionales que nos permitieran dar el salto desde lo que somos a lo que queremos ser, de donde estamos a dónde queremos estar, aplicándose como simple fórmula para la consecución de la felicidad.

Con esto de la filosofía práctica surgieron cafés filosóficos, vinos filosóficos, encuentros que favorecían el diálogo socrático entre desconocidos para intentar construir las imposibles respuestas a los grandes interrogantes de la humanidad, a través de los pensadores que han sobrevivido al fin de la historia. Lo que R. Rorty denominaría, darle un empleo honorífico a la filosofía.

Pero qué puede decirnos esta filosofía emérita de enterrar a un hijo, o de un hijo que nunca llega, del abandono, del duelo, de enamorarse, de los celos, de la falta de trabajo, de fatiguitas pasadas, de la migración, de las herencias dejadas, del manejo de tormentos, de la picaresca y la guasa con las que sortear obstáculos y asumir desdichas, de esas diminutas cosas que nos reservan magnas alegrías.

Karl T. Jaspers consideraba que el existente se vuelve filósofo cuando experimenta situaciones límite de las especies mencionadas. Del mismo modo, me revelé «filosofante» y como amante de la filosofía me confieso adepta de teorías filosóficas para tratar de encajar dichas situaciones y de asumir una actitud estoica ante los reveses de la vida, pero en ninguna de estas sabias fuentes encontré consuelo, un pañuelo, un a mí también me pasa. Aunque el sentido de la vida tenga que construirlo una, siempre es más sentido si se comparte. Y eso es, para mis adentros, el flamenco un consuelo, un refugio, un pañuelo, no hallados antes, por mucho que los haya buscado, en la filosofía.

Asistir a un encuentro con el flamenco es como acudir a la catedral de la filosofía existencial porque los cantes flamencos expresan experiencias vividas y encarnan lo mismo que a una le pesa en el alma para al fin... liberarla.

El flamenco como religión humanista vengo a profesar. Desde el flamenco se comprende mejor la vida, se saborea, se redimen penas y se consagran maneras de vivir dignas. Lo que vengo a proponer es esto, una aproximación como existente a lo que aprendí del quehacer artístico de cantaores/as, tocaores/as y bailaores/as, a través de esos palos de flamenco con los que vencer fantasmas y convertir las penas en alegrías, porque las cosas buenas hay que celebrarlas también. Así, propongo un asomo por los cantes primitivos como el martinete, seguiriya y soleares; por sus descendientes, taranto, malagueña, granaina, fandangos, tangos, alegrías y bulerías; y, como no, por los cantes aflamencados de procedencia folclórica regional o hispanoamericana como, la colombiana o la guajira, un ramillete de los más de cien palos de flamenco que envuelven melismas y letras que quitan el más sentío de los sentíos.

Vamos allá:

El martinete (origen aproximado,1922)

El «faraón», Antonio Mairena, ya aclaró en su momento, que las tonás fueron cantes antiquísimos que no tenían nada que ver con el que cantaban los gitanos de Triana, al terminar el trabajo en la herrería. Como cante a palo seco, nunca ha tenido acompañamiento instrumental, pero grabaciones y espectáculos han optado por él.

Los martinetes y las carceleras, de la misma estirpe, hablan de incertidumbres, de juramentos, de libertades ansiadas o de presidios injustos, de la inocente esperanza, de la cristiandad y debilidades humanas.

Emerge así, desde la sobriedad de un escenario en penumbra y a través de los tiempos, una voz larga desde el golpe seco y repetido de un martillo de fragua:

«Tran, tran, tran, ay en el barrio de Triana/ ya no hay pluma ni tintero/ pa escribirle yo a mi madre/, ay, que hace tres días que no la veo/. Serían las cuatro de la mañana,/ mi madre a mí me encontró/ y me dijo ay niña de mis entrañas/ y me echó las manos a la cara/ y las lágrimas me secó/. Si no es verdad/, si esto que yo digo no es verdad/, que Dios me mande a mí la muerte/ si me la quiere a mí mandá» (Martinete de Triana, interpretado por Natalia Marín, Sevilla).

«Estando yo preso en Cádiz, ay estaba yo sentado en el mío petate, me pongo yo a cavilá y no siento yo lo que había pasado, sino lo que me quedaba a mí por pasar» (Carceleras, Jesús Méndez, Jerez).

Seguidilla o seguiriya o siguiriya

Estamos aún en las profundidades del cante, en la jondura del ser, en lo underground de las cosas, a la mayor distancia que se puede estar de la superflua superficialidad. Las siguiriyas se conocieron, según algunas fuentes, con el nombre de playeras y a partir del s. XIX, como seguidillas gitanas. Playeras, no de playa, sino de plañideras, mujeres que hacían sus cantes de velorio contratadas para tal menester. Se trata de un cante de duelo, de desgarro.

El inicio de este palo se presiente con el rasgueo feroz de la guitarra, rematando con toques cortos y la salida de este cante libre suele ser la trabilla, tiri tiri. Se desplegaron por Cádiz, Triana y Los Puertos letras que desgranan penas, el dolor de las llagas del tiempo, que desatan los nudos de la impotencia salvaje, que resucitan amores, letras que hablan del sacrificio como herencia. Pero, por otra parte, como mencionó alguien una vez, «al cantar por seguiriya el mundo no existe». Letras como éstas:

«Ay, tiri tiri tiri, ay, tiri tiri tiri, ay, siempre por los rincones/ te encuentro llorando/ que le aliviara/ que le aliviara/ las duquelitas mi cuerpo/ de mi corazón/ ay/ay/ contemplarme a mi mare que no llore más/ contemplarme a mi mare que no llores más./ Que muero/ que muero loco y enfermito/ que en el hospital/ contemplarme a mi mare que no llore más./Como el redoble y han redoblaito por mi mare/ de mi corazón». (Cante de Rancapino Chico, Chiclana).

«Ay... pasa la tormenta y enturbia el agua pasa la tormenta y enturbia el agua/ yo me mantengo/ yo me mantengo firme, prima y libre es mi alma, pasa la tormenta que enturbiaba el agua» (Arcángel, Huelva).

Soleá o soleares (primer tercio del s. XX)

Quien mejor que El Pele, quien ha amasado este cante a su manera, para describirlo como «un cante que llora y que ríe y que ama por un pueblo que sufre, que llama a una puerta con el corazón abierto, esa es mi forma de cante por soleá, y no es la forma de cantar de los viejos, es mi forma. ¿Cada uno tenemos una forma de respirar, ¿no? ». Dice así:

«Ay, dejé de pensar en ti/ ya se acabó mi tormento/ por fin ya puedo dormir/ ya se acabó mi tormento/ por fin ya puedo vivir»; «Ni me escribes, ni te escribo/ ni me llamas ni te llamo/ ni me mandas un suspiro/ pero nunca nos miramos»; «¿Por qué me llamas, me llamas?/¿Porqué me llamas, me llamas/ ¿Por qué me llamas de madrugá?/ El corazón mío me lo paras/ por Dios, no me llames más»; «Desperté yo y la vi/ desperté y la vi/ desperté y yo la vi /y como estaba soñando conmigo,/ prima de mi arma,/ la dejé dormir/ y como estaba soñando conmigo la dejé dormir». (Serie de soleares de El Pele, Córdoba).

También encontramos una soleá por bulerías entre miles, de Enrique Morente (Granada), para los presuntuosos que tanto saben de y nunca entienden de :

«Lerelelere, ay, presumes que eres la ciencia,/ ay, presumes que eres la ciencia/ yo no lo comprendo así/ porque siendo tú la ciencia, ay, me hubieras comprendío a mí/ porque siendo tú la ciencia no me has comprendío a mí».

Fandangos (s. XVIII)

Se cuentan por cientos las variaciones de fandangos, según el lugar de nacimiento. Este palo nació como «canción bailable que existía en las colonias americanas» (como señala Miguel Ortiz, en flamencoviejo.com) y conforme evolucionó tomó los cafés cantantes, llegando a configurase como base de malagueñas, rondeñas, granainas, jaberas, tarantas, mineras, entre otros. Se mezclan en sus cantes temas como el campo, las injusticias y el amor:

«Gritando/ la madre que me parió/ dijo que nací gritando/ y ahora que voy pa viejo/ voy a seguir denunciando/ las injusticias que veo» (Fandango de El Cabrero, Aznalcóllar)

«Tiririri, ay, Dicen que te está mirando la luna cuando tú pasas/ dicen que te está mirando/ tiene celos de tu cara de tu movimiento andando/ dice que al verte se para» (Interpretado por Argentina, Huelva).

Tarantas (s. XIX)

Es la matriarca de los cantes de las minas o de Levante. Se trata de una variante del fandango de libertad rítmica, pero que exige un amplio rango vocal. Sus variantes son la media taranta, la tarantilla y el taranto. Cómo no rendir culto a este cante que recuerda el sacrificio de vivir bajo tierra para alimentar a una familia que se cría y no se tiene, a los jóvenes sepultados por una madurez prematura, porque para sobrevivir la mina era la única salida.

«Por una estrecha y oscura galería/ un minero anda cantando./ Por una estrecha y oscura galería/ y en su cante anda diciendo/ que cómo estará la prenda mía/ que me la dejé durmiendo» (Linares, Carmen Linares, en su Antología del cante de mujer).

«Ay, arañaba con las uñas,/ ay, un niño como un león,/ ay, arañaba con las uñas y hubo una derrumbación/ y en una mina de Asturias./ Ay, su padre dentro queó». «Y es que ya no aguanto más/ la pena a mí me está matando/ y es que ya yo no aguanto más/ y ni siquiera este taranto/ voy a poder terminar, ay,/ por eso canto llorando, ay» (Tomada por Natalia Marín en su disco Atemporal, Sevilla).

Malagueñas (s. XVIII-XIX) y Granainas (s.XIX)

Oriunda de Málaga y descendiente del fandango, se desligó del ritmo fijo abandolao del baile, para depender de la libertad tonal de cantaor. Pero esta libertad interpretativa no la libra de complejidad.

«Del convento las campanas/ si preguntan por quién doblan/ dile que doblando están/ por mis muertas esperanzas» (Antonio Chacón, Jerez de la Frontera).

«Tormentos.../ ni los Templarios de Roma, ay,/ ni aquél que inventó los grandes tormentos/ te tienen que querer tanto, ay,/ como yo te estoy queriendo» (interpretado por Pastora Pavón, La Niña de los Peines, Sevilla).

Vayamos con las granainas... Graná, ay, mi Graná quien no paseó por tus calles, nunca soñó despierto y si pasó, alguna vez, nunca querrá despertar... A. Chacón consolidó este palo, después de estar una temporada en Granada y familiarizarse con los cantes locales, asegura el flamencólogo, que en paz descanse, José Blas Vega. Tomemos una muestra:

«Me gustaría vivir en un Carmen de Graná/ me gustaría vivir/ y allí entremedio las flores/ y tenerte cerca de mí/ Angustia de mis amores» (por Israel Fernández, Toledo).

Tangos (¿?)

A por el baile...Aunque la fecha de su aparición en el mundo del flamenco es incierta, siguiendo con José Blas Vega, éste aclara que la palabra tango aparece por vez primera en un manuscrito que contiene «Apuntes para la descripción de la ciudad de Cádiz, escritos por D.F. Sisto. Año 1814. Cap. XIV. ‘Bailes de Cádiz’». En este documento se alude a que el tango cobra presencia en las fiestas populares gaditanas.

Quién no es capaz de tararear el tanguillo de Cádiz, de El tío de la Tiza, 1900, interpretada magistralmente, por el Chano Lobato «A la plaza de abastos/ de esta gran población/ piensa el Ayuntamiento/ darle una renovación...». Presentamos otros tangos igual de antiguos y renovados por nuevas voces.

«Lelelelalorora, mi marío no está aquí que está en la guerra de Francia/ Bis/ buscando con un candil/ a una pícara mulata, alguruguru, alguruguru»; «Debajito del puente sonaba el agua/ eran las lavanderas, las panaeras/ como lavaban (Bis)»; «Mi madre me dijo a mí/ que a un querer de poco tiempo/ no le criaba raíz» (La Niña de los Peines).

«Ay, olé, tú, ole, a un sabio le pregunté si este mundo era mentira/ si este mundo era mentira/ (bis)/ y me dijo depende de los ojos que lo miran/ compañerita de mis entrañas, de los ojos que lo miran»; «Ay, tengo muy poco dinero,/ ay, pero no me quita el sueño,/ ay, con dos duros me mantengo,/ ay, de mi libertad soy dueño/ Bis/, le le le re le la» (por el cantaor Antonio Reyes, Chiclana de la Frontera).

Alegrías (s.XIX)

Fueron presentadas por los tablaos como «canto alegre». Hermana de la soleá y prima lejana de la jota, la tomaron los flamencos para relatar, entre otras lides, la invasión francesa, y para jalear y espantar las duquelas.

«Tirititran... Que no te lo he daito a entender/ que yo tengo unas quejas contigo/ que no te lo he daito a entender/ que pa poder hablar contigo, ay,/ que me valgo de mi sabé (bis estos dos versos)» (Antonia Vargas, La Perla de Cádiz)

«Tirititran...se imagina que es la mar/ el hule azul de la mesa/ y con cascos de naranja/ hace barquitos de pesca, y como si los vientos lo amenazaran/ abriga su barquillo tras la cuchara»; «Y las nubes Portugal/ entra el frío por el norte/ y las nubes por Portugal/ y yo por el tejaillo/ si llego de madrugá»; «¿y a qué sabe la vía/ la vía a qué te sabe?/ ¿a qué te sabe?/ ¿a qué te sabe? Dime si a servidumbre o a libertades?»; «Está más clara la tarde/ cuando pasan los tormentos/ me gusta reñir contigo/ porque aluego hago las paces/ vente conmigo niña, a la retama de los olivos/ de los olivos, ay, de los olivos/ vente conmigo niña, vente conmigo» (Arcángel).

«¿A qué sabe la vía, la vía, a qué te sabe?/ ay, que estoy pensando y pensando/ las vueltas que el mundo da/ de veras nadie lo sabe/ las vueltas que vine a dar./ Que mira con franqueza, Teresa,/ ¿qué ves en el mar?/ la flor de la certeza ya está deshojá/ ya está deshojá, ya está deshojá/ que mira, que mira/ ¿qué ves en el mar?» (Tomadas por Natalia Marín de Arcángel).

Cantes de ida y vuelta (s. XIX-XX)

La rumba, milonga, guajira, vidalita y colombiana, son cantes indianos o hispanoamericanos, paridos de la migración. Estos cantes fueron interpretados por cantaores no gitanos y, en su momento, no estuvieron bien vistos por las honduras flamencas. Pepe Marchena, creador de la colombiana, nos brinda su cante:

«Quisiera cariño mío/ que tú nunca me olvidaras/ que tus labios con los míos/ en un beso se juntaran/ y que no hubiera en el mundo/ nadie que nos separara».

Y en la voz de la onubense, Rocío Márquez, que las presenta de dulce, podemos conocer las guajiras: «Hoy, mi Habana viste lo mejor/ y más coqueta que una flor/ abre sus puertas y ventanas/ ella se ha asomado su balcón/ abanicando la ilusión/ de que esta noche sea amada./ Hoy mi Habana espera a un señor/ mitad azúcar, mitad sol/ con un clavel en la solapa/ solo sabe que se llama Juan/ o mejor dicho don san Juan/ dueño de la mitad de su alma. Aquella noche caía/ bis/ la lluvia muy lentamente/ cantaba triste la fuente,/ ay, su dulce monotonía,/ ay, un almendro florecía,/ ay, al aire frío de enero,/ ay»

Bulerías (s.XX)

La bulería es el colmo de los colmos de la flamencura, el pellizco que te levanta de la silla. Desde tiempos inmemoriales, qué es la danza o el baile sino una ofrenda a los dioses, en agradecimiento del buen fortunio o la manera mas visceral de ahuyentar los males. Esto es lo que representa este cante y baile por fiesta, que cuando suena el soniquete: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 todo el mundo sale a bailar, cantaores y tocaores. Y la picaresca y la pura zalamería se deja ver por sus letras. ¡Ah! Dicen que vienen de Jerez, pero lo cierto es que han recorrido el mundo entero, eso es lo importante.

Camarón de la Isla (San Fernando):

«Abuelo, abuelo, pares y tíos/ de los buenos manantiales se forman los buenos ríos/ abuelos, padres y tios»; «No me digas no, no.../ bis/ si tu madre no me quiere tampoco la quiero yo/ como quiere que te quiera si ella me dice que no»

«Tu madre a mí no me quería/ tu madre a mí no me quería/ yo le voy a poner a tu madre/ un pañuelo de alegría» (cantaoras de jerez).

La Macanita (Jerez de la Frontera): «Lerelere, ay...y en un otoño bello/bis/ caían las hojitas sobre tu cabello>>; «el aire/ que yo quisiera ser el aire/ para estar a tu verita/ y no nos molestara a nadie».

La tempestad de Aurora Vargas: «lerelere... ay yo esta noche voy a hablar con la luna/ pa yo decirle lo mucho que te quiero/ yo a veces sueño contigo/ y hasta te acaricio el pelo/ y le diré que tienes los dientes blancos/ y los sacais negros/ y que tienes los labios tristes/ cuando la madrugá se está muriendo».

Y el sosiego de Manuel Molina: «Te quiero/ tanto te quiero/ que juro no verte más/ y rezo por verte luego»; «Anoche soñé contigo/ fue como un cuento de hadas/ yo era el príncipe del cuento/ y tú la reina encantada/ y yo te besaba la boca/ y tú mi pelo acariciabas/ y las estrellas del cielo de felicidad lloraban/ y cuando yo me desperté/ y vi que tú me faltabas/ quise quedarme dormío/ pero el sol no me dejaba»; «En la misma cama/ juntos en la misma cama/ y tú estabas tan solita/ y yo que solito estaba»; «Cada vez que yo te miro/ a mí me entra una cosa tan rara en mi cuerpo/ no sé si me explico/ no sé si es amor/ pero yo sé que es una cosa muy rara, muy rara la que siento yo». Olé.

Como existente, cuando escucho a Manuel Molina, convierto su fragilidad en algo sagrado, sacralizo lo mundano; me crezco con sus quejíos y lo humano se hace ultrahumano. ¿A qué te sabe la vida? Por el flamenco -¡cuantos sentíos compartíos!-, a mí a puro milagro. Esto es lo que me ha llegado del flamenco, que el sentido de la vida no es la libertad, ni ha de ser la servidumbre sino estar bien acompañaos.

Desde el flamenco se comprende mejor la vida, se saborea, se redimen penas y se consagran maneras de vivir dignas. Esta es una aproximación a los palos del flamenco