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Actualizado: 30 ago 2018 / 14:29 h.
  • La redención de Caín por Kazan y Dean
    Kazan tenía deudas pendientes con su propio padre y tal vez consideró catártico explorar un tema doloroso para él. / El Correo
  • La redención de Caín por Kazan y Dean
    James Dean murió prematuramente sin imaginar que se convertiría en uno de los mayores mitos del cine. / El Correo
  • La redención de Caín por Kazan y Dean
    Kazan dedicó todo el tiempo del mundo a James Dean durante el rodaje. / El Correo
  • La redención de Caín por Kazan y Dean
    Kazan decidió concentrarse en la parte final de la historia que se contaba en la novela. / El Correo
  • La redención de Caín por Kazan y Dean
    Cartel de la película. / El Correo

Elia Kazan ha quedado para la historia como uno de los grandes villanos de la Caza de Brujas porque para salvar su carrera, sus delaciones hundieron la de otros artistas que al igual que él habían sido miembros del partido comunista. Pero no podemos olvidar que fue también uno de los mejores directores de teatro de EE.UU, cuyas representaciones de obras de Thornton Wilder, Tennessee Williams o Arthur Miller revolucionaron la escena de Broadway. Además, fundó el Actors Studio, una de las más reconocidas academias de interpretación del mundo. Y fue un gran cineasta, responsable de trasladar al celuloide lo mejor de «El Método» y de realizar al menos una obra maestra y unas cuantas películas excelentes.

A mediados de la década de los 50, Kazan estaba en el momento cumbre de su carrera. La ley del silencio (On the waterfront, 1954), su mejor obra cinematográfica, obtuvo ocho estatuillas incluida la de mejor director, las productoras se lo disputaban y todas las estrellas de Hollywood querían trabajar con él. Podía hacer prácticamente lo que quisiera y decidió realizar una adaptación parcial y bastante libre de, Al Este del Edén (East of Eden), la apasionante novela de John Steinbeck, quien ganaría poco después el Nobel. En ella se entrelazaban los avatares de dos familias, los Trask y los Hamilton, desde las décadas finales del siglo XIX hasta la primera guerra mundial. El autor profundizó en la rivalidad cainita que puede corromper la relación entre dos hermanos, en cómo la libertad individual tiene la última palabra en la eterna lucha entre el Bien y el Mal, por muy condicionados que estemos por nuestra carga genética, y en la posibilidad de redimirnos, por muy graves que sean nuestros errores.

Consciente de la imposibilidad de condensar la larguísima obra en una película, Kazan decidió concentrarse en la parte final de la historia. Se ciñó a la trama principal, que recrea la historia de Caín y Abel representados en Cal y Aron, quienes rivalizan por el amor de su rígido progenitor, Adam Trask. El director tenía deudas pendientes con su propio padre y tal vez consideró catártico explorar un tema doloroso para él. Se involucró totalmente en la fase de elaboración del guion e intencionadamente alteró bastante la historia. Dejó en un segundísimo plano a los Hamilton, atenuó la maldad de la mujer de Adam (Kathy), tornó al bondadoso Aron en un ser más mezquino, acentuó las facetas queribles de Cal y eliminó el personaje que representaba la brújula moral (Lee), transfiriendo parte de su sabiduría a Abra, la novia de Aron. Llama la atención que pese a las diferencias con la novela, Steinbeck visitara asiduamente a Kazan durante el rodaje y quedara entusiasmado con el proyecto y su resultado.

Una cuestión que el cineasta consideró siempre esencial y en la que destacaba su buen ojo era el proceso de casting. Siendo un convencido de la identificación existencial-emocional entre intérprete y personaje que «El Método» persigue, siempre trataba de encontrar actores que tuvieran en sí mismos algo de la esencia de su papel. Para sus prospecciones de talento, tenía la ventaja de su acceso a infinidad de potenciales candidatos gracias a su involucración en el Actors Studio y a su dominio de todo lo que se cocía en el teatro neoyorquino. Así dio en las tablas con un intérprete entonces desconocido. Se llamaba Dean, James Dean. Kazan siempre diría que elegirle para el papel de Cal Trask fue el mayor acierto de selección de su larga carrera. Acompañó al joven en una visita a su padre y se dio cuenta de que la relación entre ambos se componía de la misma incomprensión, dolor y vergüenza que la existente entre Adam y su hijo mal amado. No le importó que el personaje tuviera 16 años y el actor 23 porque no era raro en el cine de entonces ese desfase de edades. De hecho, antes de decidirse por Dean, le hizo una prueba nada más y nada menos que a Paul Newman, que entonces rondaba los 30...

El resto del proceso de selección fue igualmente acertado. Raymond Massey, conocido por su puritanismo, era idóneo para encarnar al patriarca de los Trask. Esa maravilla de sensibilidad y humanidad que fue Julie Harris enriqueció extraordinariamente el personaje de Abra, cuya extrañeza ante las rarezas de Cal se va tornando primero en compasión y luego en atracción. Richard Davalos llevó a su papel de Aron cierto engreimiento de niñato con tupé que facilitó que los espectadores nos identificáramos con el otro hermano. Y Jo Van Fleet aportó al rol de Kathy la amargura que parecía destilar por todos sus poros.

Durante el rodaje, Kazan demostró su enorme capacidad de trabajo ocupándose tanto de inspirar al afortunado ramillete de intérpretes como de lograr una puesta en escena que se adecuara a la temática y tono de la historia. Le dedicó todo el tiempo del mundo a James Dean y se ocupó de propiciar que las afinidades y antipatías entre él y el resto del equipo se correspondieran con la historia. Así, animó a Julie Harris, que se caracterizaba por su dulzura y empatía, a apoyar al protagonista y comprender su vulnerabilidad. Por otra parte, se generó una verdadera corriente de aversión entre Dean y Massey que se trasladó a la pantalla. La impresionante carga emocional que nos transmite el momento en el que el escrupuloso Adam no acepta el regalo con el que su hijo pretende comprar su amor, se logró por el verdadero rechazo que al actor más maduro le provocó la forma improvisada en la que el joven pareció romperse de dolor.

El realizador se valió del Cinemascope y de los movimientos de cámara tanto para aproximar a los personajes como para reflejar la complejidad de sus relaciones. Así por ejemplo, el dramatismo de la escena de la discusión entre padre e hijo en el comedor se ve acentuado por la forma en que está fotografiada. A lo largo del metraje, el ojo creador de Kazan parecía perseguir la figura encorvada de James Dean, sus andares inseguros y su expresivo semblante captando y acentuando sus cambiantes estados emocionales -su soledad, su sensación de abandono, su ilusión, su rabia, su culpa...- Fue la primera obra en color del director y jugó con el mismo, incidiendo en las tonalidades oscuras en los encuentros de Cal con el padre y luminosas en sus momentos con Abra. Además, logró transmitir significado a través de ciertos elementos materiales, como esos trenes que se acercaban o alejaban del valle de Salinas, trayendo problemas o llevándose esperanzas.

Este largometraje provoca un impacto extraordinario en muchos espectadores adolescentes, que tienden a identificarse con el victimismo del incomprendido Cal. Pero vale la pena volver a verlo como adultos porque nos conmueve profundamente y nos lleva a plantearnos cuestiones de calado. ¿Hasta qué punto estamos condicionados por la herencia biológica? ¿Cómo dejar de escudarnos en las inevitables heridas de la infancia para convertirnos en seres maduros capaces de asumir nuestra responsabilidad sobre nuestras vidas? ¿Cómo podemos salvar la distancia generacional con nuestros hijos? ¿Cómo redimirnos de nuestra culpa por el dolor que infligimos a nuestros seres más queridos? ¿Cómo ...? Al Este del Edén ha pasado a la historia del séptimo arte como una de las mejores películas de Kazan y como la primera de las tres que protagonizó James Dean, quien murió prematuramente sin imaginar que se convertiría en uno de los mayores mitos del cine y un símbolo intemporal de lo que representa ser joven.